SOCIEDAD › EL TRASLADO DE LOS VUELOS A EZEIZA DEBUTO CON UN PARO SORPRESIVO DE LOS PILOTOS DE AEROLINEAS
En el primer día de operaciones de cabotaje por el cierre de Aeroparque, la nueva terminal de Ezeiza fue un caos. Una pelea entre dos pilotos derivó en un paro de APLA. Hubo demoras y cancelación de todos los vuelos a la tarde. Las quejas de los pasajeros.
› Por Emilio Ruchansky
El parking está completo. Ya lo advierten unas bandas rojas cruzadas en varios carteles, al costado de las cabinas de entrada para autos del Aeropuerto Internacional de Ezeiza. “Hay lugar en la terminal nueva, la que reemplaza a Aeroparque”, dice con desgano una empleada mientras da el vuelto. El remisero la justifica: “Es el primer día del traslado y esta mañana hubo dos kilómetros de cola de autos, los mataron a bocinazos”. Son las 16.30 y el panorama no es prometedor para los viajeros. Una pelea entre dos pilotos acaba de desatar un conflicto gremial y hay asamblea, aunque nadie lo sabe aún. En el hall de entrada, un patio seco con un enorme pabellón de vidrio detrás, hay decenas de personas que miran al cielo sentadas en sus valijas. Vuelan las palomas torcacitas, no los aviones. Es el anuncio de lo que se viene: un paro total que derivó en la suspensión de todos los vuelos.
Camino a la nueva terminal aparece, en medio del pasto, un carrito de comida rápida a precios populares, casi un homenaje a los carritos de la rambla del Río de la Plata frente a Aeroparque; casi, porque no venden bondiolas. Ya sobre el hall, un piloto y una azafata, que ya están por irse, aseguran que durante la mañana salieron todos los vuelos en hora. “Hubo demoras de una hora, no más que eso”, dice él. De la noticia del conflicto gremial, que es sólo un rumor entre los pasajeros, no saben nada. Eso juran con una sonrisa picarona. “Si todo estuviera bien, puede salir un vuelo cada dos minutos, pero no está todo bien”, dice el piloto.
En ese mismo hall, esperan sentadas sobre el piso Cristina y Patricia, que vinieron por un seminario sobre el Plan Nacer y les dijeron que llegaran seis horas antes, aunque la indicación oficial señalaba tres. “Al principio vimos una cola para el check-in, estuvimos ahí una hora hasta que nos dimos cuenta de que la cola no iba a ningún lado”, dice Cristina, que tiene un pasaje a Corrientes para las 20.50. Patricia debe volver a Resistencia y no se la ve enojada. “Prefiero estar acá fuera, adentro ya no hay más lugar, es un infierno”, comenta.
La cola serpentea de tal forma que ocupa todo el nuevo pabellón, de piso de cemento armado y techos altos. “No sabés dónde empieza y termina la cola”, “sí, creo que estoy en la cola”, “es un bardo, no me esperes”, dice una mujer por celular. El televisor plasma con los horarios de vuelos indica la catástrofe venidera. Ya están demoradas las salidas a Mendoza, Formosa, Corrientes, Salta, Resistencia; se cancelan El Calafate, Bariloche y Córdoba. La gente en la cola empieza a aplaudir, no hay empleados en la línea de mostradores donde se realiza el check-in: se fueron todos, bajo el argumento de que no existían garantías de seguridad. Traducido: por miedo a que algún pasajero furioso se la agarrara con ellos.
“Atención pasajeros de Aerolíneas Argentinas y Austral, anunciamos que se reprogramarán todos los horarios de los vuelos del día. Daremos esta información a las seis y media”, dice una voz femenina, que suena por los altavoces. Los pasajeros abuchean, lanzan insultos. El mensaje se repite cada quince minutos y nadie deja la cola. A un costado de los mostradores, Roberto, un guardia de seguridad de la empresa High Asistent Service, comenta que lo trajeron para “proteger” a los empleados.
“En situaciones como éstas, en Aeroparque, vimos gente que les tiró el teléfono por la cabeza a los empleados, pero por ahora no pasa nada. Este lío es por el primer día, después va a salir todo bien, lástima que tengamos que poner la cara nosotros”, dice cuando es interrumpido por alguien que quiere saber dónde cambiar el pasaje. “No sé, no somos de Aerolíneas, somos tercerizados”, le contesta. Al rato viene Carla Ferrati, una italiana. Roberto no habla inglés y la mujer está desesperada, con los pasajes en mano.
“Me bajaron de un avión que salía a Iguazú, me quedaron todas las valijas adentro, nadie me dice nada y el número de mi vuelo no aparece en las pantallas, ¿qué hago?”, pregunta. “Vaya a informes”, le contesta Roberto. “¿Y dónde queda?”, insiste Ferrati. “No sé, no sé si están atendiendo tampoco”, dice él. Tras el mensaje por los altoparlantes, los pasajeros deciden sentarse. Algunos comen sandwiches de miga con mate, otros pasan el rato con la computadora, los niños intercambian figuritas, más de uno de duerme apostado sobre las columnas.
La línea de mostradores donde se realiza el check-in está totalmente tomada. Una pareja aprovecha para besarse y acariciarse, los chicos juegan con las computadoras de las empleadas de Aerolíneas Argentinas. Más de uno aprovecha esas sillas cómodas y el espacio entre la cinta que transporta las valijas para comer algo. Otros ponen sus computadoras portátiles sobre las mesas donde se los iba a atender y chatean. “Acá no hay nadie VIP, son todos iguales”, dice Roberto, al ver el desborde pacífico.
En el kiosco, Daniel Mansilla, que no sabe si comer o caminar, espera su vuelo a Resistencia. “Trece pesos una lata de gaseosa, 8 unas papas fritas de 85 gramos, 6 el agua de medio litro. Las máquinas son más baratas pero están vacías y no te devuelven la plata, son un cazabobos. Si me iba en micro capaz que llegaba antes y seguro me ahorraba un fangote”, se lamenta.
A las 18.30, por el altavoz se dice la sentencia: “Debido a un conflicto gremial se cancelan todos los vuelos, se aceptarán todos los tickets de transporte, comida y alojamiento y se les dará otro pasaje”. El cansancio le gana al enojo. Los pasajeros se apuran a salir del aeropuerto, después de tanto rato de espera. Un hombre mayor, que parece tener contactos adentro del gremio, le da detalles a un guardia de seguridad: “Hay paro de pilotos porque se boxearon entre ellos. Estuvieron todo este tiempo en asamblea y bueno, parece que eran de gremios distintos, así que no había forma de que aflojaran”.
Afuera están los más beneficiados: un tumulto de taxistas y remiseros que ya no se esfuerzan en disputarse pasajeros. “Si hay para todos”, dice uno, que cierra el baúl y se sigue sincerando: “Para ser el primer día del traspaso de Aeroparque a Ezeiza, no nos podemos quejar, vamos a recuperar lo que nos cobran de estacionamiento”.
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