SOCIEDAD • SUBNOTA › CRONICA DEL ULTIMO DIA DE NEGOCIACIONES DE APURO
› Por Cledis Candelaresi
La nieve se convertía en hielo en el frío amanecer, cuando parte del exhausto plenario de delegados de Naciones Unidas estalló en una especie de ovación cuando el primer ministro de Dinamarca, Lars Lokke Rasmussen, anunció que “la Conferencia decide tomar nota del Acuerdo de Copenhague del 18 de diciembre del 2009”, clausurando provisoriamente un proceso difícil y tortuoso que terminó en fracaso. No hubo ni rechazo ni aprobación plenaria en los términos legales requeridos, sino apenas ese atajo para pronunciarse de un modo precario y descomprometido sobre el acuerdo general que horas antes Barack Obama cerró con las principales economías emergentes del mundo, China, Brasil, India y Sudáfrica. Aun así, ese papel con correcciones hasta último momento se transformó en la base para continuar la discusión sobre qué hacer para controlar del cambio climático y las transformaciones económicas a que éste obliga en un marco de nuevas relaciones de poder en el mundo.
Nada fue como se pensaba. A pesar de la intervención de la plana mayor de los políticos del mundo, no hubo un tratado sustituto del protocolo de Kioto que obligara a las naciones ricas, prioritariamente, y a las otras, subsidiariamente, a recortar sus emisiones de carbono, y que formalizara un fondo con suficiente dinero a aportar por los países desarrollados, con el fin de auxiliar a los subdesarrollados en su adaptación y combate del calentamiento. Lo que pudo hacer el presidente de los Estados Unidos, junto a los de China, India, Sudáfrica y Brasil, fue esbozar un plan de acción que debe pulirse en el futuro y acordado en reuniones cerradas. Desde el punto de vista formal, ese papel generado en bambalinas tiene un status legal indefinido y su validez resulta dudosa, ya que desoye el mandato de la ONU de generar acuerdos por consenso. Pero ganó el respaldo político de gran parte de la comunidad internacional, lo que lo transforma en una plataforma para seguir la discusión.
Los delegados de Venezuela, Bolivia, Cuba, Ecuador y Nicaragua, y los de varios países africanos denunciaron durante el plenario que no se podía convalidar un documento generado en aquellas precarias condiciones, amén de oponerse al contenido. Básicamente, porque no impone obligaciones en firme para que los desarrollados recorten emisiones, ni los fuerza a cumplir un cronograma de desembolsos suficiente para los países en desarrollo. Nadie los replicó fundadamente. Pero esas voces díscolas quedaron acalladas cuando el titular de la ONU, Ban Ki Moon, calificó el documento como “un comienzo esencial”. Minutos antes, los jefes de la delegación europea habían dado su tardío y dudoso apoyo, reconociendo que era mejor que nada.
Las febriles negociaciones empezaron cuando ya había llegado a Copenhague un número importante de presidentes en busca de la foto que no pudo ser. Nicolás Sarkozy impulsó la reunión nocturna y la primera ministra de Alemania, Angela Merkel, reclamó a primera hora de la mañana siguiente que todo estuviera listo para cuando llegara Barack Obama. Pero el presidente de los EE.UU. tuvo que trabajar a la par hasta la noche del viernes, porque era imposible quebrar la resistencia de China y Brasil –voceros de la defensa de los intereses de los subdesarrollados–.
El precario acuerdo del que la ONU “tomó nota” les sirve a los grandes porque la resolución es mucho más liviana de la que podría haber consagrado un tratado en los términos que se insinuaban durante las negociaciones a nivel técnico. Y también para probar su vocación de cuidar el planeta, en particular frente a su electorado. Finalmente, resultó una herramienta útil para tender líneas con los grandes países emergentes que integraron aquella mesa chica junto al titular de la Casa Blanca.
Y para el grueso de las naciones subdesarrolladas, la ambigüedad del texto generado tiene sus modestos réditos. Al menos porque alejó la amenaza de que prosperase alguno de los borradores que la presidencia de la COP 15, a cargo de Dinamarca, trató de impulsar. Esos papeles resultaron irritantes para el G-77 más China, entre otras cuestiones porque postulaba un proceso de verificación sobre sus modos de producir y administrar los recursos destinados a limpiar sus economías que veían como lesivo de su soberanía.
Nadie está satisfecho con el resultado de la Cumbre de Copenhague. Menos el país anfitrión, cuyo gobierno tendrá que rendir cuentas por las torpes maniobras de imponer documentos que no podían surgir del consenso.
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