Dom 11.05.2003

SOCIEDAD • SUBNOTA

Un poco de historia

Fue durante el siglo XIX cuando el adulterio de las esposas comenzó a ser tomado como una alegoría de las potenciales capacidades de emancipación de estas. Francia, como lo quiere la mitología universal, se ocupó primero de hablar sobre el tema en su calidad de país “liberal”. En 1810 la ley era francamente sexista: a las adúlteras se las castigaba con prisión de tres meses a dos años. A ellos, con una módica multa, siempre que la amante se haya instalado en el hogar conyugal. El artículo 324 del Código Penal francés absolvía al marido ultrajado que encontraba a su esposa in fraganti con otro hombre y asesinaba a ambos. El historiador Michelet explicaba el adulterio de la mujer en la abundancia y el exceso de su naturaleza. Por su parte, el moralista León Blum aconsejaba para cada mujer casada un segundo proveedor de esperma, a riesgo de que ésta enferme por las toxinas que se supone exudan sus genitales. el ensayista Marcel Prevost justificaba el pecado de la esposa cuando ésta pasaba de la comilona de la luna de miel al mendrugo de la cotidianeidad del matrimonio. Balzac recomendaba embarazar a la esposa en la misma noche de bodas, además de eliminar de la casa los armarios grandes y tener un portero que haga las veces de detective. Este discurso social sobre las mujeres tenía un mérito: les reconocía un deseo sexual vigoroso y lozano. Sigmund Freud, además, las justificaba: si la sexualidad en la mujer estaba prohibida hasta el matrimonio era lógico que esa prohibición quedara ligada a su vida erótica. Así, ellas tendrían derecho a seguir buscando relaciones clandestinas porque ése es el modo en que gozan. No es su culpa entonces, es de la cultura.

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