Mar 18.01.2011

SOCIEDAD  › EN RíO DE JANEIRO PRIORIZAN LA ATENCIóN DE LOS SOBREVIVIENTES

Frenan el rescate de cadáveres

Ya son 677 los muertos y 208 los desaparecidos, aunque suponen que son más porque hay familias enteras sepultadas por las que nadie va a reclamar. Es el trágico resultado de la imprevisión y desidia de generaciones de administradores públicos.

› Por Eric Nepomuceno

Desde Río de Janeiro

Hasta el comienzo de la noche de ayer, los últimos datos oficiales indicaban por lo menos 677 muertos en la región serrana vecina a Río. Había, además, alrededor de 15 mil personas en refugios improvisados en las tres ciudades más castigadas (Teresópolis, Petrópolis y Nova Friburgo). La cifra de desaparecidos era de 208, pero ese cálculo es reconocidamente impreciso. Primero, porque todavía quedan, a casi una semana del desastre, muchas personas aisladas e incomunicadas. Segundo, porque muchas familias sucumbieron bajo lodo, tierra y agua, y no quedó nadie para reclamar su desaparición. Y tercero y más grave, Nova Friburgo, la más arrasada de las ciudades de la sierra, no contabilizó sus desaparecidos. Tardará un buen tiempo para que se sepa cuántas vidas costaron la imprevisión, la desidia y la irresponsabilidad de generaciones de administradores públicos en la región arrasada. La devastación de los bosques, la ocupación irregular de los cerros y montañas, es algo que ocurre desde hace añares. Casas y construcciones precarias clavadas en las pendientes son, visiblemente, desafíos a las leyes del equilibrio. Y sin embargo, su expansión desde por lo menos los últimos veinte años ocurre frente a la omisión de los administradores municipales. Peor: además de no impedir esas ocupaciones, muchas veces son los claros incentivadores de esa expansión de favelas y barriadas.

Cada día que pasa, aumenta la agonía en Nova Friburgo, a 135 kilómetros de Río. La normalidad sigue siendo un sueño perdido más allá de todo horizonte. Ayer, al comienzo de la tarde, los médicos legistas decidieron que se suspendiera la búsqueda y el transporte aéreo de cadáveres. La medida obedece a una lógica a la vez clara y cruel: las lluvias se llevaron puentes y devoraron carreteras, hay muchos heridos graves que están confinados en locales prácticamente inaccesibles por tierra, y es prioridad que los helicópteros lleven comida, agua y medicinas a los pocos sobrevivientes. Los cuerpos, cuando sean localizados, serán sepultados allá mismo, en medio al barro y a los escombros de la naturaleza. Uno de los responsables por los helicópteros que transportan a bomberos, el comandante Wagner Oliveira, dijo ayer que cada vez se encuentran, gracias a los vuelos, más grupos de sobrevivientes, algunos en situación crítica, y como no hay tiempo para sacarlos de donde se encuentran, la solución es bajarles agua, comida y medicinas. Los muertos, muertos están.

Otra dificultad encontrada por los equipos de rescate aéreo es la falta de referencias. Sobrevivientes indican dónde quedaron sus parientes, pero las indicaciones topográficas ya no corresponden a la realidad, brutalmente modificada por la catástrofe. Donde había arroyos hay lagunas de lodo, donde había cerros o bosques hay tierra revuelta. El suelo, cuya topografía es muy propicia a deslizamientos y derrumbes, está encharcado y flojo, impidiendo que los helicópteros toquen tierra para recoger gente.

Ayer salió el sol en Nova Friburgo, mientras siguió lloviendo en Petrópolis, Teresópolis y otras ciudades menores. Con el sol fuerte de la montaña el barro empezó a secar. Y con el barro seco surgió el polvo. El riesgo de epidemias de enfermedades comunes en esa clase de catástrofe –tétanos, difteria, diarreas– aumenta a cada hora. Muchas de esas enfermedades no muestran sus síntomas sino hasta que pasen quince o veinte días. Por esa razón, dicen equipos médicos, es absolutamente imperiosa la aplicación inmediata de vacunas y otras medicinas preventivas. El problema es cómo llevarlas, si hay tanta gente en lugares inaccesibles.

Toda esa región de florestas tropicales sufre, desde hace al menos 60 millones de años, de deslizamientos de tierra. La razón es sencilla: se trata de una zona de convergencia climática, propensa a lluvias de gran intensidad. El suelo es fino y poroso, y cubre montañas de piedra. Tumbar bosques y ocupar desordenadamente los cerros contribuye para que la lluvia se transforme en torrentes de tragedia.

Desde cualquier punto de vista, jamás se podrían permitir esas ocupaciones. En los lugares ocupados, las familias deberían haber sido removidas a otros sitios. Y si esa remoción no fuera posible, debería haber existido un monitoreo de esas áreas. Se permitió la ocupación, nadie siquiera osó pensar en remoción, y de monitoreo, ni hablar. El resultado difícilmente podría haber sido otro que la tragedia.

Ahora, el gobernador de Río, Sergio Cabral, dice que serán necesarios al menos mil millones de reales (unos 5000 millones de pesos) para reconstruir lo que existía en la región serrana. Hace exactamente un año, otro desastre en el litoral mató a más de medio centenar de personas y el mismo Cabral fue igualmente rápido en calcular el volumen de dinero necesario para la reconstrucción. Entre un verano y otro, entre una tragedia y otra, nada se hizo para remover a las casas en situación de peligro absoluto.

La presidenta Dilma Rousseff, quien visitó las ciudades destrozadas al día siguiente de la tragedia, determinó la formación de un “gabinete de crisis”, reuniendo a varios de sus ministerios. Por un decreto presidencial de emergencia, dispuso la liberación inmediata de 780 millones de reales como socorro a los municipios afectados. Además, dispuso la creación de un sistema nacional de alerta de desastres naturales.

Esa medida debería haber sido adoptada hace años. Empezará a funcionar recién en 2015. Mientras tanto, si ocurre algún otro desastre, se sabrá tarde, como siempre. Lo que se gasta después de la tragedia es muchísimo más de lo que debería haber sido gastado para prevenirla. Y, una vez más, los muertos, muertos están.

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