SOCIEDAD › CRóNICA DE LA PRIMERA FIESTA DE CASAMIENTO ENTRE DOS HOMBRES EN LA CIUDAD
Fue una combinación de celebridades mediáticas, militantes y políticos que apoyaron la ley del matrimonio igualitario. Todos, invitados a la fiesta de Alejandro Vanelli y Ernesto Larrese. Hubo glamour, hubo diversidad y hubo celebración por el derecho conseguido.
› Por Soledad Vallejos
Los novios saludaron desde el escenario. A una semana de ser esposos ante la ley, Alejandro Vanelli y Ernesto Larrese seguían con sonrisas tan impecables como sus jacquets. Agradecieron a la diputada Vilma Ibarra (fundamental para los primeros pasos de la ley en el Congreso), de pie entre ellos, a la presidenta de la Federación Argentina LGBT María Rachid, que, a su lado, tomó el micrófono y celebró una vez más que en Argentina rija la ley de matrimonio igualitario. “La ley de la libertad”, definió. Vanelli hizo como que peleaba y sentó una discrepancia: es también, y quizá especialmente, “la ley de la felicidad”, por las puertas que ha abierto y las vidas cotidianas que ya empezó a transformar a menos de un mes de sancionada. Por consenso, ese cuarteto impensable sonrió y los aplausos estallaron entre una concurrencia tan diversa que de sólo estar viéndola permitía creerla: diputadas nacionales y porteñas, estrellas de la televisión, activistas LGBT, celebridades mediáticas, galanes y vedettes, juristas, empresarios del espectáculo, periodistas de alto perfil y hasta un ministro nacional. La alegría fue la contraseña para que el equipo de djs iniciara un non stop de éxitos que a las cinco de la mañana todavía causaba furor en la pista. Claro que la fiesta, oficialmente, había empezado a las once, de la manera más memorable: Vanelli y Larrese entrando a las corridas y de la mano para bailar felices como adolescentes, en el centro de la pista pintada con los colores del arco iris, el himno de Gloria Gaynor “I am what I am”.
Los rumores sobre la cantidad de personas invitadas habían escalado cada día de la semana. Llegado el momento, la ansiedad que esas apuestas habían despertado se notaba, no sólo en la fila de autos de los que bajaban famosos y no tanto engalanados en diversos grados, sino también en el remolino de fotógrafos que indicaba por cuál puerta del Espacio Darwin habían ido ingresando las celebridades. Adentro empezaba una noche larga. Del techo colgaba una jungla de inmensas flores de papel de todos los colores, que también destellaban en los arreglos de las mesas, algunas de las cuales encontraban sus elencos gracias a combinaciones irrepetibles. Por un azar, el matrimonio de Norma Castillo y Ramona “Cachita” Arévalo compartía cena con las vedettes Silvina Luna y María Eugenia Ritó, mientras a unos metros el jurista Andrés Gil Domínguez se excusaba por no llevar traje, “porque los uso todos los días”.
El arco iris había tomado por asalto la pista de baile, a la que todavía la concurrencia, entretenida en bocaditos varios, no se le animaba más que para charlar. Allí estaba el galán televisivo Gonzalo Heredia, en conversación animadísima con varios de los matrimonios que, a fuerza de amparos judiciales, fueron abriendo camino hacia la ley. Las bandejas con copas iban y venían, bajo el mar de bolas de espejos que se preparaban mientras Concha del Río (el personaje de Noralih Gago que, con espíritu de café concert, homenajea el glamour de las divas de teléfono blanco) subía al escenario. Poco después, una Big Band calentaba el ambiente. Entre la farándula que ya estaba en el lugar había cundido la pasión ante la política: el diputado Ricardo Cuccovillo se llevó más de una declaración de admiración por su participación durante el debate de la ley, y la onda expansiva llegó a sus colegas Juliana Di Tullio, Cecilia Merchán y Martín Sabbatella. Aun con paso raudo, la senadora María Eugenia Estenssoro hizo a tiempo para saludar al flamante matrimonio, lo mismo que el ministro Amado Boudou.
Cada tanto, desde la puerta llegaba el rumor de los fotógrafos que no podían pasar (el evento tenía exclusiva con una revista dedicada a las celebridades del espectáculo local), y algunos rezagados por los horarios de cierre de los teatros. A menos de un metro, el retratista de la fiesta pedía a algunas de las estrellas de la noche que se acomodaran ante el fondo colorado. Para desesperación de los organizadores, que iban y venían carpetas en mano sosteniendo conversaciones frenéticas handies mediante, el asunto se demoraba: nomás entrar, toda persona se abalanzaba sobre los recién casados para saludarlos. Mientras Damián Bernath y Jorge Salazar (la primera pareja que formalizó en la ciudad de Buenos Aires, gracias a la venia judicial) bromeaban acerca de la posibilidad de vender a otra revista las fotos tomadas con el celular, Alex Freyre y José María Di Bello (los primeros casados del país) hacían notar que no olvidaban a quienes los acompañaron estos meses, aunque no fueran amigos. “¿No ves que tenemos corbatas naranja?”, replicaban cada vez que fuera propicio recordar que ése había sido el color elegido por el Opus Dei para identificar la oposición a la igualdad. “Me vino a buscar a la facultad y me trajo la ropa. En el auto me cambié, ¿se nota mucho?”, preguntaba entre risas Matías Méndez, eternamente agradecido a la diligencia de su marido Alberto Fernández. No sin esfuerzo, la recién llegada Catherine Fulop se abría paso entre las parejas, seguida por Osvaldo Sabatini. Ya para esa hora, nadie podía sacar de la pista a Martín Canevaro (de 100% Diversidad y Derechos) y su marido, Carlos Alvarez.
Como en una comedia de situaciones, los gags se multiplicaban en cada rincón del lugar. Sólo bastaba escuchar un par de minutos para cazar alguno. En las afueras de la pista, cerca de donde bailaba un desatado Gabriel Corrado y charlaba sin parar el periodista televisivo Gerardo Rozín, parecía funcionar una central informal de chimentos. Otro periodista comentaba con desazón que la actriz Mónica Antonopoulos había conseguido novio, mientras la legisladora porteña María José Lubertino acaparaba comentarios por el atrevido modelito negro con que, decía, estaba “lista para enfrentar a Macri”.
Súbitamente, la pista ardió de expectativa: del escenario bajó la troupe del Club 69, presidida por una cada vez más excelsa Madame La Cacho. Ataviados con sus clásicos trajes, a veces mínimos, y siempre tan parecidos a los seres mágicos de Sueño de una noche de verano, inundaron el centro de la pista, mientras entre las manos de las y los bailarines se multiplicaban las estrellitas encendidas. Había llegado la torta, blanca como manda la tradición de las bodas, coronada por una pareja de muñequitos de traje, poblada por cintitas. Cientos de fotos y brindis después, los (casi) recién casados volvieron al escenario: “¡Agarren los ramos!”, gritaron, y por el aire volaron flores de papel, ante la mirada atenta de militantes de la diversidad como el secretario general de la Falgbt Esteban Paulón y actrices que apoyaron la campaña por la ley, como Irma Roy y su hija Carolina Papaleo.
“Cuando vivíamos en Barranquilla, nosotras teníamos un boliche para homosexuales”, recordó Norma Castillo desde el sillón en cuanto la pista arrancó con hitazos de los ’70 y los ’80. Inquieta, sonreía y aunque estuviera sentada cada vez bailaba más. “Andá, dale”, decía su esposa, y un segundo después, de mano de la abogada del Inadi Carolina von Opiela, Castillo se había instalado en la pista de baile, donde fue atracción inevitable para la troupe del Club 69 que animaba –con gracia pero sin necesidad de empujar demasiado a los invitados– la fiesta, que ya parecía interminable.
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