SOCIEDAD › UNA RECORRIDA POR TRES ESTANCIAS AVíCOLAS DONDE TRABAJAN MENORES, TODOS LOS DíAS Y EL DíA DEL NIñO
Tras una denuncia de La Alameda, PáginaI12 recorrió con una cámara oculta tres estancias avícolas, donde chicos de 2 a 11 años trabajan todos los días, entre excrementos de gallina y moscas.
Tienen entre dos y catorce años y se los ve recogiendo huevos, ahogados por el guano que tapiza los suelos de galpones con miles de gallinas. Y cientos de moscas en sus cuerpos. Son niños esclavizados, obligados a realizar tareas en estancias de la empresa avícola Nuestra Huella S.A., en Pilar, pese a una denuncia y un allanamiento realizados a mediados de abril. Desde entonces, la situación “mejoró un poco”, cuenta el denunciante Oscar Ortuño Taboada, de 28 años, boliviano: pasaron de ganar 800 pesos a 1300 por familia. El Día del Niño, la cooperativa de costureros La Alameda y el Movimiento de Trabajadores Excluidos hicieron una cámara oculta y para ello entraron a las estancias disfrazados de scouts. PáginaI12 también se puso el uniforme y recorrió el interior de varias de las 38 granjas que tiene la empresa, para comprobar que los niños aún siguen trabajando en condiciones paupérrimas, el Día del Niño y el resto de los días.
Según las denuncias de las familias, todo esto sucede gracias a una ley de la dictadura: el Régimen Nacional de Trabajo Agrario, sancionado en 1980 con las firmas de Videla, Harguindeguy y Martínez de Hoz, que no fija límites para el trabajo diario en el campo. Una ley que fue avalada por las entidades del campo, que votaron en contra de la jornada de ocho horas y favor del trabajo “de sol a sol”, según evidencia una recopilación de la Comisión Nacional de Trabajo Agrario.
Uno de los casos paradigmáticos es la finca Fernández, ubicada en la Panamericana, a la altura del kilómetro 56, lindante al country Estancias del Pilar. Allí, siguen trabajando al menos 11 chicos de 2 a 13 años en un galpón repleto de excrementos de gallinas y con ejércitos de moscas revoloteando alrededor de ellos. Algunos descalzos y otros con zapatillas destrozadas, recolectan huevos. Uno de los pequeños, al que las moscas trataban de introducirse por su boca, cumplía 4 años el sábado. El nene, que aparece en la grabación, dice que su papá no tiene plata y por eso lo ayuda juntando huevos con su carretilla. En la zona donde trabajan y respiran los chicos se disemina insecticida para combatir a las moscas.
“El tres de marzo realizamos una denuncia en la Delegación Pilar del Ministerio de Trabajo de la Nación para que realicen inspecciones en las estancias de la zona y nunca el titular de la delegación, Guillermo Lindoso, realizó una”, denunciaron en diálogo con este diario Rodolfo García y Pablo Sernani, abogados del denunciante.
El Día del Niño, PáginaI12 entró a tres estancias, Lima III y IV y otra no identificada en Capilla del Señor. “El objetivo principal es encontrar menores de edad trabajando”, dice Gustavo Vera, de La Alameda. La cámara tiene el tamaño de un walkman y el lente que filma simula un botón negro que se pone en el ojal de la chomba de unos de los scouts de la cooperativa. Graba hasta dos horas.
La estancia Lima IV está ubicada en Zárate, al norte de la provincia de Buenos Aires, en el kilómetro 100 de la Ruta Nacional 9. En ese predio, propiedad de Nuestra Huella S.A., trabaja una familia paraguaya. “Mi hija fue al hospital, parió y tuvo que volver a trabajar”, dijo una mujer, de unos 50 años.
En esa finca, hay tres galpones donde se crían gallinas. Los pequeñísimos Leticia, de 3, y Oscar, de 2, “ayudan a la familia juntando huevos”, confió la abuela de los nenes. Dentro de una de las naves, un insoportable olor a pudrición y excrementos inunda el galpón, de unos 100 metros de largo por 20 de ancho. Allí, los pequeños sub-4 recogen huevos todos los días, en medio de la caca de miles de gallinas y cientos de moscas, con el peligro latente de ser mordidos (devorados) por roedores del tamaño de perros bulldog.
Paralela a esa granja, en Lima III, también propiedad de Nuestra Huella, trabajan tres chicos sub-11: Santiago, de 10, Martín, de 6, y Maximiliano, de 5. Los hermanos recogen huevos, pese a los picoteos y rasguños de las gallinas. “Santi les tiene miedo a las gallinas, porque lo picotean”, cuenta Maximiliano. Su madre dice que Santiago trabaja porque “tiene que ayudar a la familia”, pero señala que los más pequeños no trabajan. Los nenes la contradicen. Y la página web de Nuestra Huella asegura que los huevos se producen “bajo controles de calidad que llevan a tener una producción con los más altos estándares”.
El 16 de abril pasado, la Justicia descubrió que alrededor de 30 personas, entre ellas 20 niños, trabajaban “en situación de servidumbre y bajo condiciones insalubres” en la granja Mimosa III, en la localidad de Capilla del Señor, que no casualmente también es propiedad de Nuestra Huella. La situación se descubrió tras una denuncia realizada por Taboada y La Alameda en el Juzgado de Garantías de San Isidro.
Durante el allanamiento, el fiscal de Zárate-Campana Juan Maraggi confirmó que la proveedora de huevos “electrificaba el perímetro por la noche” para que nadie saliera ni entrara; que en cada galpón trabajaba “de 7 a 21 todo un grupo familiar, incluso niños de cinco a diez años”, y que cada familia –siete en total– cobraba 800 pesos.
El predio de la empresa Nuestra Huella está ubicado en la localidad bonaerense de Capilla del Señor, en el departamento de Exaltación de la Cruz, cerca de Pilar, en el norte de la provincia de Buenos Aires. En ese enclave, se encontraron siete naves de gallinas ponedoras, que eran cuidadas cada una por una familia, que cobraba un monto de 800 pesos por mes. “Viven en condiciones infrahumanas de higiene y alimentación, obligándolos a trabajar a todos los integrantes del núcleo familiar, inclusive a los menores, siendo el único remunerado el jefe de la familia”, según describe el expediente.
“En los siguientes controles que realizamos encontramos que más personas trabajaban en las galpones, eso demuestra que había trabajo infantil”, consideró en diálogo con este diario el fiscal Maraggi. La causa se encuentra en el Juzgado de Garantías 2 de San Isidro.
Taboada, su esposa Elsa Solís (30) y sus hijos Alvaro (14) Danithza (13), Noelia (8), Valeria (6), Rodrigo (3) y Melani (2) trabajaban en condiciones de esclavitud en la granja la Mimosa III. “Yo, a la mañana, tenía que mantener seco el guano y a la tarde juntar los huevos y, además, fumigar el galpón”, denunció el jefe de la familia ante PáginaI12. La familia pudo tener otro integrante, pero Elsa perdió un embarazo de seis meses el año pasado, como consecuencia de la nociva cotidianidad. “Tenía una pérdida y me sentía muy mal y no me dejaron salir de la granja para ir al hospital y recién cuando estaba medio muerta me llevaron al médico”, se conmovió la mujer.
En esa nave, los trabajadores cumplían tareas de lunes a domingo, sin descanso, por lo que los más pequeños tampoco tenían la posibilidad de estudiar. “Como no me alcanzaba el tiempo para hacer todo, la capataz Viviana Vallejos me retaba y cagaba a pedos y me decía que me ayuden mi señora y mis hijos”, agregó el hombre, quien realizó la denuncia contra la empresa. “Los chiquitos trabajan porque no alcanza el tiempo para terminar con todo el trabajo”, se lamentó su mujer.
Así, los chicos trabajan de lunes a domingo. “Los que van a la mañana a la escuela trabajan de tarde, y los que van a la tarde al colegio laburan a la mañana, porque si ellos no trabajan no se llega a cumplir con la producción que exigen”, explicó Elsa, embarazada de seis meses. Ellos recolectaban, entre otras tareas, 18 mil huevos por día. Por el momento, Oscar está lesionado y por un amparo judicial no trabaja en la estancia.
Sus colegas trabajan en condiciones insalubres y viven hace casi dos años en la granja, en casillas precarias a las que se ven confinados. Allí, hasta el allanamiento, había un perímetro electrificado con 220 voltios, por lo cual era imposible salir de ese lugar. Tampoco podían ir a un centro de salud. “Cuando nos enfermábamos no nos dejaban ir al hospital y nos daban una bolsita de pastillas de colores en la oficina de la capataz”, relató el hombre. “Cuando tomás esas pastillas no tenés hambre ni sueño y seguís trabajando”, notó Oscar. Las pericias aún no determinaron qué tipo de medicamento o sustancia eran.
En algunas casillas, las camas son maples de cartones de huevo, acumulados uno sobre otro, y los muebles son jaulas de gallinas. A partir del allanamiento, fueron reparadas algunas viviendas que no contaban con ventanas ni ventilación, puertas internas o baño. Pero siguen teniendo frágiles instalaciones eléctricas y agua contaminada, describen. “Al agua le ponen un químico, que te quema la piel cuando lo tocás, para que no se tapen las caños de las tuberías de los bebederos de la gallinas”, revela Oscar.
Tras la denuncia realizada por Taboada, los trabajadores poseen documentación en regla, protección sanitaria y social, pero las condiciones de servidumbre persisten. “Se los blanqueó, pero ante la falta de control se mantienen las condiciones infrahumanas de trabajo en las granjas”, advirtió Sernani.
El Régimen Nacional de Trabajo Agrario, sancionado en 1980 con las firmas de Videla, Harguindeguy y Martínez de Hoz, no fija límites para el trabajo diario en el campo. Las entidades de la Mesa de Enlace votaron en contra de la jornada de ocho horas y a favor del trabajo “de sol a sol”, según lo evidencia de una recopilación de resoluciones de la Comisión Nacional de Trabajo Agrario, el ente que regula el trabajo en el campo y que integran empleados, empresarios y el Estado. En dicha recopilación, publicada por PáginaI12, figura la oposición sistemática de las cuatro cámaras rurales a distintos avances en materia de derechos laborales.
Sergio Daniel Núñez es sindicado como “el matón” por los trabajadores. Comunicado con un walkie talkie, recorre todas las estancias de la empresa avícola. “El siempre trata mal y amenaza a la gente”, denuncia Elsa. Era el encargado de electrificar el perímetro. “No tiene peligros para las personas, ya que solamente da una picana tipo cosquilleo”, declaró ante la Justicia, según consta en el expediente de la causa. El matón mantiene una férrea disciplina en los galpones para cumplir la producción exigida por la empresa rural. “Cuando los contratan, las mujeres los tienen que ayudar y se le paga un plus a fin de mes, pero los menores trabajan porque sus padres se lo solicitan”, argumentó Núñez.
Por su parte, el subteniente Carbonel del Destacamento Policial de Zelaya, partido de Pilar, custodia las oficinas de Nuestra Huella, en Pilar. “Una vez faltaban huevos en la granja y vino Carbonel y nos decía, mostrándonos su pistola, que nos iba a fajar si nos veía robando un huevo”, revela Elsa.
Informe: Esteban Vera.
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