Vie 15.01.2010

SOCIEDAD  › SAQUEOS, CAóTICA DISTRIBUCIóN DE LA AYUDA Y CENTENARES DE CADáVERES EN LAS CALLES DE PUERTO PRíNCIPE

Ultimas imágenes de una ciudad destruida

En el Hospital Central, destruido, están sepultados médicos y pacientes. Allí se atiende y se opera a la intemperie. Miles de personas viven y duermen en la calle porque se quedaron sin nada. No hay agua, ni luz ni teléfono en toda la capital.

› Por Pedro Lipcovich

Tal vez una imagen visual: la de los pacientes que, internados en el Hospital Central de Puerto Príncipe, vieron derrumbarse el techo sobre sus cabezas y que ayer, abandonados, trataban de inyectarse calmantes ellos mismos antes de morir. Tal vez una imagen olfativa: olor de orinas de decenas de miles, a la intemperie en la principal avenida de la capital haitiana, sin comida ni luz y ya sin agua. Tal vez el desamparo de los chicos que sobrevivieron al derrumbe de las escuelas y están solos, sin sus padres. No, nada puede sintetizar ni dar idea de lo que pasa en Haití, porque se trata de una situación con raros antecedentes, si los hay, en la historia contemporánea: el derrumbe, no sólo de una ciudad, sino también del Estado, de la organización social misma de un país. Confluyen para esto por lo menos dos grandes factores: el primero y quizás el principal, la profunda debilidad previa de las instituciones y la infraestructura haitianas; segundo, el hecho de que el terremoto del martes, con epicentro en la capital, haya derribado físicamente la Casa de Gobierno, el Parlamento, los hospitales, y que entre sus víctimas se encuentre buena parte de los médicos, las enfermeras, los policías. El presidente haitiano instaló su despacho en el aeropuerto, por donde empezó a llegar la ayuda internacional.

“Hay más de cien personas sepultadas aquí”, decía, en la tarde de ayer, Louis Beauzier, estudiante de medicina, que desde hacía más de un día trataba de rescatar a sus compañeras de la Escuela de Enfermería de Puerto Príncipe. Sólo había encontrado cadáveres. Al igual que las cien enfermeras que tanta falta harían, muchos médicos habían desaparecido. “Algunos fallecieron. Otros están atendiendo a sus familias o a sus vecinos cerca de sus casas”, explicaba Givenson Foite, uno de los dos únicos médicos que atendían ayer entre las ruinas del Hospital Central de Puerto Príncipe: “No tenemos cómo operar, nada funciona. Habría que amputar a muchos para salvarles la vida”, murmuraba mientras trataba de sujetar con vendas el brazo roto de una nena de 10 años. Entre los restos del hospital, tirados en el suelo o en colchones, con las ropas ensangrentadas, decenas de heridos gritaban de dolor. Algunos procuraban inyectarse ellos mismos calmantes obtenidos en la farmacia del hospital. Otros morían desangrados ante sus seres queridos.

Miles y miles de personas convergieron en la avenida de los Campos de Marte, una de las principales de Puerto Príncipe. Los que habían podido salvar un pedazo de lona o de tela improvisaron toldos, cuyos colores brillantes se iban agrisando bajo el polvo que, tras el derrumbe masivo, no termina de aquietarse. Como tantos otros, Janvier, de 21 años, estudiante, ha perdido a un familiar, en su caso una hermanita de seis años. El miércoles, con la ayuda de sus demás hermanos, el joven penetró en un supermercado para conseguir arroz y agua, que la familia raciona cuidadosamente. La mayoría de los que acampan en la avenida no tiene nada que comer ni que beber.

Antes de la catástrofe, sólo la mitad de los haitianos contaba con agua potable y menos del 20 por ciento tenía servicios sanitarios. Tras el terremoto, el agua desapareció de las redes; hasta anoche tampoco había electricidad ni teléfonos ni transporte público ni alimentos. La avenida Campos de Marte olía fuertemente a polvo y orina. Crecía el calor y algunos bebían el agua sucia que había quedado en las fuentes públicas. “Si empezara a llover sería terrible, no tendríamos dónde refugiarnos”, decía Clarisse, de 30 años. La avenida, como todo Puerto Príncipe, estaba sembrada de cadáveres. Las autoridades hablaron de cincuenta mil, de cien mil, pero nadie está en condiciones de hacer una estimación. Anoche se registraban saqueos y se escuchaban numerosos disparos de armas de fuego.

El Palacio Presidencial y varios ministerios, el Parlamento, muchas escuelas y la mayoría de los hospitales se derrumbaron. Algunos ministros permanecían desaparecidos y el presidente, René Préval, había instalado su despacho en el aeropuerto. Es que la estación aérea de Puerto Príncipe –la pista permanece operable, aunque la torre de control fue inutilizada por el terremoto– ha venido a ser la sede de la única esperanza para los haitianos: la ayuda internacional (ver aparte). Esto era tangible en la avenida Campo de Marte: “Que alguien de algún lugar del mundo venga a socorrernos”, suplicaban al periodista extranjero; y muchos miraban al cielo, a la espera de los aviones salvadores.

Anoche un portavoz de las Naciones Unidas confirmó que por lo menos 36 miembros de su personal fallecieron: 19 militares de la Minustah (Misión de Estabilización de la ONU en Haití), cuatro policías y 13 civiles. Y hay 188 desaparecidos de la ONU bajo los escombros de su sede. Un equipo de socorristas franceses intentaba rescatar a unas cien personas atrapadas bajo los escombros del principal hotel de Puerto Príncipe. Los embajadores de España y Taiwan resultaron heridos y fueron evacuados. El personal de la embajada argentina resultó ileso pero está viviendo a la intemperie a causa del derrumbe de parte de la sede.

Según un estudio satelital efectuado por el Instituto Geofísico estadounidense, las ciudades más afectadas por el sismo fueron: Puerto Príncipe –“que se presenta como una ciudad muerta”–, Jacmel –“devastada en un 60 a 80 por ciento”–, Carrefour –“donde todo quedó destruido”– y Grand Goave –donde “el sismo fue extremadamente violento”–.

Para colmo, hubo alerta de tsunami: en la madrugada de ayer surgió el rumor de que una ola gigantesca se aproximaba y millares de personas, muchas con niños en brazos, corrieron por las callejuelas hacia la zona alta de Petion-Ville. Anoche, en la plaza de ese suburbio, centenares de personas, entre las ruinas y los cadáveres, cantaban: “Ségné vin sové nou”: “Señor, ven a salvarnos”, en créole, el idioma de los haitianos. Una procesión se abría camino, pegándose en los codos y en las rodillas con las manos, cantando “Adelante, soldados de Cristo”, gritando que la liberación se acerca.

Para colmo, ayer se registraron dos réplicas de 4,4 grados y 4,7 grados en la escala Richter, que no causaron mayores daños. El terremoto del martes superó los 7 grados en la misma escala.

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