SOCIEDAD
Una historia de celos y locura que terminó con cuatro muertos
A Omar Díaz lo enloquecieron los celos por el supuesto romance entre su ex mujer y un remisero. A él lo llevó a un descampado y lo mató. Luego siguió con ella y su suegra. Al fin, se suicidó.
“Mira cómo mato a tu tía y a tu abuela”, le dijo Omar Díaz a Damián, su sobrino de 13 años, antes de desenfundar su pistola calibre 32 y asesinar con sendos disparos a su suegra y a su ex mujer, a la que acusaba de estar manteniendo un apasionado romance con un vecino de la casa. Sobre él ya había volcado su ira: lo acaba de dejar abandonado moribundo en un baldío cercano. Tras el baño de sangre, este hombre de 45 años, con antecedentes de violencia familiar, intentó quitarse la vida, pero falló. Cuando llegó la policía al lugar lo encontró agonizante, con una herida de bala en la cabeza, justo detrás de la oreja. Murió seis horas después en el hospital de Adrogué.
El matrimonio entre Omar Díaz y Graciela Romero se fue descomponiendo de a poco, hasta que en julio pasado ella se cansó de los celos y los malos tratos que le dispensaba su marido y decidió mudarse a lo de su madre, a dos cuadras de donde vivía con Omar, en la localidad de Glew.
Sin embargo, a contramano de lo que se esperaba, la separación, en vez de mejorar las relaciones entre ambos, las empeoró. “Graciela estaba molesta porque Omar no le quería devolver las cosas de la peluquería, con las que ella se ganaba la vida, y él comenzó a ponerse cada día más celoso”, relató una vecina del lugar. De todas maneras, aunque las cosas no andaban bien, nadie imaginó que se pudiera llegar a producir el trágico final que conmovió al barrio en la madrugada de ayer.
Eran las 2.30 de la mañana cuando Omar Díaz le pidió a su hijo de 16 años que llamara a Sebastián Roldán, un vecino que trabajaba como remisero, para que lo llevara hasta el hospital, porque no se sentía bien.
Apenas llegó Roldán, Díaz, quien para ese momento ya se había recuperado misteriosamente de sus dolencias, lo acusó de tener un romance con su mujer y lo obligó a dirigirse a un descampado en la cercanías de la localidad de Guernica, donde tras una fuerte discusión le disparó en la cabeza, dejándolo moribundo a la vera del camino. Según algunas versiones, durante el trayecto Roldán habría aceptado que mantenía un romance con la mujer de Díaz, lo que provocó la ira del asesino, aunque este dato fue más tarde rotundamente negado por el propio hermano de Graciela Romero, quien aclaró que su hermana y el remisero eran “solamente buenos amigos”.
Tras esconder precariamente el cadáver de Roldán, el asesino se dirigió junto con su hijo a la vivienda de su suegra. Al llegar al lugar, le pidió, u obligó, al muchacho a que tocara el timbre de la casa de su abuela. “Aún no sabemos a ciencia cierta si el menor actuó coaccionado por el padre o lo acompañó por su propia voluntad”, explicaron a Página\12 fuentes de la policía de Glew.
Medio dormida, Felipa González, de 70 años, le abrió la puerta a su nieto. Grande fue su sorpresa cuando éste se corrió para dar paso a su padre, quien entró raudamente al domicilio y, luego de correr del medio a la anciana, comenzó a increpar a su ex mujer, quien en ese momento dormía junto con su sobrino de 13 años, de nombre Damián, en un cuarto contiguo a la entrada. Tras varios gritos y forcejeos, Díaz sacó su arma y apuntó a la cabeza de su ex esposa, pero no disparó. Antes de accionar el gatillo, miró a su sobrino y le dijo fríamente: “Mira cómo mato a tu tía y a tu abuela”. Tanto Graciela Romero como Felipa González murieron en el acto.
Presto a borrar todo rastro de su “infiel” esposa, Díaz no se detuvo luego de la masacre e intentó incendiar la vivienda con un bidón de nafta. Fueron los gritos de los vecinos los que finalmente lo despertaron de su furia destructiva y lo devolvieron al mundo real, donde vio lo que había hecho. Angustiado y probablemente arrepentido se dirigió hacia el patio trasero y se colocó el arma sobre la sien mientras su sobrino, preso de terror, lo observaba a la distancia. “Chau, Damián”, le dijo Díaz al joven de 13 años. Después cerró los ojos y disparó. No murió instantáneamente sino seis horas después en el hospital Menéndez de Adrogué. Nadie lo lloró.
Producción: Damián Paikin.