Lun 19.03.2012

SOCIEDAD  › OPINIóN

Deseos urgentes

› Por Javier Auyero *

Para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, Flavia Bellomi, maestra de una escuela del primer cordón del conurbano bonaerense, propuso un ejercicio colectivo a sus alumnos y alumnas de sexto grado. Armarían un “árbol de los deseos”. La consigna fue muy simple: “Escriban en un papel lo que quieren para las mujeres en su día”. Además de los típicos clichés (“paz”, “amor”), José, uno de los alumnos más incisivos y curiosos, escribió: “No a las violaciones ni a los orales”. La colorida lámina con el “árbol de los deseos” hoy adorna una de las descascaradas paredes del aula de Flavia.

Durante los últimos dos años hemos realizado observaciones y hemos mantenido innumerables conversaciones y entrevistas con los habitantes de tres barrios aledaños a la escuela donde trabaja Flavia. Inicialmente nuestros objetivos eran determinar los efectos que las grandes transformaciones del neoliberalismo tuvieron en la vida cotidiana de los territorios urbanos relegados y evaluar los efectos que los esfuerzos actuales por aliviar la pobreza y la desigualdad tienen sobre la vida cotidiana de los más destituidos.

Junto a las carencias materiales (falta de ingresos suficientes para satisfacer el conjunto de necesidades básicas) y de infraestructura (falta de pavimento, alumbrado, contaminación ambiental, ausencia de recolección de residuos, etc.), una de las preocupaciones centrales en la vida cotidiana de los más desposeídos gira alrededor de los distintos tipos de violencia –delictiva, doméstica, policial, sexual– que ponen en riesgo sus vidas. El deseo de José para el Día de la Mujer articula parte de esta preocupación colectiva de manera simple y contundente.

Lo que José no expresa –y lo que nosotros pudimos descubrir luego de treinta meses de trabajo de campo– es que el Estado es cómplice en la perpetuación de esta amenaza. Mucho se ha escrito sobre la participación de la Policía bonaerense en el tráfico de drogas, en el robo de autos, en los secuestros extorsivos y en la provisión de armas y munición a los delincuentes que dice combatir. Poco se ha discutido –porque la persistencia de la dominación masculina en las discusiones públicas hace que de esas cosas no se hable– sobre la existencia de lo que varios vecinos describen, otra vez de manera simple y contundente, como la “policía petera” –agentes policiales que demandan actos sexuales (fellatios, o “petes”) de las adolescentes pobres.

José, y tantos otros vecinos con los que hablamos, pueden expresar sus sueños en el “árbol de los deseos”, pero difícilmente recurran a la autoridad para denunciar “violaciones y orales (forzados)”. ¿Por qué buscarían la ayuda de la policía local cuando creen que sus agentes “hacen eso” con las chicas del barrio? Un principio sociológico básico –conocido como el teorema de Thomas– sostiene que si la gente define una situación como real, ésta será real en sus consecuencias. Si los habitantes de los barrios relegados están convencidos de que la policía está involucrada en el negocio de las drogas, difícilmente denunciarán en la comisaría al “transa” vecino que emplea a menores de edad como sus soldados. Si creen en la existencia de una “policía petera”, ¿por qué recurrirían a ella para cumplir con los deseos de José?

* Departamento de Sociología, Universidad de Texas, Austin.

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