PSICOLOGíA • SUBNOTA › FORMAS PRIVADAS DE RESISTENCIA
› Por Julia Margulis
Un niño de 10 años está desnutrido, “no quiere comer”. Sus hermanos, que son cuatro, tienen el peso y la talla esperados. Llama la atención de los médicos tratantes que los hermanos de Juan estén bien alimentados y él no. Asumen que alguna enfermedad debe estar actuando, está en estudio. No obstante, los padres dicen que él se niega a comer en el comedor infantil del barrio. Por eso solicitan la interconsulta.
La madre trabaja como empleada doméstica desde hace relativamente poco tiempo, ya que el padre en otro tiempo trabajaba, cobraba salario fijo y tenía cobertura social para su familia. Pero quedó cesante; a partir de entonces hace “changuitas”, pero en general se ausenta para tomar.
Esta situación había desestabilizado la economía familiar, por lo que los niños concurrían a un comedor escolar que cubría una comida diaria. La situación era intolerable para Juan; él se resistía al “comedero”, nombre que le daba al comedor en cuestión. En las entrevistas se mostraba reservado, pero sostenía que no quería ir a comer con desconocidos, que en su casa se comía lo que se podía y que para él era suficiente. Se avergonzaba de tener que ir.
Ricardo Piglia (Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades)), FCVE, Buenos Aires, 2001) forja la expresión “formas privadas de resistencia”. Se refiere al encuentro entre amigos y a las confidencias que actúan como alternativa a la masiva unanimidad de los discursos públicos y de la deliberada disgregación de los lazos solidarios promovida desde el poder. Hemos creído pertinente extender su uso en este contexto y pensar si éste no comer de Juan constituye una forma de resistencia; si esta negativa a comer en los “comederos” podría interpretarse como forma de resistencia a ser objeto de una caridad sostenida desde el mismo lugar en que se genera su privación. Y si así fuera, ¿cómo no evocar en este niño el pensamiento adulto, en el sentido de responsable de los efectos de su acción?
La actual idea de infancia es muy distinta de la que encontramos, por ejemplo, en el Romanticismo inglés, donde se destacaba el valor otorgado a los recuerdos de infancia, a los ideales y anhelos del niño. Lacan (Seminario 7, “La ética del psicoanálisis”) señala que en la época victoriana, sin tratar a alguien de hombre deshonesto o de perfecto imbécil, se tenía un arma excelente acusándolo de no tener una mente totalmente adulta, de conservar rasgos de mentalidad infantil: “Este argumento, tan fechable históricamente que no pueden encontrar testimonios de él en ninguna parte en la historia antes de esa época, indica una escansión, un corte en la evolución histórica. En tiempos de Pascal, si se hablaba de infancia, era para decir que el niño no era un hombre y que el pensamiento adulto no tendría en ningún caso trazas de un pensamiento infantil.” Aunque para nosotros la cuestión no se plantea en esos términos, los utilizamos como punto de referencia, de perspectiva. Pensamos que la negativa de Juan a comer “con desconocidos” no implica la renuncia a un deseo, sino más bien lo contrario, la posibilidad de sostener un deseo que en cierta forma reivindica a su padre.
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