Mar 13.03.2012

SOCIEDAD  › LA JUSTICIA BRITáNICA ACEPTA ANALIZAR UN PEDIDO DE EUTANASIA

El derecho a vivir y a morir

Tony Nicklinson sólo puede comunicarse mediante el parpadeo. El Ministerio de Justicia rechazó su pedido de eutanasia, pero ahora un juez aceptó estudiar el caso. El hombre quiere tener el permiso a morir, aunque no para ponerlo en práctica inmediatamente.

› Por Pedro Lipcovich

Existen situaciones, extremas, en las que la única forma en que un hombre puede encontrar un proyecto, una razón de ser para su vida, es abogar por su propia muerte. Fue el caso del español Ramón Sampedro, cuadripléjico, que luchó durante años por el derecho al suicidio asistido, y hoy es el caso de Tony Nicklinson, inglés, de 57 años, que desde 2005 padece el “síndrome de encierro” (locked-in), por el cual su cuerpo está completamente paralizado y su única posibilidad de comunicación se halla en el parpadeo y los movimientos oculares. Nicklinson hizo una presentación para que, a su pedido, un médico le administre un tóxico que ponga fin a su vida, sin que el profesional sufra persecución judicial por ese acto. Lo que él quiere no es morir ya, sino “mejorar mi calidad de vida sabiendo que, si esto me resulta demasiado, voy a estar en condiciones de ponerle fin”. Ayer, un juez autorizó a que el caso se trate en los tribunales londinenses. El Ministerio de Justicia había pedido que el pedido se desestimara de entrada, argumentando que la ley no lo permite.

Tony Nicklinson era un ejecutivo de empresas, había sido jugador de rugby y seguía practicando deportes; casado con Jane, enfermera, tenía dos hijas ya grandes, cuando, en 2005, durante un viaje de trabajo en Atenas, sufrió un derrame cerebral que lo dejó en la condición conocida como “síndrome locked-in”. Con su cuerpo paralizado, “sólo puedo comer si me alimentan como a un bebé; sólo que, a diferencia del bebé, estaré así por el resto de mi vida”. Esta declaración puede hacerla gracias a los dos medios de comunicación de que dispone: una computadora con un programa especial y un tablero con letras, que manipula su esposa; en ambos casos, utiliza códigos que aprovechan sus únicas posibles acciones voluntarias: el parpadeo y el movimiento ocular. Nicklinson no está hospitalizado, sino en su casa, en la localidad de Wiltshire, y ya ejerce su derecho a no tomar medicamentos para prolongar una vida que él no desea extender.

“Lo que yo quiero no es morir mañana, sino mejorar mi calidad de vida al contar con que, cuando esto sea demasiado para mí, voy a estar en condiciones de ponerle fin.” Esta argumentación estoica –Séneca la habría suscripto– no excluye, claro está, momentos de desesperación: “Mi vida es aburrida, deprimente, degradante, poco digna e intolerable”, afirmó, siempre por intermedio de su mujer.

Su presentación ante la Justicia solicitó que, llegado el caso, un médico pudiera intervenir para poner fin a su vida, entendida como “indignidad”, sin ser acusado de homicidio por haber obrado “bajo condición de necesidad”. El Ministerio de Justicia británico pidió que su solicitud fuera desestimada, ya que “un tribunal no puede autorizar lo que la ley no permite; la ley sólo puede ser modificada por el Parlamento”.

Pero ayer el juez William Charles dictaminó que el caso “plantea cuestiones altamente significativas en los órdenes social, ético y religioso” y que la Justicia debe establecer si su pedido “no tiene ninguna perspectiva de aceptación o si existe alguna razón decisiva por la cual debería ser aceptado”.

Saimo Chahl, abogado de Nicklinson, anticipó que el próximo paso debe consistir en que las cortes “examinen con gran detalle las circunstancias individuales del caso”, y estimó que “probablemente el caso finalizará en la Corte suprema”. El propio Nicklinson agregó: “Si yo pudiera contar con la opción del suicidio, tal vez no querría morir. Pero no tener un plan B causa una angustia que algunos no pueden entender”.

El caso de Nicklinson puede cotejarse con el de Jean-Dominique Barby, el periodista que en 1995 quedó en similares condiciones, pero logró continuar en actividad: escribió el libro La escafandra y la mariposa, luego llevado al cine, que da cuenta de la particularísima experiencia del locked-in. Susana Kesselman –eutonista, terapeuta corporal, quien el 21 de agosto de 2008 escribió al respecto en la sección Psicología de este diario– comentó ayer que “Barby pudo encontrarle un sentido a lo que le sucedía. Se pasaba las noches creando y memorizando las frases que al día siguiente dictaría mediante parpadeos. El no se aburría. Es cierto que era escritor, pero también es cierto que ante la enfermedad sucede como ante la vejez: la respuesta de cada uno depende de cómo haya vivido su vida anterior. De todos modos, Nicklinson tiene derecho a no querer vivir de ese modo y tal vez ese derecho no debía serle negado”.

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