Dom 11.05.2003

SOCIEDAD  › UNA REFLEXION SOBRE EL FALLO CONTRA LOS SWINGERS

¿Y qué es la infidelidad?

Curiosamente, hasta en las leyes es difícil encontrarla definida como una “infracción” de tono sexual. La idea de fidelidad viene cambiando al vaivén del tiempo y las promesas.

› Por Marta Dillon

Que hay amores capaces de clavarle al tiempo su propia flecha es tan cierto como que el deseo tiene fecha de vencimiento, si no se lo alimenta con emociones nuevas. Sí, es verdad que ese bocado puede ser una sabrosa mixtura de fantasías que nunca calzarán el soez vestido de la realidad. Pero quien más, quien menos, por acción o por omisión, es sabido que no hay anteojeras capaces de obligar a la mirada a enfocar siempre el mismo objetivo. La verdad duele, es insoportable y no tiene remedio pero lo cierto es que la exigencia de la monogamia no es más que un vano intento por regular aquello que no se puede regular –aun cuando honestamente se quiera hacer el intento–, además de una herramienta de dominación que históricamente ha estado al servicio de los varones (aunque esto último también lo ha corroído el tiempo). Porque mal que les pese a los juristas que negaron la personería jurídica a la Asociación de Swingers, la mentada fidelidad tampoco es siempre la misma. Y encima, según el diccionario, ni siquiera supone exclusividad sexual sino sencillamente “observancia de la fe que uno debe a otro”.
Puede ser por pacatería, recato o simple olvido, pero no hay definición de fidelidad que incluya la exclusividad sexual. Eso es un presupuesto -como bien dice el fallo de la Cámara Civil porteña– que hasta el Código Civil deja abierto al libre albedrío de las parejas. De hecho el adulterio o la infidelidad es sólo una causal subjetiva del divorcio desde la reforma de 1995. Es decir que algunos lo considerarán así y otros no, de acuerdo a la fe que hayan decidido prodigarse uno al otro. Lejos han quedado los tiempos en que la ley condenaba al marido sólo cuando mantenía a una amante y nada decía de los encuentros ocasionales que éste pudiera tener con una o más mujeres. Para ellas la cosa era más grave, un sólo traspié alcanzaba para denostarla, negarle los alimentos y condenarla como rea. Es más, si de esa canita al aire quedaba huella en su vientre, pues ni hablar de reconocer al vástago. Lo prohibía expresamente el Código Civil de Vélez Sarsfield –de 1869– en “obsequio a la moral y la tranquilidad”. Ellos sí, podían reconocer cuantos hijos ilegítimos desearan (que en general no eran todos).
La fidelidad, entonces, es un pacto. De eso se trata la fe que uno debe a otro o “el comportamiento que corresponde a la confianza puesta en ella (en la persona, a eso se debe el femenino)”, según el diccionario de María Moliner. Puesto en esos términos, se puede confiar en que el otro, por ejemplo, jamás cometa una infidelidad en público, o con amigos comunes, o la cometa y lo cuente, se jacte de ello, la perpetre con alguien del mismo sexo, en la cama marital o los domingos a la tarde. Los pactos son infinitos, como las combinaciones de parejas posibles. Aunque también es posible no aceptar ninguno –es decir, jurarse amor y fidelidad eternos– y asumir que el final de la pareja acecha a la vuelta de la esquina. “Establecer el unicato es generar una situación sin salida que termina siendo un pacto de muerte”, sentenció alguna vez sin dudar el psiquiatra y terapeuta de parejas Gustavo Garófalo. Insoportable pero real: es imposible colmar todas las aspiraciones y deseos de la persona amada.
Vamos, sea fuerte, no mire a su pareja dejando traslucir como se hunde en su pecho la puñalada de la realidad. Tampoco hay por qué convocar a los fantasmas porque, entre otras cosas, detrás de esas siluetas se agitan todo tipo de negocios. ¿De qué cree usted que viven los detectives privados? Mayormente de los miedos de quien puede pagarlos y necesita confirmar lo peor: que esos bultos sobre su frente no son quistes sebáceos. Además, es inútil. Porque así como existen los detectives, hay quienes se dedican profesionalmente a confeccionar excusas. Tal es el caso de la empresa Scuzza, todo un equipo dedicado a mandar invitaciones a congresos inexistentes, inventar interferencias en los celulares para que no tenga que contestar el teléfono y otro tipo de artimañas destinadas a encubrir al infiel de turno. Lo mejor, dicen los especialistas como la psicoanalista Mabel Burin, es adecuar sus ansiedades a un pacto que conforme a las partes. “La fidelidad podría no ser consustancial a los fundamentos de la pareja, pero sí un acuerdo de lealtad que tiene que ver con buscar consensos sobre el funcionamiento de la pareja. Un encuentro puede ser casual, transitorio y no afectar ese pacto”. Hacer la vista gorda, diría una abuela, o actuar con discreción en el caso opuesto, siempre teniendo como brújula que el amor es mucho más que unos cuantos estímulos sensoriales. Además, si nos dejamos guiar por una encuesta realizada por una empresa de cosméticos que la escritora Rosa Montero cita en una antología de cuentos sobre la infidelidad que realizó en 1999, las aventuras embellecen, sobre todo a las mujeres. Casi un tercio de las consultadas europeas afirmaron que tener un amante les vuelve la piel más tersa.
Con el auge de la genética, justo al final del siglo XX, una investigación publicada en la revista Nature, afirmaba haber descubierto el gen de la fidelidad. Se aisló de un ratón campestre y se lo inoculó en el promiscuo ratón de montaña, logrando que ambos tuvieran comportamientos galantes con las hembras. El hecho fue desestimado más tarde por frívolo y apresurado en algunos casos, y como posible causante de mortal aburrimiento en otros, como el escritor Manuel Vincent, que no quiso imaginarse la literatura sin un Casanova. Lo cierto es que ni siquiera en el mundo animal se pudo encontrar una especie –incluyendo la humana– que cumpla con el mito de la monogamia. Al menos eso es lo que demostró en su libro homónimo el científico de la Universidad de Washington, David Barash. Pero para demostrarlo no hacen falta eruditos. El mito de la fidelidad se debilita a medida que se fortalece la autonomía de las mujeres. “En una hipotética unión entre iguales –dice la investigadora Irene Meler–, los dos tendrían que resolver la dicotomía entre el deseo de libertad y el deseo erótico que tiene como requisito la variación del objeto”. Y esto es lo que, a su manera, intentan resolver los que adhieren al “estilo de vida swinger” que dice fomentar la asociación que no consiguió su personería jurídica. Pero, por supuesto, éste es sólo uno de los pactos posibles. Los demás corren por cuenta de la imaginación, la tolerancia y la valentía de cada pareja.

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