SOCIEDAD › OPINIóN
› Por Horacio Cecchi
“Crimen del jacuzzi”, “Horror en el country”, los títulos sobre la muerte del chico de 6 años ahogado en una bañera por su madre giraron alrededor de esas ideas. Lo que sorprende es la facilidad con que el discurso mediático transformó “un” caso de “una” mujer que pasó por un evidente brote psicopatológico en una proyección universal sobre las mujeres. Como si esa psicopatología fuera común a todas, como si todos los hijos corrieran el mismo riesgo frente a sus madres.
¿Debiera esperar la muletilla de la ola de inseguridad frente a semejante crimen que conmovió a la sociedad (y por lo visto al fiscal, de quien hablaré líneas más abajo)? Confieso que la esperé. Y no llegó. No hubo cintillos o chapitas o plaquitas o como quieran llamar al etiquetamiento con que periodísticamente se suele identificar los casos. ¿Por qué no se universalizó este crimen como “ola de inseguridad”?
Porque ya venía universalizado de matriz, para utilizar un término que viene al caso. El discurso mediático sancionó a la mujer imputada, no como mujer sino como Madre. Podrán decir que es una tautología, pero no lo es. No es reiteración, sino sobreimpresión. Se pisa el ser mujer para impostarle la obligación supuestamente “natural” del ser Madre. Esta suposición, que viene del antaño patriarcal y está inserta en el discurso mental, dice que una mujer es mujer y deja de serlo para ser Madre, único supuesto objetivo de su vida. Según este concepto, la mujer “debe” tener vocación de Madre. Si no la tiene, es “rara”.
Y peor aún que “rara” es que, siendo Madre, es decir, habiendo llegado a ese lugar supuestamente inmaculado y elevado, lo vulnere, tal como subraya ahora el mensaje mediático.
La idea de Madre en este discurso no es compatible con semejante acto, matar a un hijo. Los medios necesitan hacer una elipsis sobre las circunstancias que no sólo no importan para esta construcción, sino que, al contrario, molestan. Olvidar el estado psiquiátrico, olvidar que había estado internada, olvidar que había una disputa de por medio, olvidar que se admitió el regreso de los hijos con ella. Olvidar toda circunstancia particular. Porque cualquiera de esos datos lo que construirá es un análisis causal, un caso con causa única, individual, sea locura, desborde, despecho o salvajismo. Lo que se teme es que se bordee la inocencia. Mejor dicho, que se bordee la no punibilidad, que se distancie el castigo. Y en este caso resultaría imperdonable y urticante no crucificar a esa Madre que dejó de serlo. El mensaje mediático entonces requiere de transformar las circunstancias particulares de esa mujer que, como dije, poco le importan y le molestan, en circunstancias universales no compatibles con la idea de Madre. Si una Madre no solamente no debe sino que no puede ontológicamente matar a su hijo, de matarlo se está negando como tal, no es Madre, sino monstruo. Pierde su esencia de madre coraje, madre sacrificada, madre abnegada. Recuerdo aquella noticia ocurrida en La Plata, donde una perra que cuidó a un bebé fue mediáticamente más Madre que la mujer que lo trajo al mundo. Claro que se pretendía que esa mujer “como todas” fuera madre por naturaleza con sólo parir. No se decía que la supuesta madre era una nena de 13 años, más abandonada por el hombre que la violó que la propia criatura de la que nunca supo ni aprendió ni pudo hacerse cargo. Requiere perder su esencia de Madre para ser transformada en un monstruo.
Y allí llega nuestro fiscal, Leandro Heredia; digo nuestro porque se supone que actúa en representación del pueblo. Llega no para investigar y pedir en el marco de la Justicia, sino para ensalzar la crucifixión mediática prejudicial (prejuicio) de esa, ni que Lilith, peor que Lilith, de esa Satanás mediática. Ensalzar porque, en ese discurso, lograr la condena del monstruo significa treparse al supuesto que afirma que existe un reclamo popular de crucificarla. Es ganar porotos, es subir de prestigio y quizás obtener renombre y espacio. “¿Sabés quién es ése? El fiscal que condenó a la monstruo.” Quizá sus oídos crean regodearse en una proyección hacia el futuro.
Por eso, ya el primer día más que de una imputada dijo que fue Goliat que venció a David. No es que se equivocó de mitología. No la describió como una Medea, que también mató a sus hijos por venganza porque o no conocía su historia o hubiera alimentado otro tipo de figura demasiado femenina. La expulsó de su género y la describió como Goliat, tan monstruoso que incluso venció a David (para la ocasión, el niño, héroe violentado). Por eso, en lugar de hablar de utilizar términos jurídicos, más despojados de apasionamiento y sensiblería, dijo a los medios: “Realmente el hecho en sí es absolutamente abominable”. Dijo que la escena era “dantesca” y “de película”. Dijo: “No tengo vergüenza en decirlo, me quebré, claudiqué, rompí en llanto durante cinco, diez minutos”. El, un Hombre, con más de una década en la función, marcado ya por las cicatrices del horror y las monstruosidades. ¿Pero esta vez? Inaudita, jamás vista.
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