SOCIEDAD › COMO VIVIERON LA TRAGEDIA DEL VUELO DE SOL EN EL PUEBLO MAS CERCANO
Con apenas cinco mil habitantes, en Los Menucos recibieron a las familias de los muertos en el accidente aéreo. Nada quedaba de los cuerpos y no se podía ir al lugar. La difícil tarea de ayudar a los que no tienen consuelo.
En Los Menucos no hay cine, peatonal o grandes discotecas. Con cinco mil habitantes, a medio camino entre Viedma y Bariloche, es prácticamente un caserío impertinente en la extensa estepa desértica de Río Negro. Hasta allí fueron el jueves los familiares de Fernando Pulozzi y Antonio López, dos de los 22 muertos en el accidente del vuelo 5428 de aerolíneas Sol. “Venían con la esperanza de que les devolvieran los cuerpos de sus seres queridos, estaban desesperados. Fue un momento doloroso. No había qué devolverles”, explicó Mabel Yahuar, intendenta de Los Menucos.
Antes de la llegada de los familiares, desde el municipio acondicionaron las habitaciones del gimnasio del pueblo, a la espera de un numeroso contingente. Pero sólo se acercaron ocho personas. Algunas, como los familiares de López, venían de Comodoro Rivadavia, Chubut. Otros desde Catriel, una ciudad al norte de Río Negro, a 416 kilómetros de Los Menucos, donde vivía Pulozzi, de 30 años, que como López se dedicaba a la actividad petrolera e iba a Comodoro Rivadavia a hacer un curso.
A todos se les sirvió algo caliente para tomar y una vianda en el gimnasio, donde aguardaban tres psicólogos y un psiquiatra. Según comentó a Página/12 Ismael Alí, director del hospital local, “hubo que contenerlos mucho, algunos sufrieron crisis nerviosas y de angustia”. Es que en ese momento supieron que no podían llevarse los cuerpos porque ninguno estaba entero. Sólo había, como detalló Alí, “manos, dedos, intestinos, piel, huesos, ni siquiera había un brazo entero. Hubiera sido morboso ver algo así, no había nada para reconocer”.
Uno de los familiares, recordó el comisario Juan Ramón Fernández, tenía una orden judicial para poder acceder a Prahuaniyeu, 35 kilómetros al sur de Los Menucos, el lugar donde se estrelló el avión. “Insistió mucho pero ahí estaba trabajando la comisión investigadora que vino de Buenos Aires, había un cerco de 400 metros alrededor y lo convencimos para que no fuera, básicamente, porque no iba a poder ver nada”, comentó el comisario. Finalmente, ninguno de los ocho familiares pudo ir hasta el descampado.
Mientras tanto desfilaban funcionarios, peritos y periodistas por el pueblo donde hay tres hoteles. Una gran parte debió alojarse en localidades cercanas como Sierra Colorada o Maquinchao. Todos debieron soportar el viento fuerte y constante del desierto, “que, si no mata, endurece”, describió el comisario Fernández, orgulloso de que no haya casino en el pueblo. “Para divertirse hay un pub y un boliche”, aclaró. El aislamiento, agregó, se rompió cuando se comenzó a pavimentar la ruta a General Roca, cerca de la ciudad de Neuquén.
Por el pueblo también pasa una vez por semana el tren patagónico, que va de Viedma a Bariloche. Sus habitantes enaltecen la tranquilidad imperante y la confianza también: pocos le ponen llave a su casa o al auto. Tampoco se ven bicicletas con candado. La mayoría vive de la cría de ovejas y corderos y se preparaba para el duro invierno cuando ocurrió la tragedia que alteró los ánimos. Hay una sola escuela primaria y una sola secundaria. Según el director del hospital, “nacido y criado” en Los Menucos, vivir en estas soledades es bastante difícil.
“En el pueblo estamos todos sorprendidos y conmovidos. Acá la gente es muy solidaria, así que muchos se ofrecieron a trasladar a los familiares. Por suerte no se desbordó y a los pocos que vinieron tratamos de contenerlos. Fue difícil porque nada alcanzaba”, dijo la intendenta Yahuar, quien pudo recorrer el paraje donde cayó el avión la misma noche del hecho. “Teníamos esperanza de que hubiera alguien vivo, fue muy duro ver los restos, no se sabía quién era quién”, recordó.
Luego de enterarse de que no iban a recibir los cuerpos ni ver el lugar del impacto, los familiares decidieron aceptar la oferta de aerolíneas Sol para volar de Neuquén a Buenos Aires, a la espera del reconocimiento de sus seres queridos. Ninguno se quedó a dormir en el gimnasio.
En el pueblo, muchos vieron el avión Saab 340 sobrevolando a muy baja altura, casi al ras de las casas. Por eso, la intendenta todavía agradece lo que cree que fue el último gesto del piloto de avión, el cordobés Juan Raffo. “Para mí, él vio que estaba cerca de nuestra localidad y se desvió lo máximo posible para no estrellarse en medio del pueblo, si no hubiera sido un desastre mucho peor”. La máquina cayó en Prahuaniyeu, que en lengua mapuche significa: “Lugar en donde se sube”.
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