SOCIEDAD › CASI CIEN PAGINAS DEL FALLO LA SEÑALAN COMO EL FACTOR DETERMINANTE
Las condenas a Chabán y Argañaraz se basan en parte en la simple presencia de bengalas y cohetes en un local cerrado. Humo y estallidos eran, según los jueces, “la impronta” de la banda, que vendía el show de su público.
› Por Carlos Rodríguez
La forma que ingresó la pirotecnia al boliche Cromañón la noche del 30 de diciembre de 2004, la presencia de material inflamable en el techo del local, el exceso de concurrentes y la ausencia de medidas efectivas de seguridad, fueron confirmados –en más de cien páginas de la parte resolutiva del fallo– como los factores determinantes que provocaron el incendio y la tragedia que terminó con 193 muertes. En la cuestión relacionada con el ingreso de pirotecnia y el papel preponderante que jugó, se basa parte de los fundamentos que llevaron a las condenas, no sólo de Omar Chabán (20 años de prisión) sino también de Diego Argañaraz (18 años de cárcel), manager del grupo Callejeros. “Y bueno, Callejeros es así”, fue la respuesta que Argañaraz le dio a una testigo, que declaró en el juicio, cuando ella le advirtió –antes del desastre– sobre la “inconveniencia de que el grupo brindara recitales en lugares cerrados”. Los jueces señalaron que el show de bengalas era “la impronta” que el manager quería darle al grupo, por entender que “ya no sólo se vendía a Callejeros por su música” sino también “por el espectáculo de la gente”.
La testigo Aldana Aprea declaró que en los recitales de Callejeros del 28 y 29 de diciembre de 2004 “se encendió mucha pirotecnia y prácticamente no se veía nada”. Datos similares aportaron otras doce personas que declararon en el proceso. Sobre el show del 30 de diciembre, se dijo que se encendieron elementos de pirotecnia incluso en la actuación previa del grupo Ojos Locos. Ese día se prendieron “bengalas de diversos tipos, foguetas tres tiros, petardos, baterías y candelas” dentro del local. Las pericias realizadas por los bomberos determinaron que en Cromañón no podía utilizarse ningún tipo de elemento de pirotecnia.
“La totalidad del material (de pirotecnia) secuestrado dentro del local fue considerado por los expertos (como) de riesgo limitado”, pero a pesar de eso “este (material) debía ser detonado en lugares abiertos y alejado de personas y de fuentes combustibles”, según dice el fallo. Luego se hace un análisis de las medidas de seguridad que se tomaron, por parte de los organizadores, para impedir el ingreso de pirotecnia.
Se admite que en el local había carteles “de prohibición de ingreso de pirotecnia” y que hubo “cacheo de los asistentes en el acceso al local”. Más de 20 personas declararon que les revisaron “hasta las zapatillas”, aunque un número similar de testigos advirtieron que el control fue “arbitrario” porque fue “selectivo” y que, incluso, hubo “personas que ingresaron al lugar por lista de invitados que no fueron revisados”. Del mismo modo, tampoco fueron objeto de cacheo los equipos de sonido ni dos mochilas con las que ingresó al local un “plomo” de la banda.
Los jueces aclararon, no obstante, que “no se pretende afirmar que la pirotecnia que se accionó el día 30 ingresó a través de los músicos o sus allegados, extremo que no se encuentra acreditado”. Sólo se pretende “evidenciar un punto más que resalta lo inadecuado que fue el control tendiente a su secuestro” antes del ingreso al boliche. Igual se dejó constancia que también hay datos que indican que hubo ingresos por “cortesía”, dado que el propio Chabán, integrantes de la banda o personas de mantenimiento se acercaban a la puerta para facilitar la entrada de personas conocidas suyas.
Juan Carlos Blander, gerenciador del boliche El Hangar, dijo en el juicio que en ocasión de un recital de Callejeros en ese lugar tuvo “fuertes altercados” por oponerse al ingreso de pirotecnia. En la causa se incorporaron anotaciones de puño y letra de Argañaraz, secuestradas de una agenda que tenía en su casa. Anotó sobre el recital del 21 de febrero en El Hangar: “Entra B. Palo. Bengala (con cuidado)”. Eso le hizo concluir a los jueces que “Argañaraz controlaba y decidía el tipo de pirotecnia que iba a aceptar en el show”.
El imputado Raúl Villareal, en su indagatoria, sostuvo que “Diego (por Argañaraz) suponía que si no había bengalas no era un show de Callejeros (...) la banda para el recital que brindó en Excursionistas invirtió seis mil pesos en pirotecnia, dato comprobado en el expediente, pues allí, para reforzar la imagen que Argañaraz pretendía consagrar en el público, se les brindó ‘un show de pirotecnia’”.
Una testigo se refirió también a la relación que el manager tenía con dos grupos de fans de Callejeros, “La familia piojosa” y “El fondo no fisura”. Por esa razón, “tres o cuatro integrantes de ‘La familia piojosa’ figuraban siempre en la lista de invitados y también se facilitaba el ingreso a los ‘El fondo no fisura’ abonando la entrada sólo por la mitad de la gente que llevaba”. Argañaraz “permitió a integrantes de ‘La familia piojosa’ ingresar con dos bolsos llenos de bengalas y tres tiros” en el ya citado recital en Excursionistas.
Un testigo sostuvo que, después del incendio en Cromañón, recibió amenazas por sus declaraciones respecto de las bengalas que ingresaban esos dos grupos. Esa persona le pidió ayuda a Argañaraz, quien le respondió que “iba a hablar con ‘su gente’ para que no vuelvan a ocurrir” las amenazas. La persona que las recibió interpretó que era obvio que Argañaraz se refería a los dos grupos de fans mencionados.
El informe de Bomberos, posterior al siniestro, concluyó que “la totalidad de los elementos pirotécnicos secuestrados son idóneos para producir un foco ígneo, particularmente sobre elementos de bajo punto de ignición tales como los materiales combustibles involucrados”, en referencia a la espuma de poliuretano, la “guata” y la fibra sintética de la “media sombra” que provocaron las llamas y el humo tóxico que provocó las 193 muertes.
En el fallo se recuerdan, a través de distintos testigos, situaciones similares que se vivieron en el local durante un festival en el que la principal atracción era el grupo Jóvenes Pordioseros. El 30 de diciembre de 2004, la situación se desbordó a partir de la presencia de más de 4500 jóvenes en un lugar cuya capacidad era de 1031 personas. A eso se sumaron las puertas cerradas y el descontrol de una situación inusitada. Un testigo, cuando se abrieron las puertas, vio “una pared humana” de dos metros de jóvenes entrelazados, algunos con vida, a los que hubo que asistir porque “no podían valerse por sus propios medios”.
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