SOCIEDAD › UN SIMULACRO DE ACCIDENTE ENTRE DOS SUBTERRANEOS
› Por Emilio Ruchansky
Julián está tirado en el piso de un vagón del subte detenido en la estación Caseros de la nueva Línea H. De su abdomen sobresale una barra de acero, alrededor hay una gran mancha roja. Parece herido, pero no para de reírse. Por su lado pasan de largo un paramédico, mientras un agente de defensa civil saca fotos. Por el andén vienen y van policías, bomberos, agentes de la Cruz Roja. Faltan sólo cinco minutos para que comience un simulacro de choque de subtes y, hay que admitirlo, la escena es rara. En total participan 350 personas que buscan coordinarse y criticar lo hecho después.
Pasada la medianoche de ayer, y tras un bocinazo, comenzó la séptima hipótesis de conflicto hecha en tiempo real para evacuar a los heridos sobre los supuestos de que al momento del accidente viaje esa ínfima cantidad de pasajeros. Pasan cuatro minutos y aparecen los boleteros acompañados de dos policías que bajan las escaleras sin mucha prisa. “Me estoy muriendo”, se oye en ese mismo instante. Un minuto después se corta la luz y se prenden algunos focos de emergencia. Los boleteros ayudan a salir a los supuestos heridos, los policías tienen guantes de látex puestos y les toman el pulso a las personas que tienen los ojos cerrados, entre ellos, Julián, el pibe que antes se reía.
En el medio del caos, y con pecheras que dicen “veedores”, varias personas recorren el vagón para controlar lo hecho. A los 10 minutos aparecen los bomberos de la Policía Federal del cuartel segundo de Parque Patricios. Los pasajeros que según el libreto no se pueden mover piden a gritos la presencia de los médicos del SAME. “Ya vienen, vienen en cinco minutos”, mienten los boleteros. Sobre el andén, un pibe se desquita con un policía diciéndole: “Andá a ayudar a los que se están muriendo, ¡boludo!”. El policía le sonríe, cabizbajo.
Diez minutos después aparecen los agentes de Defensa Civil y los médicos. Estos últimos deben clasificar a los heridos según la gravedad, mientras que los primeros deben cargarlos en las camillas y llevarlos afuera. “¡Necesito un cuello!”, pide uno de los doctores, en referencia a las cuelleras, y grita: “¿Dónde está la gente que tiene que estar?”. Detrás, por los parlantes de la estación se escucha un mensaje grabado: “La Línea H está sufriendo desperfectos. Sepan disculpar las molestias ocasionadas”.
Sobre el andén de enfrente, los médicos forenses cubren el piso con un plástico negro y ponen cartelitos para clasificar a los muertos. A pocos metros, sobre ese mismo andén están los operarios, la prensa y el personal de limpieza. Uno de ellos dice: “Nosotros somos las verdaderas víctimas, porque vamos a tener que limpiar todo este quilombo”.
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