Dom 10.04.2011

SOCIEDAD  › OPINION

Gagarin, el cielo y la verdad

› Por Leonardo Moledo

Dos astronauras circunnavegaron la Tierra derribando religiones.
Pablo Neruda

Es muy complicado escribir algo sobre Yuri Gagarin que no se haya escrito ya, pero la tiranía decimal nos impone recordar ese momento en que los diarios del mundo proclamaron atónitos: “Un hombre en el espacio”, con títulos catástrofe.

El viaje de Gagarin, más allá de la hazaña que representó, y su papel en la Guerra Fría, que se dirimía en el espacio y que iban ganando los soviéticos por varios cuerpos (entre ellos el de Gagarin), terminaba en cierta forma una disputa que era tan vieja como la humanidad. (Digamos antes que Gagarin fue la primera persona que abandonó su planeta natal y lo rodeo desde más allá de la atmósfera. Pero una vez dicho esto, y remarcado el papel que Gagarin jugó en la Guerra Fría, y durante el deshielo de Jrushov, dicho sea de paso, que pronto sería seguido por el antideshielo de Breznev), zanjaba una vieja disputa: ¿de quién es el cielo? ¿Acaso de los ángeles, acaso de las esferas de cristal de Tolomeo? Si bien aquellas posturas habían caído en desuso desde la revolución científica, había una creencia larvada sobre que el espacio estaba vedado a los hombres, aunque fuera el espacio sublunar de Aristóteles, sujeto al cambio y a la corrupción, y era propiedad de los diferentes coros angélicos.

Pues no: el viaje de Gagarin (y los muchos que le siguieron, tanto soviéticos como norteamericanos, hasta que éstos se llevaron el premio mayor, el alunizaje, mostraron cabalmente que el espacio estaba vacío de presencias angélicas, y que el cielo de Dante no tenía el más mínimo sentido y la menor consistencia científica. El espacio estaba completamente vacío y abierto a los hombres y su tecnología y que la Tierra no era ese lugar angélico y maravilloso, aunque el mismo Gagarin haya dicho en una de esas frases pensadas para la posteridad: “He visto la Tierra, es azul y muy hermosa”.

Pero si bien Gagarin demostró la verdad de un cielo vacío, no podía ni sospechar que esa Tierra que veía azul y muy hermosa mostraba ya los primeros signos de que el sistema que había llevado a Gagarin al cielo estaba resquebrajándose, y que el sistema soviético se estaba embarcando en un camino sin salida que se vería en el derrumbe estrepitoso de la Unión Soviética en apenas tres décadas. Esa es la verdad que aparecía oculta, y que nadie, pero nadie podía sospechar cuando manifestaciones llenas de gloria celestial (esta vez sí) merecidamente convirtieron a Gagarin en un héroe nacional, y cuando algunos profetas a quienes no se les prestaba mucha atención decían que no era cierto que “el capitalismo era un gigante con pies de barro”, como decía Mao Zedong, en realidad lo que pasaba era que la Unión Soviética era en realidad el ídolo con pies de barro que pronto cedería ante su propio peso.

En cierta medida se puede decir que Gagarin liberó el cielo a la verdad, pero que ni siquiera sospechaba la verdad de esa “tierra azul y muy hermosa”.

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