PSICOLOGíA
• SUBNOTA › APARIENCIA Y VERDAD EN EL COMPLEJO DE EDIPO
“Sin la ley, el pecado está muerto”
Por Silvia Ons*
San Pablo, en el pasaje más famoso de sus escritos, el versículo 7 del capítulo 7 de la Epístola a los romanos, sostiene que no hay pecado anterior o independiente de la Ley, la Ley, pues, crea el pecado, o mejor, la Ley crea el pecado al prohibir el deseo: “Pero el pecado, aprovechando la oportunidad del mandamiento, produce en mí todo tipo de codicias. Sin la ley, el pecado está muerto. Alguna vez yo viví sin la ley, pero cuando llegó el mandamiento, el pecado revivió y yo morí, y el mismo mandamiento que prometía vida demostró ser muerte para mí”.
Pablo de Tarso ilustra en esta frase, de manera ejemplar, el circuito de la morbosidad mortificante de la prohibición y el deseo. La interdicción crea el pecado, constituyendo el goce como ilícito y culpable. Paradójicamente, transgredir la ley no quiere decir otra cosa que ser obediente a sus designios, verse compelido irremediablemente a desear lo prohibido, alienarse inexorablemente en el deseo del Otro. Lacan ubica en el fin de análisis un amor fuera de los límites de la ley: amor que podemos pensar como no amarrado a este circuito, más allá pues del deseo transgresor generado por la Ley, más allá entonces del complejo de Edipo. En cuanto a Freud, se podría pensar en una dirección similar cuando dice que el hombre debe vencer el horror al incesto con la madre o con la hermana. Pero conviene rastrear el contexto en el que llega a esta conclusión.
La prohibición edípica produce en muchos sujetos un desdoblamiento de la vida amorosa, expresada en el arte por la disyunción entre amor divino y amor terrenal: si aman a una mujer, no la desean, y si la desean no pueden amarla; así degradan al objeto sexual y supervaloran al amado, cercano a la madre. La mujer amada es, por esta proximidad, un objeto prohibido con quien no puede desplegarse el goce sexual, destinado sin escrúpulos a la mujer degradada. Pero Freud estima posible –con Lacan– un amor más allá de la ley, cuando ante el mencionado atolladero dice: “Aunque parezca desagradable y, además, paradójico, ha de afirmarse que para poder ser verdaderamente libre, y con ello verdaderamente feliz en la vida erótica, es preciso haber vencido el respeto a la mujer y el horror a la idea del incesto con la madre o con la hermana” (en su artículo “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”).
El horror a la idea del incesto confluye con la atracción que genera, producto de la misma prohibición. Vencer ese horror implicaría necesariamente traspasar el complejo de Edipo, afirmar de un goce no basado en la transgresión. Considero que tal atravesamiento se liga con la posibilidad de una ética fundada más en la estética que en la prohibición, más afín con la antigüedad pagana que con el cristianismo. También es Freud quien dice, en el texto ya citado, que la corriente ascética del cristianismo creó para el amor valoraciones psíquicas que la antigüedad pagana no había podido ofrendarle jamás, alcanzando su máxima expresión en los monjes ascéticos, cuya vida no era sino una continua lucha contra las tentaciones libidinales.
Y, con respecto a una ética unida a la estética, también Freud, en su respuesta a Einstein acerca del porqué de la guerra, se confiesa pacifista por razones de gusto; no duda en apelar a la estética como razón de su condena. Se trata de no querer la guerra sin que ello se vincule con una formación reactiva por una agresividad reprimida ni con un rechazo fundado en lo moralmente aceptable, ni siquiera con un acatamiento al Segundo Mandamiento; no querer la guerra por causas que atañen al goce, porque ella no proporciona ninguna satisfacción libidinal; no por prohibición de no matar sino por gusto en no hacerlo.
En el “Seminario 17”, Lacan pone el acento en que Edipo accedió a Yocasta por haber triunfado en la prueba de la verdad.Claude Lévi-Strauss establece una relación entre la solución del enigma y el incesto: el éxito en responder a la Esfinge es análogo al incesto; por ello, a su solución le sigue el casamiento con Yocasta. Lacan afirma que no se puede abordar seriamente la referencia freudiana sin hacer intervenir, más allá del asesinato y el goce, la cuestión de la verdad. Así, para Lacan el Edipo se centra en el amor a la verdad. Edipo quiso saber a toda costa, respondiendo a la Esfinge, pretendió borrar la pregunta por la verdad: y el encuentro con la castración es la respuesta a su misma pretensión; cuanto más aspiró a apresar la verdad, con más fuerza se le reveló un dominio que la excede. Lévi-Strauss capta muy bien esta articulación ya que, al vincular la solución del enigma con el incesto, pone en relación la verdad y el goce. La castración de Edipo es consecuencia de haber ignorado esta relación.
Si bien Lacan, como Nietzsche, considera que la verdad misma tiene estructura de ficción, no se trata por ello de una suerte de apología de las apariencias, ya que no todas tienen el mismo valor: y pueden conducir a lo real, que sólo se apresa en sus hendiduras.
* Analista de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL); directora de la revista Dispar.
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