SOCIEDAD › TRES ESCRITORES ANALIZAN LA IMPORTANCIA DEL EXODO JUJEñO, EN SU BICENTENARIO
Con un ejército diezmado, Manuel Belgrano ordenó al pueblo jujeño retirarse a Tucumán y dejar tierra arrasada al enemigo. Muchos lo hicieron por convicción, otros por obligación. Así logró revertir la relación de fuerzas desfavorable.
› Por Eduardo Videla
Podría decirse que es la primera pueblada de nuestra historia: todo un pueblo dejó lo poco o mucho que tenía para marchar con el ejército y dejar tierra arrasada al enemigo. Habría que decir también que se hizo bajo amenaza de pasar por las armas a quien se negara. Lo cierto es que el llamado Exodo Jujeño, del cual se cumplen dos siglos entre hoy y mañana, fue clave en la guerra por la independencia. Como lo fue la rebeldía de Manuel Belgrano, que desobedeció las órdenes de Buenos Aires de retroceder hasta Córdoba, y se impuso en Tucumán a las tropas de la corona. “Si hubiera obedecido, hoy probablemente la frontera norte de nuestro país estaría en Córdoba”, conjetura Pacho O’Donnell, titular del Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego. “La estrategia del éxodo es interesante para reivindicar a Belgrano como militar, a quien se lo suele maltratar calificándolo sólo como un abogado”, agrega el historiador Felipe Pigna. “Aplicó un método militar bastante primitivo: privar al enemigo de abastecimiento, lo que le permitió modificar la relación de fuerzas, que hasta ese momento le era desfavorable”, concluye el escritor Alejandro Horowicz, autor de El país que estalló (1806-1820).
El éxodo comenzó la noche del 22 de agosto de 1812 y finalizó al día siguiente, cuando se fue de la ciudad el último hombre: el propio Belgrano. Pero todo había empezado mucho antes, después de que, en febrero de ese año, el Primer Triunvirato le ordenó al general la retirada a Córdoba. “Después de las derrotas de los ejércitos patriotas en el Alto Perú, la situación se había vuelto muy comprometida. El gobierno de Buenos Aires, más preocupado por su propia subsistencia que por la de las provincias, ordenó la retirada”, comenta O’Donnell. “Pero la orden era retirar el ejército, no a la población. Poner a salvo lo que quedaba de las tropas.”
“El Ejército del Norte estaba debilitado, carente de recursos por la mezquindad de Buenos Aires –agrega Pigna–. Belgrano decide justamente hacer una guerra de recursos y dejar sin provisiones al enemigo: sabía que el Ejército realista venía padeciendo hambre y sed, y que después de atravesar la Puna esperaba aprovisionarse en Jujuy.”
“Belgrano no tenía formación militar, pero había leído táctica y estrategia militar, sabía que en las guerras europeas se utilizaba la estrategia de retroceder dejándole al enemigo sin posibilidades de abastecimiento, ni animales ni alimentos”, agrega O’Donnell. En rigor, la estrategia de tierra arrasada fue utilizada por ejércitos en desventaja desde la Antigüedad. “Lo había aplicado en forma casi contemporánea el ejército ruso de Alejandro I y fue clave para derrotar a Napoleón”, acota Pigna. En estas tierras, lo había implementado José Artigas un año antes, durante el sitio de Montevideo.
Es que Belgrano ordenó a los pobladores irse con todo y quemar lo que no podían llevar. Y la orden no deja lugar para dudas. “El bando que dicta Belgrano, a 200 años, conmueve por la claridad en el objetivo”, sostiene Pigna. En el texto advierte sobre “los desnaturalizados que viven entre nosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud”. Les pide a los hacendados que se apresuren a sacar su ganado hacia Tucumán “sin darme lugar a que tome providencias que sean dolorosas declarándonos además, si no lo hicieses, traidores a la Patria”. La misma advertencia les hace a los labradores y a los comerciantes. Y el que intente “pasar sin mi pasaporte será pasado por las armas inmediatamente, sin forma alguna de proceso”. La misma pena sufrirían, advierte, “los que inspirasen desaliento”. Y sean tenidos por traidores a la Patria “todos los que a mi primera orden no estuvieren prontos a marchar”.
Es por eso, dice O’Donnell, que “el pueblo se sumó entonces a las fuerzas patriotas y acompañó la marcha hacia el sur, un poco de manera voluntaria y otro poco forzado”. “Sobre todo las clases dominantes, los comerciantes que comerciaban con las zonas mineras del Alto Perú, que se veían perjudicados por la guerra y no tenían intención de sumarse: para ellos el éxodo fue mano militar”, argumenta Horowicz.
Lo que hoy se conoce como éxodo, no fue llamado así por sus protagonistas. Según explica el politólogo Hernán Brienza en su reciente libro, que lleva el nombre de la gesta, tanto Belgrano como el Triunvirato lo llamaron “retirada” y recién en 1910 el escritor Ricardo Rojas rebautizó el acontecimiento como éxodo, un término que “remite a la huida del pueblo judío de Egipto, liderado por Moisés, en busca de la Tierra Prometida”, dice Brienza.
Pese a todo, para O’Donnell “fue un verdadero movimiento de masas”.
“Un hecho fundamental de la lucha por la independencia”, según Pigna. Luego viene una nueva desobediencia de Belgrano: quedarse en Tucumán. “No le queda otra salida que desobedecer: la gente ya no lo seguía”, dice Horowicz. Y además el gobernador Aráoz le suplicó que se quedara allí, a defender la ciudad. Se sabía: el enemigo venía sediento de venganza, dispuesto al saqueo y a las violaciones de mujeres en el territorio vencido. “La confusión de la batalla es tal que, al finalizar, Belgrano no sabía si había ganado o perdido”, dice O’Donnell. Hasta que José María Paz le informó que el que se había retirado, ahora, era el enemigo.
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