Dom 13.11.2011

SOCIEDAD  › SE REUNIERON LOS SOBREVIVIENTES DEL DERRUMBE DE LA CALLE MITRE

“Mi vida entera está ahí abajo, entre los escombros”

Nadie les avisó oficialmente si cobrarán, cuánto ni cuándo. El gobierno porteño tiró los escombros con sus cosas mezcladas, incluidas escrituras, fotos y documentos. Las dudas sobre si Madueña podría haberse salvado.

› Por Emilio Ruchansky

En la esquina de Salta y Rivadavia, a metros de sus antiguos hogares, los damnificados por el derrumbe del edificio de Bartolomé Mitre 1232 hicieron una reunión de consorcio. Fueron quince personas, todos dueños y ex moradores, y se los notaba desconcertados. “Mi vida entera está ahí abajo, entre los escombros”, planteó Mabel Arrochea, vestida con el mismo conjunto deportivo con el que fue evacuada. Al lado, Lautaro Díaz Cabaña se quejaba porque “oficialmente” nada saben sobre los proyectos de expropiación y resarcimiento que se debaten en la Legislatura porteña. “Tienen que hablar con cada uno porque tenemos intereses distintos”, opinó Mónica Nizzardo, titular de la ONG Salvemos al Fútbol, flamante propietaria de una de las 31 unidades. La muerte de Isidoro Madueña sobrevoló la reunión. “No sabemos si podrían haberlo rescatado con vida”, comentaron varios.

Los vecinos se citaron a las 11, a través de una cadena de mails y varios llamados. Si no estaban todos, explicó Díaz Cabaña, es porque hay gente mayor que no pudieron ubicar. “Es importante mantenernos juntos”, dijo el hombre, esperanzado con una reunión pactada para mañana con legisladores porteños de la oposición. Algunos se presentaban con la etiqueta impuesta por los medios: “Yo soy la de la gatita”, dijo Karen Viana, quien perdió a su mascota. “Yo la del camión”, aclaró la del sexto B; bajo los cascotes, juró, están los ahorros para comprarlo.

Amontonados al lado de las vallas que impiden el paso, sobre la calle Salta, los vecinos eran observados con cierta compasión por los empleados del gobierno porteño. Uno de ellos tuvo el gesto de pedir una silla en un bar para Néstor Alustiza, de 74 años, jubilado y ex empleado de comercio, que ahora vive en un hotel cercano. Como Alustiza, había otras dos personas con bastón, los hermanos Lucio y Ana Viton, de 80 y 75 años. A ellos nunca les llegó una silla pero no les importó, tenían ganas de conocer a sus vecinos porque “sólo los tenían de cara”.

“Hace 15 años que vivimos juntos. Yo me quedé viuda y él siempre fue un solterón. Hicimos un trato. Le dije: ‘Vos me hacés de comer y yo pago lo grueso, los impuestos’”, contó Ana. Hasta el año pasado seguía trabajando como asistente social en comedores comunitarios. “No sufrimos tanto el derrumbe porque estamos acostumbrados a tener una vida afuera, siempre visitando amigos”, agregó. Ambos se mudaron a la casa de un hermano menor, en el barrio porteño de San Telmo. En abril de 2013 un banco les devolverá el dinero de una herencia que les retiene desde el corralito.

Sin una agenda de temas a tratar y un trunco intento de compartir un café en el cercano bar Iberia, algunos vecinos relataron las hazañas previas al derrumbe del viernes 4 de noviembre. A Mabel Arrochea, por ejemplo, la salvó su marido, Miguel Arbelo. Compraron su departamento tres meses atrás y todavía tenían buena parte de sus cosas en cajas. Ella bajó cuando se ordenó el desalojo. Y volvió a subir cuando el edificio comenzó a crujir y tambalearse. Quería recuperar los documentos personales de la pareja, cuidadosamente guardados en un armario.

“Iba por el quinto piso y me paré a hablar con una vecina. Mi marido vino a sacarme y yo le insistía en buscar los papeles, menos mal que me convenció”, recordó Arrochea. Cuando finalmente bajaron, “ni los bomberos se animaban a subir”, comentó Arbelo. El mismo día del derrumbe, agregó la mujer, fueron varios vecinos a hablar con un encargado de la obra vecina, donde se hacía la excavación para colocar los cimientos de otro edificio. “Nos dijeron que iban a reparar cualquier cosa que se rompiera”, afirmó Arrochea. Ahora alternan sus días en casas de amigos y familiares.

En medio de la charla, varios vecinos destacaron la elegante entrada del edificio, la escalera de mármol, las barandas de hierro y los apliques de bronce. Y claro, la ubicación estratégica del edificio céntrico. “Me conformo con que me consigan un lugar similar en un radio de 4 o 5 cuadras”, dijo Mónica Nizzardo, que pagó alrededor de 70 mil dólares por su departamento, luego de tres meses de búsqueda. Ella fue quien recomendó como abogado a otros vecinos al ex juez Mariano Bergés, su compañero en Salvemos al Fútbol. Una de sus principales preocupaciones son “los dos camiones que salieron con restos del edificio”.

Según Nizzardo, ninguna autoridad informó a dónde se dirigieron esos camiones, por lo que junto a Bergés están intentando que el gobierno porteño sea el encargado de los restos, en parte, “porque ellos van a ser demandados por nosotros y bajo los escombros están muchas pruebas valiosas”. Si no es posible judicialmente controlar la remoción, comentó, tal vez pueda filmarse u organizar a los vecinos para que controlen esa faena. Una gran fortuna sentimental y económica subyace entre los restos: cuadros, fotos, libros, cajas fuertes, dinero en efectivo, escrituras, prendas y otros miles de recuerdos.

Sobre Isidoro Madueña, cuyo cadáver fue encontrado entre los escombros el jueves pasado, hay tanta bronca como dudas. Lautaro Díaz Cabaña, como otros, mantiene sus serias sospechas de que se lo podría haber rescatado, si se lo hubiera buscado desde el primer día y no después de que Mariano, el hijo del fallecido, acudiera a la prensa, la Legislatura y los tribunales. “Pero hay algo peor. El domingo nos levantamos viendo cómo una bola de hierro rompía las paredes del edificio. Y eso pasó mientras los vecinos sabíamos que Isidoro estaba ahí. Si hasta nos dijeron que iban a derrumbar todo y después lo buscaban”, señaló una de las vecinas.

Mañana, en la Legislatura porteña habrá reunión de la Comisión de Presupuesto y Hacienda, de la que participarán algunos vecinos. La prioridad, para los macristas, es aprobar un proyecto de expropiación. Según explicó ayer el ministro de Hacienda, Néstor Grindetti, el orden de acción es “expropiar el terreno, pagarles a cada uno de los damnificados el valor de su departamento y que la Ciudad también se quede con el derecho de reclamar a las compañías de seguro, si es que las hubiere y tuvieran que pagar, el valor del siniestro”. Como mínimo, destacó, van a pasar “dos o tres semanas” para que esto ocurra.

Mientras tanto, los damnificados recibieron del gobierno porteño un subsidio de 8200 pesos, por grupo familiar según dijeron ayer, sin que eso signifique “descartar un juicio al gobierno”. Sobre el final de reunión, una señora confesó el estupor que le provocó el trámite de su nuevo documento: “Me preguntaron mi dirección y no sabía qué carajo contestar”.

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