SOCIEDAD › OPINIóN
› Por Eric Nepomuceno *
Los números de la epidemia de dengue en Rio de Janeiro parecen claros: hasta la tarde del viernes (11) había 84 muertos en el estado, 50 en la capital. En todo el estado, en los primeros 102 días del año, 78.579 personas fueron contaminadas por el virus transmitido por el mosquito aedes aegypti. En la capital, 47.463. En la segunda quincena de marzo, se registraron dos mil nuevos casos por día. Hubo jornadas en que el promedio fue de dos casos por minuto. En la última semana del mes, se registraron 18.389 contaminaciones. En la primera semana de abril surgieron los primeros indicios de que la epidemia empieza a bajar, pero el número de contaminados todavía supera el doble de lo que las organizaciones internacionales de salud consideran como nivel de alarma.
Ocurre que ninguno de esos números merece confianza, ya que de claros no tienen nada. Son muchos más los contaminados, son muchos más los muertos. Primero, porque hospitales y puestos de salud tardan en notificar oficialmente a las autoridades. El mismo día en que se confirmaron las 84 muertes, quedaban pendientes de determinar las causas de otras 76, de las cuales 43 eran de la ciudad de Rio. Segundo, porque no son raros los casos de error de diagnóstico. Ahora mismo, estado y municipio fueron condenados a pagar indemnización a familiares de una adolescente muerta por dengue en 2002 que había sido diagnosticada con una gripe común. Hay docenas de casos similares en la Justicia, correspondientes a brotes epidémicos pasados, y ya se presentaron otros relacionados con la epidemia actual. Un médico del Ejército, infectado por el mosquito, fue obligado a cumplir turno de guardia, sin atención alguna, y murió en un hospital militar sin siquiera ser examinado. Para reforzar esa desconfianza en los números oficiales, hay una tercera razón: la crónica incompetencia de los responsables. La confusión entre notificaciones de la salud municipal y estadual no hace más que dejar claro que ni siquiera saben determinar cuántos son los muertos de su irresponsabilidad amplia e irrestricta.
A pesar de todas las advertencias e indicios levantados por científicos, investigadores y asociaciones médicas, no se hizo absolutamente nada para impedir la proliferación del mosquito y sus consecuencias. No hubo campañas de alerta a la población, ni vigilancia alguna, y hasta en terrenos públicos el aedes encontró amplio y confortable espacio para, sin ser molestado por fumigadores, multiplicarse sin cesar aprovechando el calor del verano que pasó.
Mientras las autoridades de todas las esferas –nacional, estadual y municipal– se esfuerzan para alejar las responsabilidades, como si se tratase de definir si el mosquito es federal, regional o local, lo que se confirma es que el descalabro de la salud pública en Brasil no tiene límites. Se comprueba, además, que las lecciones del pasado no sirven de nada y que la irresponsabilidad es democrática –las autoridades de todos los niveles la ejercen libremente–, pero la enfermedad no: la inmensa mayoría de los contaminados son de barrios pobres, y más de la mitad de los muertos tenía menos de 15 años.
No es la primera epidemia de dengue en Brasil, especialmente en Rio. En 2002, en esa ciudad fueron 140.408 los casos, con 65 muertes. Eso, en todo el año. Esta vez, en menos de cuatro meses el número de muertes ya es bastante mayor, y el total de los casos será fácilmente superado.
Por esos días Rio recibió más de un centenar de médicos del sistema de salud pública de otros estados y municipios. A cada uno se le pagará, por turno de 12 horas seguidas, unos 850 pesos. Cumpliendo tres turnos semanales, ganarán mucho más de lo que ganan en sus trabajos de origen, y cuatro veces el sueldo base de un médico del estado o del municipio de Rio. En los primeros días, esos voluntarios no sabían a ciencia cierta qué hacer, ya que nadie parecía tener claras cuáles serían sus funciones. Es como si de repente el gobernador Sergio Cabral se hubiera dado cuenta de que faltan pediatras en la red estadual de salud. Ya el intendente, Cesar Maia, como de costumbre lucha contra la realidad: trata de mostrar, cifras en mano (todas sacadas nadie sabe de dónde), que no se trata de una epidemia. Dice que no puede cumplir la determinación judicial de mantener 84 puestos de salud abiertos 24 horas al día por falta de seguridad, especialmente en las barriadas controladas por el narcotráfico. Fue desmentido por el gobernador, que mostró que los puestos estaduales funcionan 24 horas, y por voceros del mismo narcotráfico, que establecieron “zonas de tregua” en los morros más violentos de la ciudad mientras dure la epidemia que el intendente dice que no existe.
El caudal de noticias terroríficas, sin embargo, no termina ahí: para 2009 ya se prevé una epidemia todavía más seria, y que no estará concentrada en un solo foco. Los casos de dengue ya empiezan a multiplicarse en otras latitudes del mapa brasileño. Tres ciudades del próspero interior de San Pablo ya están en alerta máximo.
El mosquito sigue suelto, los hospitales públicos siguen abarrotados de gente pobre que espera hasta ocho horas para ser examinada, y el resto del país empieza a prepararse para ver dónde ese panorama de irresponsabilidad criminal y crónica se repetirá el año que viene.
* Periodista y escritor brasileño
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