Vie 27.03.2009

SOCIEDAD  › EN LA VILLA 3, DE SOLDATI, EL GOBIERNO PORTEÑO NO CUMPLE CON UNA MEDIDA JUDICIAL

Siete plagas en un barrio abandonado

La Ciudad demolió viviendas en una manzana del barrio, hace cinco meses, pero dejó los escombros, que se convirtieron en basural. Ahora, los vecinos que siguen viviendo allí, muchos de ellos niños, tienen serios problemas de salud.

Sarna, asma, enfermedades de la piel, mal de Chagas, parásitos, diarreas, anemia. Y su contrapartida: nebulizadores, medicamentos e internaciones hospitalarias. En el barrio Fátima (Villa 3), de Villa Soldati, la acumulación de basura y materia fecal, las plagas de roedores y cucarachas, la contaminación del agua y el aire viciado, producto de montañas de escombros de las viviendas precarias demolidas por la promesa urbanizadora del gobierno porteño hicieron de la manzana 5 un lugar inhabitable. Un fallo judicial, en enero, obligó a la ciudad a sanear la manzana, pero la medida no se cumplió. Según un informe realizado por personal del Hospital Piñero, existen 36 casos de patologías graves y de las 155 personas relevadas en esa zona, 65 son menores de 14 años.

En el cruce de Mariano Acosta y avenida Riestra, a metros de las vías del Premetro, nace el barrio Fátima. Geografía de casillas de madera o chapas y pasillos de tierra. “El problema parece invisible. La zona de escombros está en medio de la manzana y ni siquiera lo alcanzan a ver las personas que pasan por las inmediaciones de la villa.” La hermana María vive en el barrio desde su reconstrucción en los ’80 y cada tarde, desde el inicio de las demoliciones, recorre las 20 viviendas que aún quedan en pie en esa manzana “para saber cómo están las familias que todavía viven ahí. Porque aunque no se vea, las consecuencias son dramáticas”. Las viviendas fueron demolidas porque a sus habitantes se les otorgaron nuevas casas, pero en la manzana quedaron unas 20 casillas entre los escombros.

A pesar de sus más de 75 años, María camina por el terreno convertido en basural con asombrosa habilidad. “Es la costumbre”, reconoció y continuó su marcha. Verónica Jiménez, que vive con cuatro de sus cinco hijos, es la primera vecina en la lista de visitas. En días soleados, el agua acumulada en el precario patiecito llega a tapar los pies, las paredes literalmente transpiran humedad y como medianera trasera una montaña de basura despide un aroma nauseabundo. Juan Manuel es el menor de los cinco. Con un año y medio, las nebulizaciones le son cotidianas. Tanto, que cuatro veces por día toma el respirador con sus manos y “solito está más de media hora inhalando corticoides, después se duerme”, relató a Página/12 su mamá. Le diagnosticaron asma al nacer, pero cuando empezó la demolición la enfermedad se agravó: “En lo que va del año, estuvo internado en terapia intensiva cuatro veces. Los médicos del Piñero me dijeron que cada vez que haya humedad o llueva va a tener estos problemas, porque con los olores y el polvo se pescó un virus en los pulmones”, detalló Verónica.

La casa de los Juárez es la única del pasillo y sus vecinos son las plagas: “Con el calor del verano, empezamos a ver las ratas, las cucarachas voladoras y muchos mosquitos”. Anahí tiene 12 años e infinidad de manchitas en sus brazos. Los médicos le diagnosticaron escabiosis, lo que vulgarmente se conoce como sarna. “Primero me empezaron a picar las piernas y mi mamá me llevó a la salita –contó Anahí–. Pero al otro día, a mis otros tres hermanos (Valeria, Angel y Juan Manuel) también les apareció el sarpullido. Entonces tuvimos que ir al hospital.” Además de la medicación para apaciguar el ardor corporal de sus hijos, Verónica debió guardar, durante una semana, ropa, sábanas y toallas en distintas bolsas para erradicar la enfermedad.

A pocos metros de avenida Riestra, tras dos estrechos pasillos, viven Selva Vera, sus tres hijos y cuatro familias más. El olor a humedad y cloacas hacen de su casita de dos pisos un lugar inhabitable: “Como todo el tiempo tengo las paredes, la ropa de cama, el sillón y los muebles mojados, a los chicos no les gusta estar adentro y salen a jugar por el barrio”, reconoció Selva.

El juego predilecto de los niños era el basural de escombros. Hasta que a Sebastián, el hijo más pequeño de Selva, “lo picó un bicho. Cuando llegó sólo tenía un granito. A los días, la cara se le deformó: eran todas ronchas enormes con pus”. Los médicos le dijeron que la enfermedad era muy contagiosa y peligrosa. “Durante 20 días el nene y yo estuvimos internados en el Piñero.”

“Visitar las casillas del barrio es hermoso, pero desesperadamente desolador: cada dos por tres un niño se enferma por falta de higiene”, concluye la hermana María al fin del recorrido. Después de cinco meses en esas condiciones, el asesor tutelar, Gustavo Moreno, pidió que se multe al Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) y a la Unidad de Gestión e Intervención Social (UGIS), responsable de las obras en las villas, por el incumplimiento.

Informe: Mariana Seghezzo.

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