PSICOLOGíA • SUBNOTA › “EL CHICO QUE ME MIRO, EL QUE PUEDE ANGUSTIARME”
› Por C. D. P.
Te conté, Carlos, hace unas semanas, del auto que me compré: importante, alemán, con tecnología de última. Digo importante porque es una marca que a muchos les gustaría tener pero que está fuera del alcance de un laburante medio. No un medio laburante, digo un laburante medio. La compra vino con orgullo: era algo que yo quería desde hacía mucho tiempo. Pero también sentí un recelo: ¿qué se podría pensar de él? Quiero decir, de mí. Bueno, soy un profesional esforzado. Mis logros en la empresa donde estoy hace tantos años me permitieron esta compra. Pero no lo siento de ese modo. Mi tendencia hipocondríaca se manifestó una vez más...
Te avisé que no vendría el viernes pasado porque resolví aprovechar el fin de semana largo para hacer un viaje a Mar del Plata con Stella. Nos debíamos un fin de semana para nosotros, sin los chicos, que se quedaron con mi vieja... pero la cosa pintó mal. Unos días antes me enteré de la muerte del encargado de la fábrica que yo dirijo. Un tipo jodido, alguna vez te hablé de él, te acordarás. ¿Te acordás? Un edema de pulmón. El tipo tenía varios by-pass pero no se cuidaba. En el velatorio, el hijo me dijo que había sentido frío, que se ahogaba... lo llevaron a un hospital y murió. No sé si por eso o qué, cuando salimos me faltaba el aire, tenía la nariz tapada, respiraba por la boca y me agitaba. el resfrío que traía de días antes, claro... ¡Yo, que quería disfrutar de mi auto nuevo! Pero fue entrar en la Ruta 2 y gozar de la máquina, sonaba como un violín. Olvidado del resfrío, disfruté de estar al volante. Como había poco tránsito, tenía que estar atento a la velocidad. Llegaba fácil a ciento ochenta. Stella me lo hacía notar y yo levantaba el pie del acelerador, pero ¿qué hacía con un auto como el mío a ciento veinte? Fue una difícil negociación.
El departamento que nos habían prestado tenía las estufas a pleno, afuera hacía mucho frío pero como si nada, todo bien. Al otro día fuimos al puerto de mañana, lo pasamos bárbaro, almorzamos ahí. Después le dije a Stella que quería que viese dónde pasaba yo las vacaciones cuando era chico y fuimos a Playa Grande. Le mostré el lugar donde me zambullía desde la escollera y nadaba hasta la playa, le hablé del barco hundido; yo le daba una vuelta al barco hundido antes de salir... Playa Grande. En ese momento empecé a sentirme incómodo. Stella me preguntó qué me pasaba. Yo ni siquiera sé si me había dado cuenta de que estaba incómodo hasta que ella me lo dijo. Ahora, es absurdo, recuerdo ahora pero no en ese momento, ése es el lugar donde mi madre resolvió, sin consultarnos a los hijos, esparcir las cenizas de mi padre. El nos dejaba en Mar del Plata los meses del verano y se volvía a Buenos Aires. No abandonaba su puesto de procurador. Siempre me pregunté... miento, tal vez nunca me pregunté qué procuraba.
Hasta ahí era todo negociable; quiero decir, aguantable. Saqué mi equipo de filmación y empecé a registrar cada momento; a la vuelta, la vieja tendría que ver esas escenas con el hijo crecido, no el gil que fui de chico. De la playa enfilé para el barrio donde por años alquilamos casa. A pesar del tiempo no ha cambiado tanto. Hacía frío, fuimos a tomar un café y charlé con el mozo, un tipo grande que se acordaba de cada detalle que yo le contaba del barrio, me hubiese gustado sentarlo a la mesa con nosotros. Stella escuchaba con paciencia, es una buena mina, Carlos, buena mina, aguantadora. Mientras tomaba un coñac me vinieron los recuerdos: el tío Andrés, que murió joven, a los cincuenta... quiero decir, más joven o menos viejo que yo... la vez que, cuando volvíamos de la playa, me dijo que manejara su Renault. Yo, un pibe de quince, sentado al volante. No sabés lo que fue eso. El tío Andrés. Campechano, solterón, tanguero, me confiaba su coche. Yo apenas pisaba los pedales, creo que por miedo. Y no, corrijo, lo de las cenizas de mi viejo no lo tuve presente: ahora, que te estoy contando esto, lo recuerdo. ¿O ya te lo dije?
Porque a mi viejo lo tuve ausente todo el viaje, todo el fin de semana, poco me quedó de él pero ahora lo recuerdo. Vos tenés que ver con esto, que dos por tres me hablás de la función del padre, algo que nunca te entendí demasiado. Y decime: ¿qué es “tener ausente”? ¿Se tiene ausencia?
Salimos del bar, yo estaba entonado con el coñac, además del vino del mediodía. La llevé a Stella por las calles del barrio hasta encontrar la casa. Me sorprendió verla mucho más chica que en mis recuerdos; una edificación de dos plantas y una ventanita más arriba, donde yo dormía. Fue verla y acordarme de aquel verano... tendría unos diez años y enfermé de algo que no supieron qué era pero yo tenía fiebre, mucha. Pasé días enteros mirando la calle por la ventanita... toda mi vida ha sido eso.
¿Que qué veía? Gente yendo a la playa, gente caminando pero yo no, mis hermanos y la vieja con la sombrilla... Y también un Mercedes Benz estacionado frente a la casa. Desde mi cuarto me enamoré de ese auto. Me obsesioné con él...
¿Que dónde estacioné mi auto cuando llegué a la casa con Stella? Sí, sos un guacho, en el mismo lugar. Yo veía esa ventana, me veía mirando a través de ella, pensando en un mundo que quedaba al otro lado, en la calle. Mis hermanos, mi vieja, gente grande que caminaba tranquila... un mundo sin viejo. Ya no procuraba. Hecho cenizas, pienso ahora.
¿Qué decís? ¿Que el chico me miró, al que soy ahora, que me miró mirando el auto que estacioné frente a la casa? ¿Que fui descubierto por ese chico, que él es capaz de angustiarme? ¿Que estoy en la calle? A veces no te entiendo. La angustia... Se me pasó la angustia. Se me pasó la angustia y me vino otra, nueva, amarga, insolente; extraña.
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