SOCIEDAD
Mallorca, la isla de la fantasía
› Por Andrea Ferrari
Cualquier argentino puede ir en estos días a Palma de Mallorca y sentirse en Mar del Plata. La razón no es ni la geografía ni el clima ni el mar, sino la enorme cantidad de argentinos y en particular de marplatenses que se lanzaron a las Islas Baleares a partir de la crisis de fines de 2001. Una investigación realizada por Ana Jofré –doctora en Geografía de la Universidad de La Plata– muestra una radiografía de ese fenómeno, que produjo que hoy los argentinos en la isla, entre 5000 y 7000, constituyan aproximadamente el 1 por ciento de la población total de Mallorca. Lejos del paraíso con el que soñaron al partir, el estudio muestra que la mayoría de los que llegaron en la última oleada apenas sobrevive: muchos están en situación de indigencia y si no viven en la calle es gracias a la solidaridad de otros argentinos.
Jofré lleva años estudiando las corrientes inmigratorias de España hacia la Argentina, pero cuando se registró el éxodo tras la crisis se lanzó a indagar el movimiento opuesto. Con el apoyo de la Fundación Cátedra Iberoamericana de la Universidad de las Islas Baleares, a lo largo de seis meses realizó entrevistas y encuestas en Mallorca y luego más entrevistas con los familiares de los emigrados en Argentina.
“Los primeros argentinos, que llegaron en la década de los 60, y los que lo hicieron en la última dictadura militar, en muchos casos fueron a Mallorca porque alguno de sus antepasados había sido emigrante de la isla –explica Jofré–. Luego ellos fueron eslabones de las cadenas que conformaron redes con otros argentinos que no tenían un origen isleño.” Y cuando llegó la crisis esas redes explotaron. Aunque no es fácil calcular la cifra exacta de argentinos en Mallorca, se puede hacer una aproximación. En junio de 2001 había 3641 argentinos empadronados en todas las Islas Baleares. En 2003, los empadronados sólo en Palma de Mallorca son 4740. Pero estos datos son relativos: si bien empadronarse trae ventajas –acceso a servicios de salud, descuentos en los transportes–, muchos argentinos ilegales no lo hacen porque temen que más tarde esa información se use en su contra; por otra parte, hay quienes van saltando de ciudad en busca de trabajo y se empadronan en todas ellas. Sumando datos de diversas fuentes, Jofré concluye que actualmente los argentinos en Mallorca oscilan entre 5000 y 7000, un número importante para una población que no llega a las 700.000 personas.
La suerte ha sido más bien adversa con los de la última oleada: en un 70 por ciento son ilegales, por lo cual no consiguen trabajo ni pueden alquilar. Muchos viven hacinados en un departamento rentado por alguien “con papeles”. “Hay situaciones de verdadera indigencia –señala la investigadora–, algunos logran sobrevivir gracias a la solidaridad de otros que están mejor. Llegué a encontrar en el supermercado grupos juntando monedas para comprar un paquete de fideos.”
Los emigrados son mayoritariamente de clase media y con un alto nivel educativo: según las entrevistas realizadas por Jofré, un 90 por ciento tiene el secundario completo y más del 70 por ciento estudios universitarios completos o interrumpidos al momento de viajar. “Son arquitectos, licenciados en Turismo, en Informática, periodistas, diseñadores gráficos, psicólogos, docentes”, cuenta Jofré. Pero casi nunca obtienen un trabajo acorde a su capacitación. “Las mujeres suelen trabajar cuidando personas mayores o en la limpieza de casas, por salarios muy bajos y en muy malas condiciones: les dan medio día franco por semana o un franco cada 15 días. A las que son legales suelen contratarlas durante la temporada turística como camareras.” En el caso de los hombres, explica, “los jóvenes van a la construcción como albañiles, pintores, plomeros, electricistas”. Gracias a sus conocimientos de informática, varios fueron contratados en cibercafés.
Muchos, hombres y mujeres, trabajan en los llamados “mercadillos”, ferias que se instalan dos veces por semana. Allí venden un poco de todo: bijouterie, pañuelos, cinturones, chalinas. Los que la ven más difícil son las personas mayores, para las que pocas veces hay puertas abiertas. “Encontré a una señora de unos 50 años muy culta, de un alto nivel social –cuenta Jofré–. Vive en la casa de una anciana a la que cuida: tiene que leerle y atenderla. Y no le dan francos. Nunca.”
De costa a costa
Un dato muy llamativo es la procedencia de los argentinos en Mallorca: según Jofré, un 70 por ciento viene de Mar del Plata, porcentaje que sube más aún si se considera sólo a los más jóvenes. El motivo es, una vez más, el funcionamiento de las redes: la mayoría de los que llega tiene algún amigo que ha ido antes. También influye la estructura de la economía en la isla, centrada en el turismo. Y hasta hay quienes actúan como trabajadores golondrina, por ejemplo los bañeros: cuando termina la temporada en Mallorca, vuelven a trabajar en la de Mar del Plata.
Pero también hay inmigrantes de otras ciudades: Rosario, Santa Fe, Mendoza, Buenos Aires, La Plata y Córdoba. De las entrevistas realizadas por la investigadora se desprende que, aunque la mayoría se fue en medio de la crisis, muchos tenían algún trabajo. ¿Por qué emigrar entonces? “Es que se manejan con un imaginario según el cual afuera van a encontrar todo lo que el país no les da –dice Jofré–: un proyecto de vida, tranquilidad, seguridad...”
La decepción después es grande: muchos de ellos terminan viviendo en condiciones bastante peores a las que tenían en Argentina. Pero no siempre es fácil volver: “A veces no tienen el dinero para emprender el regreso. Además, volver significa aceptar que fracasaron. Algunos prefieren sobrevivir como sea, aguantar”. Sin embargo, se registran cada vez más regresos, en muchos casos ayudados desde Argentina por algún familiar.
La otra cara de la moneda es que los argentinos se integran bien en la sociedad de Mallorca. “Es una colectividad bien vista –dice Jofré–. Los chicos se adaptan fácilmente en la escuela. Existe, por ejemplo, un plan de un año de apoyo diseñado para chicos inmigrantes, pero los maestros dicen que los argentinos no necesitan más de tres meses. También aprecian la actitud de los padres, que se acercan a la escuela y los apoyan.”
Alfajores y computadoras
La masiva presencia argentina también deja sus marcas en Mallorca. Ya se ven numerosas parrillas argentinas y negocios que venden desde factura hasta sandwiches de miga, tapas de empanada y los clásicos alfajores. Aparecieron los kioscos –que no existían con este nombre y estilo– y hay numerosos locales de Internet atendidos por argentinos con posibilidades de realizar videoconferencias, que se convierten en reuniones familiares a ambos lados del océano.
Previsiblemente, tienden a juntarse. “Ya hay varias asociaciones reconocidas –cuenta Jofré—: el Centro Cultural Martín Fierro, la Asociación Cultural Argentina, la Casa argentina-balear, la Asociación de emigrados, Argentinos solidarios en Mallorca, entre otras. Y previsiblemente también, abunda la melancolía. “Para muchos la bronca inicial con el país evoluciona y se transforma en nostalgia, sobre todo en gente de edad media.”
Las consecuencias de un éxodo como el que tuvo lugar con la crisis no sólo se registran en sus protagonistas. Jofré habla del impacto entre quienes quedan aquí. “Ya se formaron varias asociaciones que reúnen a los familiares. Está Madres desarraigo, en Buenos Aires y otras similares en Mar del Plata y Santa Fe, que permiten el apoyo mutuo. A ellos les cuestamucho asumir la partida y el hecho de que empiezan a nacer sus nietos y no los pueden conocer.”
Pero a diferencia de lo que sucedía a principios del siglo pasado, cuando un inmigrante se despedía de su familia y no volvía a saber de ellos por mucho tiempo, ahora las nuevas tecnologías tienden un puente importante. “Es una constante en las entrevistas con los padres –dice Jofré–. Me dicen: ‘Yo le perdí el miedo a la computadora para poder comunicarme con mi hijo’.”