PSICOLOGíA • SUBNOTA
› Por Laura Palacios
“Amor: mientras más perdido, más celebrable”, dijo Carlos Monsiváis. Y la pérdida empieza con cuatro palabras, “Ya No Te Quiero”. Ah, perdóname y adiós. “Hoy te digo adiós,/ Me alejo de ti serenamente;/ Todo es por demás, no lo quiso Dios,/ Somos diferentes”. Somos diferentes. Uno de los dos ha pronunciado o insinuado o dejado ver ese insalvable abismo. Abismo al que, asomada apenas, la relación pasional está en trance de despeñarse. El cataclismo. “Como si el mundo se estrellara/ Un cataclismo para los dos.”
El bolero hace de la disparidad amatoria el tema central de su discurso; destaca del amor-pasión todo lo que es gozo y tormento. Turbulencia y desencuentro. Para el sujeto del que nos ocupamos, amar de más es la vía regia hacia un deleite secreto: gozar y regodearse con el encanto de la pena, desear frenéticamente cuando el otro ya se fue. “Hoy quiero saborear mi dolor...”, escribe Roberto Cantoral. Nuestro género musical incluye un exhaustivo catálogo de las diversas formas de terminar una historia amorosa. Hay dolor, agravio, lástima por el otro y por uno mismo. Renuncias generosas. Pedidos y ofertas de perdón. Ruegos, olvidos, mil reproches. Pero el sumario de estas rupturas tiene un movimiento bipolar: por un lado suenan los boleros del abandonante y, por otro, los de la víctima abandonada.
Quien resulta abandonado debe iniciar el camino del desprendimiento: lo que se llama un duelo. Con buenísimas razones Sigmund Freud lo consideró proceso: incluye secuencias de dolor, desamparo, ira, deseos de venganza y una resignada aceptación. El despechado se enfrenta a un sentimiento intolerable. Su ser, antes inmerso en el embeleso de la fusión, ha sufrido un desgarro; una parte de él se le figura muerta. Y al que partió sólo puede imaginarlo retozando, embarcado en historias nuevas y venturosas: “Mas cuando en brazos de otro ser dichoso/ Caigas rendida de placer y amor,/ Recuerda al menos que has dejado trunca/ Una existencia que mató el dolor”.
Todas estas suposiciones (que el interesado no duda en considerar certezas) arrojan hiel en la flamante herida. Y entonces el duelo pasional entra en su etapa más tortuosa: el momento en que, en carne viva, ese enamorado descubre cuánto se puede odiar y amar a una misma persona. Su corazón es un campo de batalla, Eros y Tánatos han entrado en guerra. Es en este terreno donde la producción bolerística echa su raíz más profunda, y desde esa raíz se eleva al cénit.
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