SOCIEDAD › ARACELI FERREYRA, DIPUTADA DEL FPV POR CORRIENTES Y MILITANTE POR EL DERECHO AL ABORTO
“Hay que animarse a hablar”, dice Ferreyra durante una entrevista con Página12. Y vuelve a decir lo que hizo público durante un acto por el derecho a decidir de las mujeres: “Yo aborté y soy mamá, que nadie me venga a decir ahora que soy asesina”.
› Por Mariana Carbajal
“Yo aborté y soy mamá. Que alguien me venga a decir que soy una asesina, y que merezco ir presa por eso. Hay que personalizar el aborto, romper el tabú que silencia el tema. Porque ahí te das cuenta de la desmesura de la ley”, dice la diputada nacional del Frente para la Victoria (por Corrientes) Araceli Ferreyra. Habla con emoción, pasión y valentía de un asunto tan íntimo y tan político. Habla en primera persona. Desde su experiencia personal y la de mujeres cercanas a su vida, que también tuvieron que enfrentar la interrupción de un embarazo no deseado en la clandestinidad. Una amiga suya –cuenta– se murió en la adolescencia como consecuencia de un aborto inseguro, a otra la llevó de urgencia al hospital desangrándose después de haberse introducido pastillas de Gammexane ante la desesperación de un embarazo inconveniente. “Hay que animarse a hablar”, insiste Ferreyra. Ella se animó. Primero, en una radio de su provincia y en seguida, recuerda, le cambiaron de tema. La segunda vez en público fue hace pocos días, el 8 de marzo, en un festival musical frente al Congreso por el Día de la Mujer, convocado por agrupaciones afines al kirchnerismo. Ferreyra subió al escenario, como otras legisladoras que se sumaron a la convocatoria. Y afirmó frente al micrófono: “Yo aborté”. Le temblaron las piernas, contó luego. Tras el fallo de la Corte Suprema, que pone certezas y claridad en torno de los abortos no punibles, la flamante diputada siguió hablando del tema en una extensa entrevista con Página/12 e insistió con la necesidad de debatir la despenalización y legalización del aborto en el Parlamento: “Los legisladores no podemos negarnos a una discusión que ya está en la sociedad”, sostiene.
El 8 de marzo, cuenta Ferreyra en su despacho, estaba muy emocionada porque ese día firmó su primer proyecto como diputada nacional. Y fue justamente la iniciativa de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, que propone la Interrupción Voluntaria de Embarazo en las primeras doce semanas de gestación, que se volverá a presentar en Diputados mañana –perdió estado parlamentario en diciembre–, encabezada con la firma de la kirchnerista Adela Segarra, y acompañada por legisladores y legisladoras de un amplio arco político.
Ferreyra tiene 45 años y es madre de dos hijas de 12 y 15 años. Con ellas habló antes de decidir hacer públicas cuestiones tan privadas como la experiencia de un aborto. “Yo aborté y soy mamá. Nadie me va a decir que el huevo o cigoto es un bebé. Nadie más que las mujeres cuidamos y defendemos la vida de nuestros bebés”, dice. Incluso, a sus hijas en la escuela les bajaron línea en contra de la despenalización del aborto con el tramposo argumento de los grupos que se autodenominan “pro vida”, que sostiene que “si tu mamá te hubiera abortado vos no hubieras nacido”. Pero Ferreyra les explicó a sus hijas que en realidad es al contrario: porque su mamá abortó antes de tenerlas, ellas nacieron.
–¿Cómo fue el proceso por el cual decidió hablar del aborto en primera persona?
–Después de que salgo electa, me invitan a un seminario sobre violencia de género en Rosario, y una de las organizaciones que participaban era el grupo de Católicas por el Derecho a Decidir. La verdad es que me impactó. Yo no soy católica, soy agnóstica. Pero hay que tener mucha valentía siendo católica para animarse a hablar de estos temas con todo el peso de la Iglesia. Yo pensé: si ellas lo pueden decir, cómo no voy a poder decirlo yo. Aparte, creo que esta ley tiene corte transversal: acá no hay mandato de bloque, partidario ni de las congregaciones. Es cada uno con sus convicciones lo que va a decidir el tratamiento de esta ley. Para romper con ese tabú hay que animarse.
Proviene de una familia de militantes políticos. Su papá era dirigente del PC y estuvo detenido-desaparecido durante la última dictadura militar. Su mamá fue abogada de presos políticos en aquellos años oscuros. “Me caí de la panza de mamá y ya militaba”, se ríe Ferreyra. Militó en la juventud comunista, empezó a estudiar Derecho, pero luego dejó la carrera. Más adelante se entusiasmó con el Frepaso, pero terminó desencantándose con la Alianza. “Los Kirchner fueron lo mejor que me pasó en mi vida política porque estaba a punto de ser militante del escepticismo”, confiesa. Fue electa diputada provincial en 2001 y constituyente en Corrientes en 2007, y en la última elección ganó una banca como diputada nacional por el FpV. “Yo vengo de la clase media, pero de esa clase media que no conseguía trabajo en los ’90 y abría kioscos”, se define.
Dice que la primera vez que enfrentó la decisión de abortar estaba en Moscú, donde la interrupción es legal y se realizó la práctica en un hospital. Tenía alrededor de 20 años. Después tuvo otras experiencias en Corrientes, donde la clandestinidad y la precariedad enturbian sus recuerdos. “Fijate, de ese primera aborto no tengo la sensación de la carga traumática de los otros que me hice en Corrientes: porque había un médico que te atendía, un quirófano, al salir estuve en una pieza, con cuidados, fue otra cosa. De ese aborto te puedo contar todo desde que entré. Los otros los tengo borrados. Hasta las imágenes son distintas. Del primero recuerdo la luz; de los otros, solo oscuridad”, describe Ferreyra.
–¿Cómo fueron las circunstancias que la enfrentaron a tomar esa decisión?
–¿De decirlo?
–De interrumpir un embarazo.
–Fue tan difícil casi pasar por el aborto como animarme a contarlo. No fue fácil. Fue una evolución. En mi adolescencia tuve una amiga que había quedado embarazada. Yo vivía en Corrientes capital, ella estudiaba también en la capital, pero era del interior de la provincia, provenía de una familia muy pobre, y con mucho esfuerzo los padres la mandaban. Trabajaba. En el lugar que trabajaba tuvo relaciones sexuales. Quedó embarazada de su empleador. Obviamente la rajó. Cuando me preguntó qué hacer, yo le dije: “Si vos quisiste la relación sexual, ahora aguantate”. Y tuvo el hijo. La echaron del trabajo, los padres la sacaron pitando, estudiaba abogacía y terminó trabajando de empleada doméstica con una dignidad enorme. Pero el curso de su vida cambió por un prejuicio terrible. Teníamos 17 o 18 años. Estábamos en el primer año de la Facultad. Me acuerdo de cuando les conté a mis viejos. Me dijeron: “¿Cómo podés ser tan prejuiciosa?” Ahí me puse a pensar que todos esos prejuicios que te meten... una tiene que pensar con cabeza propia. Me fui dando cuenta de la barbaridad de lo que le había dicho a mi amiga. En esa época, después me encontré con cantidad de chicas que se enfrentaban a un aborto en la clandestinidad. La mayoría no tenía plata: teníamos que estar juntando. Siempre esa cuestión de tanta vulnerabilidad. A mí me pasó distinto: cuando me tuve que hacer el aborto no fue como en muchos casos por una situación de pobreza.
–En realidad abortan mujeres de todos los sectores sociales, no solo las pobres.
–Es cierto. La diferencia está en las condiciones en que lo hacés. Hay condiciones y condiciones para hacerse un aborto. He escuchado a mujeres que han contado de haberse introducido el palito de perejil, la aguja, pastillas de Gammexane.
Cuenta que ella tomó la decisión de interrumpir esos embarazos –consecuencia, dice, de la falla o mal uso de anticonceptivos– porque era muy joven, su relación de pareja no estaba consolidada y solo se imaginaba que podía tener hijos en el marco de un proyecto de familia. “Cuando una mujer toma la decisión de abortar, no la frena nada, nada, nada”, dice la diputada.
Después, con ese mismo hombre que la acompañó en aquellas decisiones, compartió veinte años de su vida y tuvo a sus dos hijas. “Yo fui madre a los 30 años. Una tiene que poder elegir cuándo quiere ser madre y si quiere serlo”, afirma.
En su memoria está presente el recuerdo de una amiga que murió como consecuencia de un aborto inseguro, en la desesperación de interrumpir un embarazo inconveniente. “Era maestra y su compañero periodista. Era una pareja macanuda, inteligente. No tenían esa carga de prejuicios. Sí estaban en una situación de pobreza. Tenían ya dos hijos. Ella queda embarazada. No nos cuenta nada. Espera que él vaya al interior de la provincia a hacer un trabajo para hacerse un aborto clandestino. Para cuando llegó él de vuelta, ella estaba con una septicemia y se murió.”
También recuerda cuando le tocó llevar a un hospital a una amiga que se desangraba. “Yo pensé que estaba perdiendo el bebé de forma natural. Pero resulta que en la desesperación se había puesto pastillas de Gammexane. Le comió todo. En el hospital nos querían mandar presas a ella y a mí. Se podría haber muerto. Había agarrado el auto de mi viejo. Me acuerdo que la llevé a un hospital primero y no la quisieron atender. Tuve que llevarla a otro hospital, abrir las puertas pateando porque no la querían atender”, describe y se emociona.
–¿Cómo fue la primera vez que contó esto en público?
–Lo conté en una radio del interior de mi provincia. Recuerdo que enseguida cambiaron de tema. Yo soy mujer, madre y militante. A veces los planos se mezclan. Esa vez lo contaba como madre: hablemos de esto para que nuestras hijas no pasen lo que nos tocó pasar a nosotras, decía. Como el tema del matrimonio igualitario. Cuando se hicieron las audiencias en Corrientes, fui de las pocas políticas en la provincia que hablaron a favor.
–¿Y el 8 de marzo en el escenario como qué habló?
–Hablé como militante y como legisladora. Llevar adelante estas leyes no es solo un problema de mayoría ni de órdenes. No hay que estar esperando mandato de la Presidenta. Tenemos que asumir la responsabilidad de decir como mujeres lo que nos pasó y también como legisladoras. Me pasó que he hablado con otras legisladoras que están de acuerdo con la despenalización, que han firmado proyectos anteriores. A una le pregunté: “¿Vos abortaste?” “Sí”, me dijo. Pero cuando hablamos despersonalizamos, hablamos del derecho a decidir, de un montón de cuestiones que son importantes, pero cuesta hablar en primera persona. Y si nos cuesta a nosotros que somos firmantes, que tenemos una posición pública, imaginate a la gran mayoría, que tal vez no tuvo la suerte de tener un acompañamiento familiar, formación. Lo que necesitamos es romper ese tabú que es funcional a los grupos pro vida, a las prácticas inquisitoriales. Y también hay que pedirles a los hombres que acompañaron a sus novias, a sus esposas, o que le pusieron el cuerpo, porque los hombres en esos lugares donde se hacen los abortos quedan en la esquina, dando vueltas, para que ellos también puedan decir, porque saben lo duro que es para una mujer enfrentar esto en la clandestinidad.
Ferreyra hace suyo el lema de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. Sobre los dos primeros ejes, dice, hay que trabajar fuertemente. “Y discutir la despenalización –agrega–. Los legisladores no podemos negarnos a una discusión que ya está en la sociedad.”
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux