SOCIEDAD › COMO SE VIVE EN LAS VILLAS LA PROPUESTA DE MACRI DE PLEBISCITAR SU FUTURO
La madre, la delegada, el dueño de la radio. Son algunas voces de la villa 31 y 31 Bis, de Retiro. Rechazan la idea de consultar al resto de la ciudad sobre la urbanización de los asentamientos. En este recorrido, sus quejas, sus dudas, sus reclamos.
› Por Emilio Ruchansky
Madres, padres y niños esperan que cambie el semáforo de la avenida que separa las oficinas del correo de la estación de micros de Retiro. Vienen de la escuela número 5 y van hacia a la villa 31 y 31 Bis. Cruzan. El cronista se inmiscuye en el grupo y aborda a una señora embarazada que camina con su hija. Se llama Alicia Malkoviak y vive en la 31 Bis. No está sorprendida por el plebiscito que anunció del jefe de Gobierno porteño en pos de decidir entre “aumentar los impuestos o no hacer otras obras”, para financiar un desalojo en su villa y urbanizar otras. “Sabíamos que iba a ser así si Macri ganaba –reconoce la señora–, pero somos muchos y no van a poder sacarnos.”
Durante el trayecto por la vereda de la terminal, Malkoviak admite que los rumores de desalojo la aterran. Aunque está dispuesta a resistir, dice que no va arriesgar la vida de sus hijos: tiene tres chicos y le faltan sólo dos meses para parir otro. Hace cinco años cambió la casilla que alquilaba en Avellaneda por un cuarto propio en la 31 Bis, el sector más vulnerable de la villa. No tiene luz ni gas y para conseguir agua todos los días hace la cola con sus baldes frente el camión cisterna que manda el gobierno porteño. Los propios vecinos definen a la 31 como la Recoleta y a la Bis como Constitución.
“¿Cuánto habrán invertido para hacer esa casa? ¿Vos te pensás que la van a dejar así nomás? No, nadie va a irse por más que te ofrezcan plata, este lugar tiene muy buena ubicación, te queda cerca de todo”, comenta la señora mientras señala el frente de una casa de tres pisos en la entrada de la Bis. “Lo que pasa es que éstas son tierras muy codiciadas –analiza–-. Si hasta viene gente de afuera para alquilar porque trabajan por la zona.” Malkoviak, como la mayoría, consiguió un lugar porque tenía alguien adentro, su hermana. “También conozco a alguien que alquila como treinta piezas a 200 o 300 pesos al mes”, asegura.
En una calle angosta, entre containers, puestos de comida, un taller de zapatillas y una verdulería, la señora se detiene para comprar algo en el kiosco para su hija Milagros. Cuando retoma la marcha, le aconseja al cronista hablar con Mónica, la delegada de la manzana 1 de la Bis. Se detiene a pocos metros del kiosco y golpea un portón rojo. Madre e hija gritan: “¡Mónica!”, “¡Mónica!”.
La delegada se hace esperar. Al salir muestra una sonrisa enorme que no desaparece cuando se entera del motivo de la inesperada visita. Enseguida invita a pasar a su casa. Mónica Bustamante viene de una acomodada familia boliviana y antes de instalarse en la Bis vivía en Vicente López. Pero no quiere hablar de ella, sino de las intenciones de Mauricio Macri. “Lo del plebiscito es para enfrentarnos con la sociedad y lavarse las manos –explica–. Como Macri no se banca el costo político de desalojarnos quiere hacer como que la sociedad decide. Es un mercenario.”
No es la primera vez que los dichos del jefe de Gobierno porteño la enojan. Antes de que asumiera, en octubre del año pasado, marchó junto a sus vecinos en repudio a otras declaraciones de Macri. “Durante las elecciones capturó votos diciendo que iba a erradicar la villas por ser zonas de riesgo y peligro –recuerda–, y cuando llegó al poder nos cerró todos los planes pactados con la gestión anterior: infraestructura, cloacas, luz, agua.”
Por esos días, Bustamante y otros delegados estuvieron a punto de firmar un proyecto de urbanización que se cayó, según les dijo Fernando Suárez (el entonces director del Onabe, el organismo que administra los bienes estatales), porque los medios de comunicación lo anunciaron y tenía que ser algo secreto. Lo cierto es que faltaban sólo 20 días para la asunción de Macri y fue su propio jefe de campaña, Horacio Rodríguez Larreta, el primero en espantarse. ¿Las famosas reuniones por la “transición” de gobierno habrán tenido algo que ver?
La delegada no lo sabe. Lo que sí sabe es que nadie se hizo cargo del proyecto de urbanización. “Fuimos al Ministerio de Planificación Nacional, a la Casa Rosada, a la Jefatura del Gobierno de la Ciudad y ninguno recibió el proyecto”, enumera. Pero lo peor vendría después. Según Bustamante, la llegada de Macri coincidió con una merma en los planes sociales: “En la Secretaría de De-sarrollo Social toman los pedidos, hacen el informe, pero no te dan la plata. Hace unos días les hice el trámite a 70 familias, sólo cobraron 5. Pero la plata del resto bajó. ¿A dónde fue a parar esa plata, entonces?”.
Sin embargo, si algo indigna a esta mujer que no pierde la sonrisa es que Macri haya dicho que no se puede urbanizar su villa porque es “un lugar insalubre”. En un rapto de furia detalla los servicios médicos que la ciudad ofrece a esta otra ciudad de 80 mil habitantes: “Tenemos una sola salita con tres médicos clínicos, un ginecólogo, tres pediatras y cuatro consultorios... y encima para que te reciban en el Hospital Fernández te tienen que derivar desde la salita. Veníamos pidiendo otra salita y la pusieron en Palermo, pero la gente no tiene plata para viajar hasta ahí”. Mientras tanto, crecen los casos de chicos desnutridos y el agua se ha convertido en un nuevo enemigo. “Hace cuatro años que está parado el proyecto de canalización de agua –señala la delegada–, y el agua al pasar de la pileta al camión y de la cisterna al balde que la gente lleva a su casa se contamina y aparecen chicos con sarna, hongos y costras.” Bustamante recomienda hablar con Jala Jala, un hombre que maneja varios comedores comunitarios.
Cuando sale de su casa y ve los lujosos edificios sobre la Avenida Del Libertador vuelve a pensar en el plebiscito de Macri: “Mirá todas esas luces y pensá que cruzando las vías la gente se alumbra con velas. Lo que no saben es que hay un niño apuntándoles con un dedo y diciéndoles: ‘Vos estás marcando mi destino’”.
De entrada, Juan Romero, el hombre al que le dicen Jala Jala, aclara que ya fue entrevistado por PáginaI12. “Y hasta me dibujó Rep”, acota. El hombre fundó la radio FM 88.1 en su propia casa. Hace 25 años que vive en la 31 y, como a Alicia Malkoviak, no le sorprende lo del plebiscito. Jura que “cuando la gente no tiene nada de qué hablar, hablan de sacar la villa 31, y esto pasa, por lo menos, tres veces al año”. Entonces, Jala Jala propone otro plebiscito: “Que la gente decida si los Macri tienen que pagar los 40 millones de dólares que el grupo Socma le debe al Estado nacional”.
Para Romero, como para Bustamante, el anuncio del jefe de Gobierno porteño busca “exponer a la sociedad para que eche a la gente de la villa y no sea él el verdugo, no tiene huevos para asumir esa responsabilidad. Es como si fuéramos un carbón encendido, que se lo pasan de mano en mano”. El mismo recuerda que dos veces le ofrecieron plata para irse.
“Fue entre el ’92 y el ’96, te daban 12 mil pesos para abandonar la villa, primero dos mil y diez mil cuando estabas en tu provincia. A la gente que no sabía leer le hacían firmar un papel por el que perdían los 10 mil que venían después y los estafaron”, recuerda. Sin embargo, Jala Jala asegura que hace poco un trascendido cambió todo: “Alguien del gobierno dijo que el metro cuadrado de la 31 salía 5 mil dólares, ¡para qué...! Ahora dan menos ganas de irse”.
Además, él y muchas otras personas son monotributistas y pagan rentas, rentas de casas que supuestamente no les pertenecen. “Ni bien asumió Macri se dieron cuenta del error y ahora no nos quieren cobrar, pero ya es tarde –sentencia–. Es una prueba más de que este lugar es nuestro.” Romero reconoce que la situación de la Bis es más complicada porque esas tierras no son del Estado nacional y hay una orden de desalojo desde hace varios años.
Cuando se entera de que Macri también planteó que hay que “detener el crecimiento” se ríe. Todos los días, cuenta, la gente baja del micro y va directo a la villa a buscar un lugar. Hace poco, atendió el parto de una boliviana que cruzó la frontera fajada para que los aduaneros no notaran su embarazo y al llegar a la villa se encerró en el cuarto donde vive su hermana para dar a luz. “Poder brindarles a estas personas la posibilidad de abortar o ligarse las trompas si lo desean, eso es política –asegura–-. No que cada vez que pedís comida para el comedor te caguen un kilo de arroz o te manden algo para pasar el día cuando prometieron abastecerte por un mes.”
Lo más paradójico de este plebiscito, señala antes de despedirse, “es que la mayoría de los que viven acá son indocumentados o vienen de otros países, no pueden decidir nada”. Suena el celular de Mónica, y Jesús, un delegado de la manzana 7, avisa que están cortando la autopista Illia por falta de luz. El cronista parte con la delegada hacia allí. En el camino alguien le regala “picarones” a Mónica, unos bollitos hechos de harina, agua, levadura y calabaza.
Para llegar al corte hay que pasar por el playón o “la peatonal Florida”, como dice la delegada. Una calle de baldosas de cemento hexagonales, donde los chicos juegan al fútbol-vóley y las familias ponen la mesa para cenar. El año que viene, esta villa cumplirá 80 años. El cronista propone un juego a Jala Jala y a la delegada: imaginar cómo sería el desalojo de la villa si al gobierno que fuere le sobraran los millones para hacerlo. “Es imposible”, dijeron a dúo después de pensarlo un buen rato.
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