Dom 20.12.2009

SOCIEDAD  › EL CANCILLER TAIANA, TAJANTE SOBRE EL FRACASO DE LAS NEGOCIACIONES EN LA CUMBRE SOBRE EL CLIMA

Fue por culpa de los “países desarrollados”

Para el jefe de la delegación argentina, la reunión no fue democrática, no respetó los mecanismos debidos y fue un intento de imponerles una agenda a los países en desarrollo. El G-77 y las negociaciones a puertas cerradas.

› Por Cledis Candelaresi

Desde Copenhague

“La reunión de la COP terminó en un fracaso porque no se lograron los compromisos correspondientes de los países desarrollados para reducir sus emisiones y transferir tecnología con miras a la adaptación y mitigación del cambio climático. Fracasó por responsabilidad de los países desarrollados, que defraudaron la expectativa de la humanidad respecto de afrontar las consecuencias del cambio ambiental porque no lograron imponer una agenda a los países en desarrollo. También fracasó porque no respetó los mecanismos de participación y transparencia democrática que requiere una Conferencia como ésta.” El drástico balance fue el resumen del canciller Jorge Taiana ante Página/12 de la Cumbre sobre Cambio Climático.

Antes de regresar a Buenos Aires, Taiana, que encabezó la delegación argentina a Dinamarca, dijo que los países desarrollados mostraron “una vez más su poca disposición a cumplir lo que ya estaba establecido en la Convención sobre Cambio Climático y en el Protocolo de Kioto, cuando son los responsables históricos del 75 por ciento de las emisiones de gases con efecto invernadero”. El canciller agregó “que el acuerdo celebrado a puertas cerradas entre Estados Unidos, primer país contaminante, China, el segundo, India y Sudáfrica apenas desbloqueó uno o dos puntos de acuerdos entre esos países y no colmó las expectativas”. Fue por eso que “el plenario reaccionó y quedó la fórmula ‘toma nota’ del documento, que formalmente significa que lo rebaja como tal”, explicó.

Para Taiana, este final tan deslucido deja a la vista dos problemas, “uno de contenido, ya que estuvo por debajo de las expectativas con respecto a definiciones concretas sobre porcentajes de reducción de emisiones y fondos para los países pobres; y otro “de procedimiento, porque no fue un ejercicio ni de participación, ni de democracia, ni de transparencia”.

“El intento de debilitar el Protocolo de Kioto en cuanto a la definición de metas de reducción de gases contaminantes muestra la dificultad que van a afrontar las futuras reuniones” internacionales, evaluó el canciller. Como aspecto positivo, Taiana destacó que “los países industrializados no lograron hacerles cumplir el papel que querían a las naciones pobres o en desarrollo, que consistía en devaluar Kioto, establecer compromisos obligatorios para los países emergentes e imponer convenios paraarancelarios. Pero no pudieron subordinar a todo el mundo e imponer su estrategia de contener a los países en desarrollo para que no les resulten competitivos”.

Argentina sostiene que son los países industrializados los que tienen que hacer los mayores esfuerzos y facilitar el financiamiento para mejorar el efecto del recalentamiento global y la adaptación a tecnologías limpias. Esa visión hermana a la Argentina con la que expresó el G-77 a través de su presidencia, a cargo de Sudán, y con las críticas que expresaron otras naciones latinoamericanas que objetaron públicamente el precario acuerdo tejido, entre otros, por el principal socio del Mercosur. Brasil, vale decirlo, es un jugador de otra envergadura en esta partida. Básicamente por el peso relativo de su economía y consiguiente capacidad contaminante. Pero también porque no podría sustraerse a la discusión internacional sobre el futuro del Amazonas, uno de los principales pulmones del planeta.

Copenhague consolidó un cuadro diferente de relación de fuerzas entre los países. El de “los ricos” ya no puede imponer sin vueltas sus criterios al de “los pobres”. Pero esos dos bloques, identificados como tales en el Protocolo de Kioto y con posiciones bien diferenciadas, tras esta singular Cumbre muestran algunas fisuras.

En su discurso del viernes al mediodía, Inácio Lula da Silva se erigió en el principal defensor de los intereses de los países subdesarrollados, al enfrentar las pretensiones del otro bando de imponer condiciones adversas al grupo. Sin embargo, al rato fue uno de los más activos coautores del documento que Barak Obama redactó junto a China –segundo contaminador del planeta y desvelo de la administración norteamericana–, India y Sudáfrica y que fundó el rechazo del G-77 como bloque.

El otro bando, de las naciones ricas, también pareció sufrir un cimbronazo. Los europeos no pudieron en primera instancia dar su respaldo pleno a una declaración de principios que Estados Unidos arregló con aquel núcleo de naciones emergentes. Ellos son los que amagaron hasta ahora con las propuestas más generosas para recortar emisiones y poco les simpatiza que Washington se suba al tren años después y con promesas que son nimias frente a las acciones ya encaradas por los europeos.

Falta mucho para el final de esta película. En las próximas semanas todas las naciones tendrán que presentar su propuesta de reducción de emisiones, forzosas para los ricos, voluntarias para los pobres. Al fin de 2010 la partida grande se jugará en México, con la COP 16. Pero antes, posiblemente al concluir el primer semestre, podría haber una nueva gran reunión que trate de arrimar posiciones.

No es una exageración de las organizaciones ambientalistas decir que está en juego el futuro del planeta. Según acuerda la comunidad científica, si la tierra sigue subiendo la temperatura a este ritmo, gran parte de los PBI del mundo puede evaporarse.

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