PSICOLOGíA
• SUBNOTA › SOBRE EL LUGAR SIMBOLICO DE DIEGO MARADONA
¿En quién puede creer Dios?
Por Eduardo García Dupont
Para llegar a ser el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos hay que ir “más allá del Padre”: tener la astucia y la genialidad y la astucia de desafiar todos los límites. Pero Diego Maradona, según manifestó por televisión hace pocas semanas, siente “un gran vacío en el pecho”. Tal vez ese gran vacío fue uno de los factores que obligaron a su internación con severos síntomas de ahogo.
Quizá Dios no haya muerto aún para Maradona, pero agoniza: ¿y qué para su entorno?; ¿y qué para una cultura que, por su desamparo constitutivo, lo endiosó?
Cuando pensamos en la palabra marginalidad, vienen a nuestra imaginación los desposeídos, los aislados, los pobres, los locos, los leprosos..., todos los habitantes de una “nave de los locos” foucaultiana, en la serie interminable, metonímica, dictada por la lógica de la exclusión. Es poco frecuente que a esta serie agreguemos los “fuera de serie”, los genios, los brillantes, los héroes, los winners, los nunber one, esos sujetos excepcionales.
Pero esos seres con dones especiales van a parar a un lugar de la estructura simbólica donde falta un significante: donde es necesario que falte un significante en la estructura para que sea posible creer en el Otro, para sostener la ilusión de que el gran Otro tiene el significante que falta para otorgar un ser, supliendo así la falta en ser constitutiva del sujeto. Esos “fuera de serie” van a este lugar de la excepción, a este lugar de Dios. Resultan ser algo así como su encarnación, la imaginarización personificada de lo que en realidad es un vacío estructural.
¿Cómo soportar esa carga? ¿Cómo sostener la cruz de pagar los pecados del Padre? Si bien ésta es la marca de todo neurótico, ¿podemos imaginar el peso de la carga de quienes ocupan el lugar de la excepción, el lugar de semidioses? ¿Y de quien ocupe el lugar de Dios? No hay coca que alcance para impedir, a semejante altura, el apunamiento.
Diego tatuó en su cuerpo, además de los nombres de sus hijas, los rostros de Fidel y del Che: otros personajes excepcionales. ¿Qué terapeuta podría hacerle comprender que es un hombre corriente en la vida, si no lo es?
¿Cómo trabajar con él sus determinaciones, su lugar en el Otro como causa del deseo, tanto sea en su novela familiar como en la cultura?
¿Cómo trasmitirle que su destino no tiene que ser inexorablemente trágico?
¿Con quién puede hacer transferencia Dios?
¿En quién puede creer Dios?
Y todos nosotros, ¿podemos quedarnos solos, sin Dios, y dejarlo en paz?
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