Sáb 02.11.2002

SOCIEDAD  › ECHARRI CONTO COMO FUE SU SECUESTRO

“Me trataron bien”

Fue más crítico con la situación del país que con sus captores. Dijo que hay que preguntarse el porqué de la inseguridad. Antonio Echarri hasta confesó que tuvo el síndrome de Estocolmo.

Fue como si naciera una estrella. Ayer el protagónico lo tuvo que asumir, con frescura, frases cortas y opiniones tajantes, Antonio Echarri, el padre de la estrella de cine. Pero el tramo que más impresionó fue esa confesión de secuestrado que Antonio hizo ante los medios: “Me pasó sentir el síndrome de Estocolmo: con el último pibe que estuve nos protegimos el uno al otro. Cuando yo me quebré al verlo a Pablo en la tele, el pibe se quebró conmigo”, contó. Antonio Echarri apuntó ayer no a los delincuentes que integraron la banda que lo raptó sino a las causas más complejas que han multiplicado los índices de violencia durante los últimos años. “La Argentina le vendió el alma al diablo por el dólar a un peso”, fue una de las frases críticas con la situación económica y social directamente relacionada con la crisis de inseguridad bonaerense. Convencido de que hay que preguntarse por “la raíz” de los motivos por los cuales la violencia crece en esta sociedad, Echarri dijo: “Estamos en Argentina, en este lugar, porque perdimos diez años pensando qué podíamos comprar con el dólar que valía un mango, que todo era barato, y mirá”.
Echarri padre fue generoso ayer con los medios que montaron guardia en la puerta de su casa de Villa Domínico. Pasado el mediodía, distendido, con una remera a rayas grises y blancas y un jean, campechano y directo, contestó algunas preguntas. Pero fueron pocos minutos: Pablo salió de la casa con una remera de mangas amarillas que decía “Río” y de a poco lo arrastró nuevamente hacia el calor de hogar donde Antonio quedó descansando tal como se lo indicaron los médicos tras su cautiverio. Durante la mañana había expresado sus críticas con un sector de la prensa que llegó a emitir una grabación en la que supuestamente se oía su voz. “Por dos puntos de raiting hubo gente que vendió mi imagen y la tranquilidad de mi familia –dijo–. El segundo mensaje se demoró unos días. Para colmo, pasaban algunas noticias idiotas, se decían gansadas que se dicen continuamente, y mi familia sufría y yo sufría”.
Durante su secuestro, a Antonio se le garantizó la mínima comodidad y el acceso a la información de los medios a través de un televisor en blanco y negro en el que seguía su propio caso. “Se cometieron excesos indignantes, ridículos, que fueron indignantes hasta para los secuestradores, que algunas veces pateaban las sillas al ver que se decían semejantes mentiras”, contó. Y esa bronca era compartida con ellos, con quienes, aseguró, tuvo un buen raport durante los seis días en que estuvo encerrado. “La relación que tuve con los secuestradores, fuera de la cabronada que hicieron, fue excelente”, remató ayer en una de las entrevistas de un buen humor a prueba de todo.
El síndrome de Estocolmo, el nombre con el que los especialistas denominan la identificación o empatía entre secuestrador y secuestrado, fue asumido como algo que le ocurrió sin demasiado conflicto por Echarri. Aunque no quiso revelar detalles de su secuestro para “no entorpecer” la investigación, Antonio dejó claro que desde el primer momento recibió la medicación que necesitaba, que fue bien alimentado y hasta podía bañarse cuantas veces quisiera. Nunca lo golpearon, ni cuando le pusieron una mano en un hombro y lo obligaron a subir a un auto la mañana en que se lo llevaron del kiosco de diarios que ahora dejará de atender personalmente.
“No tengo nada qué decir en cuanto al trato de esa gente, dentro de lo que hicieron se comportaron bien conmigo”, insistió al defenderlos.
“No sé hasta qué punto hablar de profesionalismo, porque por ahí aparece un pibe de la sexta y juega mejor que el titular, no sé desde qué punto se mira el profesionalismo”, contestó Echarri al ser consultado por el nivel de los delincuentes. La calidad técnica de los delincuentes finalmente terminó siendo definida por el secuestrado como buena: “Para mí, por el trato, fueron profesionales”. “Nunca ejercieron violencia contra mí”, contó y aseguró que jamás amenazaron con matarlo. “No tengo nada qué decir sobre la parte humana –los defendió–, me dieron de comer lo que tenía que comer, me hicieron hacer la dieta, no me ataron, no me amordazaron y el mejor colchón de la casa era para mí”. Antonio tuvo miedo, contó, cuando la “bendita policía” –así definió a los que lo rescataron– entró a la casa donde lo guardaban. La actitud de los uniformados, dijo, fue “maravillosa, extraordinaria, excelente, de primera, han venido policías a rescatarme con lágrimas en los ojos, eso a mí me conmovió muchísimo, me abrazaron”. El chico con el que compartió las lágrimas al escuchar el pedido desesperado de su hijo a los medios y la policía fue quien le indicó que se refugiara en un rincón para protegerlo de los tiros. Faltaba poco para que lo liberaran cuando conversó con él. “Aconsejé al pibe que me tenía (secuestrado), le hablé... el pibe cuando yo lloraba, que me quebraba por ver noticias en la tele y ver a mis hijos, lloraba conmigo”. Para explicarse mejor dijo: “No sé... no cualquiera llora... no es fácil llorar, lo fácil es reír, entonces cuando al pibe lo vi con lágrimas en los ojos me pareció que al final de cuentas no era mala persona, era un buen ser humano dentro de las macanas que estaba cometiendo”.

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