SOCIEDAD › ADRIAN PAENZA, UN CIENTIFICO CON MIRADA POLITICA
Matemático, periodista y docente, Adrián Paenza sostiene que hay un interés inédito por la ciencia en la sociedad argentina. Y en el Gobierno, añade. De eso habla aquí: de ciencia y de política. De la relación que tuvo con Néstor Kirchner, de los científicos que vuelven, del Ministerio de Ciencia, de Macri, Tecnópolis y la derecha.
› Por Andrés Osojnik
Sorprende que un reporteado responda “no sé”. O peor aún, “no tengo idea”. Será que el método científico le impide sostener algo que no tiene empíricamente comprobado. O será la sinceridad que lo lleva a evitar las frases de ocasión. Adrián Paenza no tiene respuestas prefabricadas. Habla de sus programas de matemática en la televisión y asegura que no deja de sorprenderse de tanta repercusión. Habla de sus libros y confiesa que nunca creyó en semejante éxito. Habla del momento político actual y dice que no sabía que era kirchnerista, hasta que la realidad se lo demostró... Adrián Paenza habla de su relación con Néstor Kirchner, de Tecnópolis, de Macri, de los medios. De cómo intervino para que llegara al país el programa de entrega de notebooks a los chicos de la secundaria. Y de por qué la ciencia ahora tiene alto rating.
“Hay un evidente cambio social en torno de la ciencia –sostiene–. Si yo hubiera sabido de la repercusión de mi libro, lo hubiera escrito veinte años atrás. Si yo no lo escribí es porque no había receptividad. En aquella época no había en los medios de comunicación periodistas especializados en ciencia. Los diarios levantaban lo que salía en las agencias, no había producción de libros de divulgación de la ciencia como hay ahora, para lo cual tiene que haber un mercado, han aparecido películas, hay canales de televisión dedicados a la ciencia, aparece el Canal Encuentro. Estamos formando parte de un proceso de modificación que no lo sé mirar porque no tengo perspectiva. Pero lo que puedo hacer es ver los datos y describirlos: esto antes no pasaba.”
–¿En esto influye también la tecnología?
–Sí, también hay más medios, Internet, las redes sociales, muchas más maneras de comunicar, la tecnología no permitía hacer lo que se hace ahora. El único cargo que yo tuve en cualquier estamento fue secretario académico del Departamento de Matemática en el año ’83 cuando asumió Alfonsín. En ese momento, las revistas científicas de matemática llegaban al Departamento con dos años de atraso. Es decir que un científico podía estar trabajando en un tema y cuando creía que lo podía publicar ya estaba hecho hace tiempo. Yo estuve en España antes del Mundial del ’84 con quien era el rector de la Universidad Complutense de Madrid. Ellos recibían todos los meses las revistas y le pedí que fotocopiara una vez por mes el índice y lo mandara por correo. Entonces yo lo dejaba en la biblioteca para que los científicos de acá por lo menos pudieran ver los temas que se publicaban.
–Ya tenía entonces la idea de la importancia de la difusión...
–Sí, pero yo no me daba cuenta. Porque todo esto fue una casualidad. Si yo dijera que todo esto fue un plan... no, no fue así. Claudio Martínez me propuso hacer un programa de televisión, y yo le dije, bueno, lo hacemos pero siempre que yo pueda vivir afuera. Yo vengo y grabo los programas. Así nació Científicos Industria Nacional. Empezamos... y hace nueve años que lo estamos haciendo. Diego Golombek hacía de cocinero científico en un programa y cada vez que terminaba un programa yo contaba una historia de matemática. A los dos años me llamó Diego a Chicago y me dijo, escribí todas esas historias y yo te publico un libro. Y le dije, Diego, nadie va a comprar un libro así. Diego me dijo dejá que lo decida yo. Se publicó y de pronto, ¡bum! ¿Quién podía saberlo? La primera edición fueron cuatro mil ejemplares, la primera edición del segundo fueron 40 mil.
–¿A qué atribuye esa repercusión del libro, ese interés masivo por la ciencia?
–No lo sé. Algo está pasando. Nosotros estamos haciendo la cuarta temporada de Alterados por pi, un programa de matemática por televisión... ¿es raro, no? Fuimos a las escuelas a grabar los programas, llegamos con las camionetas y parece que fuéramos una banda de rock... llega la matemática. Hay 400, 500, mil chicos que vienen a escuchar hablar de matemática. Yo estoy tan sorprendido como ellos. Ellos se quieren sacar fotos conmigo y yo me quiero sacar fotos con ellos, porque yo soy el impactado. Algo está pasando, pero no sé qué causó esto. En programas de alto rating yo estuve muchos años, Fútbol de Primera, con Muñoz, con Víctor Hugo... Pero esto es distinto.
–¿Qué es lo distinto?
–Lo distinto es lo inesperable. Es esperable que en el fútbol te vean millones, la televisión impacta mucho. Pero no es esperable que te esperen 700 chicos, los padres, los profesores y que reciban a un grupo de personas que hacen un programa de matemática como si fuera una banda de rock, o como si hubiera llegado Ginóbili. A nosotros nos recibieron en Wilde con un pasacalle...
–¿Este cambio social del que habla tiene que ver también con el momento político que vive el país?
–A mí me dan ganas de decir que sí, porque tengo una gran simpatía por este Gobierno... yo no sabía que era kirchnerista, yo no voté a Néstor. Yo fui a hacer la cola para votar y lo iba a votar a él, pero me dije que no podía votar a alguien que llevaba a Scioli de vicepresidente. Y la voté a Lilita. Una claridad de ideas bárbara la mía... Después se lo dije a él, en la Casa de Gobierno, la primera vez que lo fui a ver.
–¿De qué hablaron aquella vez en la Rosada?
–Cuando lo fui a ver la primera vez me dijo, che, los becarios del Conicet ganan 800 mangos. Le digo, sí. Y me dice es una barbaridad, cómo van a ganar 800 mangos, vamos a ver qué podemos hacer. Esto fue diciembre del 2003, tres meses después, en marzo del 2004, un científico argentino, Gabriel Rabinovich, había publicado en la revista Cell una investigación muy importante. Entonces lo citó a la Casa de Gobierno e invitó a algunos periodistas. Yo fui. Cuando me vio, me dice “che, ¿te dije que iba a hacer algo, no?”. Les habían aumentado de 800 a 1200 pesos a los becarios, el 50 por ciento. Yo conocí a todos los presidentes de la etapa democrática, todos hablaban desde el bronce. Todos conocían lo que era el Conicet, ahora, que todos supieran que el Conicet tenía becarios, ya empiezo a dudar. Que supieran que existía el Conicet, que tenía becarios y que supieran lo que ganaban... desconfío fuertemente. Y que además hicieran algo para cambiarlo, es muy raro.
–¿Por qué un científico quiere volver hoy a la Argentina?
–Un científico vuelve ahora porque hay oportunidades de trabajar y no necesita desarrollarse en un contexto que le resulta extraño. Vuelve porque tiene sus amigos acá. Cuando uno está afuera, lo que le pasa a Obama es folklórico, pero se muere Kirchner y eso impacta mucho. Yo me entero de que se muere Kirchner porque me avisa Ginóbili. Yo había ido a caminar como todos los días temprano y al volver tenía 17 mensajes en el teléfono. Me asusté, dije qué pasó. Y tenía un mensaje de texto, era Manu que me decía ¿viste lo que pasó? Se murió Néstor. El impacto que se produjo en todos los argentinos que vivimos allí fue muy fuerte. Por eso la gente regresa: se están dando las condiciones, está la tendencia de que la ciencia importa. Ahora estamos en la etapa de que hay que traerlos porque los hemos generado no- sotros. El 98 por ciento de lo que publican en revistas científicas en el mundo los argentinos que están trabajando en el país son científicos egresados de universidades nacionales y que trabajan en organismos estatales, en general, el Conicet. Entonces, si la Argentina pudiera traer para acá todo lo que tiene en el exterior...
–¿Hay aceptación en los científicos argentinos en el exterior de lo que se está haciendo aquí?
–No lo sé, pero se sabe que hay un gran respeto por la ciencia ahora. Hay consulta, hay interés. Hay un comité de ética en la Argentina. Me acuerdo, que la Argentina tenía que llevar una posición respecto de qué iba a hacer con las células madre. Rafael Bielsa era el canciller y le pidió al comité de ética del Conicet que le diera una opinión. No era vinculante, pero por lo menos había alguien a quien le importaba. Todo esto está pasando ahora, son muchas pequeñas cosas. Muchas son intangibles, pero antes no pasaban. Yo pensé que no iba a vivir esto y ahora lo vivo. Que se discuta si va a haber un potencial reparto de las ganancias con los trabajadores... Posiblemente no se haga, que esté en la agenda es una señal. La Asignación Universal por Hijo incrementó un 25 por ciento la matrícula de los chicos en los colegios primarios. No tenemos noción de lo que esto significa. Uno puede hacer charlas intelectuales, pero hay que ver que a la gente la están volviendo a la vida.
–Volviendo a la ciencia, el proyecto de Tecnópolis sería un símbolo de este interés político por la ciencia que describe...
–Sí, es un símbolo, pero también marca el engaño de la palabra cuando es vacía de contenido.
–¿A qué se refiere?
–A lo que hizo Macri. Yo deploro a Macri y todo lo que él representa, pero independientemente de eso, él es jefe de Gobierno. Y si el argumento por el cual Tecnópolis no se hizo en la ciudad es porque se va a cortar el tránsito durante tres o cuatro días (ellos dijeron 40), no es serio. Nueva York todos los años recibe en septiembre durante una semana a 155 jefes de Estado, para la Asamblea General de las Naciones Unidas. En los últimos ocho años me tocó estar siete: es un caos. Bueno, pero si quieren tener la sede de las Naciones Unidas ahí, algún precio tienen que pagar. Hay que elegir costo-beneficio. ¿Queremos decir que la ciencia importa, sacarla a la calle y generar los vasos comunicantes con la sociedad? Si se cerraran en la Argentina las escuelas primarias, todo el mundo saldría a la calle porque todo el mundo entiende el valor de salir de analfabeto a alfabeto. Si cerraran las universidades, también habría un lío bárbaro porque los estudiantes saldrían a la calle. Pero la sociedad todavía no tiene en claro por qué importa investigar, todavía esto es una asignatura muy pendiente. Todavía no está claro que la sociedad se va a beneficiar, o se debería beneficiar, en función de lo producido por las universidades. Entonces cuando alguien aborda Tecnópolis así es un metamensaje: me importa un pito.
–Y más allá del tránsito, ¿por qué Macri no permitió Tecnópolis?
–Porque ya tuvieron un problema con los festejos del Bicentenario. Y después muere Kirchner y vuelve a estar la gente en la calle. Hay una tendencia de Macri y en general de los gobiernos conservadores de no querer la ocupación de los espacios públicos por parte de la gente. Las muchedumbres, la gente en la calle es un problema. Y a eso le tienen miedo.
–Antes contaba su primera reunión con Kirchner en la Rosada. ¿Qué motivó aquella reunión?
–Yo a Kirchner me lo encontré justamente cuando se hacía la reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2003. Yo a él lo conocía por haberle hecho notas en televisión, pero nunca había estado con él. Yo estaba con unos amigos en Nueva York y me iba al teatro. Iba caminando por la Quinta Avenida rápido porque llegábamos tarde y de pronto lo veo caminando a Ginés González García. Qué hacés Adrián, nos saludamos y le dije te doy un abrazo porque me tengo que ir que empieza el teatro. ¿Pero no viste quién está ahí? ¿Quién está? Miro y estaba Kirchner. Cuando me quiero dar cuenta, estaba él caminando hacia mí. Me saludó y me dice, venite al Consulado. Le digo no puedo, yo estaba vestido con vaquero, le digo tengo entradas para ir al teatro y me dice, dejate de joder, te está invitando el Presidente y vos decís que tenés entradas para ir al teatro. Bueno, le digo, yo voy a ir, pero va a haber 200 personas, yo voy a estar a un costado, contra una pared y ni siquiera me voy a poder acercar a vos. Entonces me preguntó cuándo iba a estar en la Argentina. En noviembre, le contesté. Bueno, venime a ver. Cuando estábamos sentados, me tomó de la mano y me dijo “hablame”. “¿Cómo hablame?” “Sí, hablame.” Escuchame, le contesté, yo voy a salir después de acá, me voy a encontrar con mis amigos, mi familia, me van a decir “¿con quién estuviste?”, “con el Presidente”, “ah, ¿qué te dijo?”, “nada, hablé yo...” El tenía un papelito, me lo mostró, me dijo, mirá lo que me trajo Escribano... Era el papelito donde le presentaba esas famosas condiciones, el ultimátum... A partir de ahí se fue dando una corriente afectiva muy intensa. A mí me gustaba el desenfado, yo hablaba con él como en cualquier charla, no tenía que andar pensando e hilvanando cada frase a ver qué digo, yo hablaba con alguien que pensaba junto conmigo. Yo no sabía que era kirchnerista, me fui haciendo mientras empezaba a valorar las cosas que hizo.
–¿Cómo es su relación con Cristina?
–Cuando Filmus me llamó para hacer la reunión con los científicos en Nueva York, Cristina era candidata, me dijo mirá, ella va a ir a la Asamblea de las Naciones Unidas con Néstor, ¿podés organizar una reunión con los científicos que vos conocés allá?, ella los quiere conocer, hacé la lista vos, de distintas áreas. Yo hago la lista, le dije, te la paso, pero organizalo vos, porque ¿sabés lo que va a pasar con esto? Yo lo organizo, ella va a sacarse una foto y después nunca más le va a importar nada. Bueno, me dijo Daniel, decíselo. Hice la lista, la embajada los invitó. Llegamos al Consulado, estaba Timerman, llegó Cristina y yo le dije, bueno voy a decir que yo no querría que todo esto sólo sea para una oportunidad para que nos saquemos una foto. Y ella dijo, yo no vine a sacarme una foto, yo vine a preguntar. Y empezó: ¿Quién es el que se dedica a agujeros negros?, ¿quién hace los bancos de leche materna?, y así. Era obvio que ella había estudiado lo que hacía cada una de las personas que estaban ahí. Pasa el tiempo y una vez en Buenos Aires me llama Lino Barañao y me dice “acaba de crearse el Ministerio de Ciencia y Tecnología y me propusieron el cargo”. “¿Aceptaste?”, le dije. “Sí. Y me dijo Cristina que te dijera que no era para la foto.”
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