Dom 27.04.2003

SOCIEDAD  › JULIETA LANTERI, UNA PRECURSORA DE LOS DERECHOS DE LAS MUJERES

La cara olvidada del voto femenino

Consiguió votar en 1911, cuarenta años antes que el resto de las argentinas. En 1919 descubrió que la Constitución vedaba el derecho a voto a las damas, pero no la posibilidad de que fueran elegidas. Formó su propia agrupación y se presentó como candidata a diputada nacional.

› Por Mariana Carbajal

Algo más de 13 millones de mujeres podrán votar hoy. Pocas, seguramente, conocen a una de las principales protagonistas de la lucha por el sufragio femenino en el país: Julieta Lanteri, quien logró votar en elecciones municipales porteñas en 1911, cuatro décadas antes que el resto de las argentinas y fue posiblemente la primera sufragista de América latina. Aunque se graduó como médica –fue la sexta mujer en alcanzar ese título en el país–, su mejor arma consistió en el análisis exhaustivo de las leyes. Así descubrió que la Constitución nacional vedaba el derecho a voto a las damas, pero no la posibilidad de que fueran elegidas. Con ese argumento formó su propia agrupación, el Partido Feminista Nacional, y se presentó en 1919 como candidata a diputada nacional del país. Los diarios se burlaron de ella, pero nunca se desanimó. Hasta llegó a presentarse en los cuarteles y ante el propio ministro de Guerra de Yrigoyen para exigirle su incorporación al servicio militar y poder, de esa forma, ingresar al padrón nacional. Murió en un extraño accidente. A pesar de su insistente batalla, la historia se encargó de olvidarla. Vaya hoy, día de elecciones, un atrasado homenaje.
“Le tomaban el pelo, la tomaban por loca. Pero ella lograba salir en los diarios”, comentó a Página/12 Araceli Bellota. Periodista e historiadora, Bellota se encargó de rescatar su figura a través de una profunda investigación sobre su vida, plasmada en el libro Julieta Lanteri. La pasión de una mujer (Planeta), publicado un año y medio atrás.
Siempre de impecable traje blanco, Julieta había nacido en un pueblo del Piamonte italiano, el 22 de marzo de 1873 y llegó a la Argentina con sus padres a los 6 años. La transgresión fue una constante en su vida. “Fue una transgresora a conciencia”, apuntó Bellota. Se alineó con la corriente del librepensamiento, no era respetuosa de la religión, ni comulgaba con la figura tradicional de familia. En una época en que muy pocas mujeres optaban por los estudios universitarios, ingresó en 1896 a la Facultad de Medicina y se convirtió en 1907 en la sexta mujer graduada en el país. “No hay dudas de que la habita un anticipado sentimiento de la diferencia que hará de ella uno de los seres más incisivos en materia de reclamos de igualdad entre los sexos”, destacó la historiadora Dora Barrancos, en su libro de reciente publicación, Inclusión/Exclusión. Historia con mujeres.
A los 36 años, cuando era vista como una solterona, Julieta se casó con un hombre 14 años menor que ella y completamente desconocido. Sus compañeras feministas habían elegido pareja de otra manera. “Fenia Chertkoff se casó con el dirigente socialista, doctor Nicolás Repetto. Su hermana, Mariana Chertkoff, con Juan B. Justo, fundador del partido de su concuñado, quien, luego de enviudar, se unió con Alicia Moreau a la que doblaba en edad; Elvira Rawson, con Arturo Dellepiane, también médico”, diferenció Bellota en su biografía.
Julieta quiso especializarse en salud mental e intentó una adscripción como docente en la Cátedra de Psiquiatría. El pedido le fue denegado “con la excusa de su condición de extranjera, pero la verdad debe hallarse en el hecho de ser mujer”, advirtió Barrancos. Tozuda, de una gran inteligencia, Julieta se presentó entonces a reclamar la ciudadanía argentina a la Justicia, un ámbito al que recurriría insistentemente en su gran cruzada por la igualdad. Consiguió un fallo favorable en primera instancia, pero el procurador fiscal desestimó la sentencia al señalar que se trataba de una mujer casada y como tal requería del permiso del esposo para iniciar la causa judicial. La batalla duró ocho meses, pero finalmente la ganó. Sería la primera.
No perdió un minuto. Al día siguiente, el 16 de julio de 1911, fue a inscribirse al padrón electoral de la Ciudad, aprovechando que había un reempadronamiento. Quería votar en las elecciones venideras para renovar el Concejo Deliberante. Cuenta Bellota que su osadía sorprendió al empleado. Julieta le mostró su carta de ciudadanía y una copia de la ley 5098 que disponía que se renovara el padrón de la Capital Federal cada cuatro años y que en su artículo 7º establecía como condiciones para inscribirse en el registro: ser ciudadano mayor de edad, saber leer y escribir, presentarse personalmente a realizar el trámite, haber pagado impuestos comunales por valor de 100 pesos como mínimo o ejercer alguna profesión liberal dentro del municipio y tener domicilio en la Ciudad por lo menos desde un año antes. Julieta reunía varios de los requisitos y el hombre no pudo negarse a incorporarla. El 23 de noviembre de 1911, Lanteri votaría en la iglesia de San Juan, frente a la mirada estupefacta de los varones, convirtiéndose en la primera mujer en sufragar del país y –según algunos historiadores– de Latinoamérica. Faltaban 40 años para que las argentinas accedieran a las urnas.
Julieta no se detuvo. “Se transformó en una puntillosa analista de la legislación. La leía y la releía para buscar un resquicio donde filtrar su reclamo”, indicó Bellota en su libro. En vísperas de los comicios nacionales de 1919 descubrió que su nombre no figuraba en los padrones y volvió a recurrir a los tribunales, pero su reclamo fue rechazado con el argumento de que debía exhibir la libreta de enrolamiento, un documento exclusivamente masculino. Decidió dejar esa batalla para más adelante. Encontró que la Constitución nacional vedaba la posibilidad de votar a las mujeres pero no la de ser elegidas. Entonces, creó su propia agrupación, el Partido Nacional Feminista, en abril de 1919, y se presentó como candidata a diputada. Nuevamente sería pionera.
Hizo campaña en las calles, hablando en las esquinas, y también en los intervalos de las funciones del cinematógrafo. Y hasta empapeló la ciudad con sus afiches: “En el Parlamento una banca me espera, llevadme a ella”, fue su slogan. Consiguió 1730 votos, obviamente todos masculinos, entre ellos el del escritor Manuel Gálvez que “como no quería votar por los conservadores ni por los radicales” –según su propia confesión– prefirió apoyar a “la intrépida doctora Lanteri”.
En 1920 organizó junto con Alicia Moreau de Justo un simulacro de votación femenina en el que participaron más de 4000 porteñas. Siguió presentándose como candidata hasta 1930. En el interín reclamó en los cuarteles y hasta frente al ministro de Guerra de Yrigoyen que le permitieran hacer el servicio militar para poder así conseguir libreta de enrolamiento e incorporarse al padrón. Murió dos años después sorpresivamente, el 23 de febrero de 1932, en un extraño accidente. La atropelló un auto en la esquina de Diagonal Norte y Suipacha a las 3 de la tarde. Tanto Bellota como la periodista Ana María de Mena, que publicó en 2002 un libro sobre Lanteri, pudieron recabar indicios como para sospechar –dicen– que pudo tratarse de un asesinato político. Julieta tenía 59 años. Dos días antes había asumido el general Agustín P. Justo como nuevo presidente.

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