Vie 11.10.2002

SOCIEDAD  › SOBREVIVIENTES DE LA TRAGEDIA DE LOS ANDES RECUERDAN LA EXPERIENCIA

Treinta años después de la peor pesadilla

Viajaron a Chile, donde se reunirán para disputar el partido que treinta años atrás el accidente impidió. Y vuelven a recordar los 72 días que pasaron entre los restos del avión y a los amigos que murieron. “Están dentro nuestro, su espíritu, sus ganas”, cuentan.

› Por Alejandra Dandan

Los conocieron por Viven, el grito que recibieron cuando reaparecieron después de estar 73 días perdidos. Eran un grupo de rugbiers uruguayos, parte de una delegación que viajaba a Chile para un partido amistoso. El avión cayó en la cordillera de los Andes después de una escala en Mendoza. Quienes se salvaron sobrevivieron alimentándose de sus compañeros muertos. Esa historia estremeció alguna vez al mundo. El domingo habrán pasado treinta años del viaje, de la caída y del partido pendiente. Catorce sobrevivientes mañana estarán en el campo de Old Grangeonian Club de Santiago para saldar la deuda. El partido será un homenaje para los chilenos que colaboraron en el rescate y también para sus compañeros muertos: “Es que vivimos gracias a ellos –dice ahora Gustavo Zerbino–, están dentro nuestro, está su espíritu, su sangre, sus ganas”.
Pasaron treinta años y en estos años ellos hablaron, repitieron y se acordaron de cada hora de su historia. Aún así, aquel agradecimiento a la parte del equipo de rugby que ya no está sigue estremeciendo a Gustavo y a quienes lo escuchan. Entre los 45 pasajeros del vuelo Fairchild FH 227 D despedazado en tierra, hubo 32 que resistieron la caída, el fuego, la nieve y el frío de las primeras horas. Pero al cabo de los 73 días de frío y avalanchas de nieve, los vivos fueron sólo 16.
Para todos este viaje es un hito, una suerte de reencuentro con su historia vista treinta años después. No es la primera vez que van a Chile, ni la primera vez que reanudan los encuentros con los equipos del Old Boy’s, con quienes debían jugar en octubre del ‘72 el partido por la Copa Amistad. Cuatro años después del accidente, esos encuentros se reanudaron y ahora se repiten todos los años en uno u otro país con las camadas juveniles. Pero esta vez, lo distinto es el aniversario y además que en el partido jugarán los veteranos: “Todos –dice Gustavo– los 14 que estábamos arriba del avión, con el hijo del Coco Nicolich, uno de los muertos”. Como en una revancha contra el tiempo o contra la historia, los quince estarán el sábado a en el campo del Grangeonian con la camiseta de su equipo: el Colegio Old Christians.
“Y... estamos un poco nerviosos pero no tanto por el partido –sigue Gustavo–, por el viaje. Por suerte ya llegamos: porque las estadísticas nunca están en lo cierto y pueden repetirse”. Con los veteranos viajan otros equipos del Christians y además están los hijos y mujeres de los muertos. Ayer a la tarde, todos esperaban a uno de los que todavía no superó el pánico ni el trauma del avión: “El Pancho Delgado, pero me dijeron que ya está con el auto en Mendoza –dice Gustavo–: viene con la esposa y los hijos en camino”.
A la cita faltarán dos de los 16 vivos: uno es Fernando Parrado, considerado esencial en esa suerte de pelea que dieron con la sensación de la muerte encima. “Todavía sentís como si a cada rato estuvieses a punto de perder la vida porque crees que en treinta minutos podés estar entre otro de los muertos”, sigue contándole Gustavo a Página/12, esta vez mientras organiza sus próximas horas desde un rincón del Sheraton San Cristóbal, en Santiago.
Fernando Parrado, aquel que no viajó, está en Los Angeles y aunque suele reunirse con sus antiguos compañeros de viaje, nunca regresa a Chile para estas fechas. Tampoco lo hizo Roberto Francois, pero sí en cambio está ahí Moncho o Ramón Saella. Moncho fue uno de los que viajó en el ‘72 seducido por la invitación de una amigo. No jugaba al rugby ni conocía a los que iban: “Y de repente cuando pasó todo, me encontré solo, perdido. No tenía idea de quién era el 95 por ciento de los que viajaban, no conocía a nadie, y alrededor mío todo era destrucción, muerte, hierros retorcidos, fuego, dolor”. Tenía 21 años, ahora tiene 51. Mañana también estará jugando en la cancha. Es su forma de agradecerle a los chilenos por la bienvenida del día del rescate. Fue el 22 de diciembre del ‘72, había pasado tres meses de “sentir que no había forma de entrar el calor, decaminar kilómetros sin abrigos, con un saquito, con sed, ingeniándonos como podíamos para no congelarte”. Cuando volvieron, encontraron a cientos de chilenos que corrían a verlos. Y entre ellos, los más pobres: “Los crotos –dice él– que estaban peor que nosotros y se sacaban lo que tenían para acercarnos un cigarrillo, unas sandalias, lo que sea. Y lloraban y lloraban y esas cosas ¿qué querés que te diga? No se te borran de la memoria”.
Antes de abandonar Uruguay, el presidente Jorge Batlle saludó a la delegación. Entre ellos también a Carlitos Páez Vilaró, el hijo del artista plástico uruguayo dueño de Casa Pueblo de Punta del Este. Vilaró fue uno de los padres que esperó el rescate. Mientras lo hacía usaba la luna: “A la luna como micrófono para trasmitirle a mi hijo –dice–, que del otro lado la estaba viendo. Me servía de espejo para que supiera que lo estaba buscando”.
La odisea de los Andes fue se popularizó por el libro Viven de Piers Paul Read. El libro fue traducido en 14 idiomas y disparó el rodaje de la película del mimo nombre. Y esa palabra pesa fuerte aún entre los veteranos: “Increíblemente –dice Moncho– salimos, pero en esos 73 días ese lugar se convirtió en nuestra casa”.

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