SOCIEDAD › SUSANA TRIMARCO, EN LA RECTA FINAL DEL JUICIO POR MARITA VERON
Cuando el juicio llevado adelante en Tucumán a los acusados de secuestrar a la joven entra en la última etapa, la mamá de Marita cuenta cómo vive esa instancia, cuáles sos sus expectativas y qué le falta todavía a la lucha que emprende cada día.
› Por Soledad Vallejos
Desde San Miguel de Tucumán
Susana Trimarco dice que cada noche la rutina es la misma. Sobre la mesa de luz tiene sólo dos cosas: una medallita y un retrato donde su hija Marita resplandece con esa sonrisa convertida hoy en lema de la Fundación que –en su nombre– lucha contra la trata de personas.
–La medallita es de Cristo Rey, me la dieron en el Episcopado. El mismo día le dieron la misma, idéntica, a la hermana Martha Pelloni: una ceremonia hermosa, una misa carismática. A la noche rezo un Padrenuestro y un Avemaría. Pido: “Dios mío, seguí cuidando a mi hija”, y le doy un beso a la medallita. Me acuesto siempre con los anteojos y Micaelita me empieza a hablar hasta que de repente me duermo profundamente. Sin ningún tormento. Pobre la Mica, siempre sacándome los anteojos.
Sobre San Miguel de Tucumán cae la tarde mientras llega el fin de una semana intensa: el lunes pasado se iniciaron los alegatos en el juicio contra los acusados de secuestrar y explotar sexualmente a Marita. Al comenzar la semana, se reanudará el proceso. A mediados de este mes, la Sala II de la Cámara en lo Penal tucumana dará a conocer la sentencia. En los jueces Alberto Piedrabuena, Emilio Herrera Molina y Eduardo Romero recae la responsabilidad histórica de hacer justicia en un leading case que volvió visible la existencia en Argentina de redes de trata de mujeres con fines de esclavitud sexual pero, por eso mismo, no puede ser juzgado con la ley de Prevención y sanción de la trata de personas y asistencia a sus víctimas, que el mismo juicio terminó impulsando. Por primera vez en horas, Trimarco se sienta un rato ante una taza de té, unos bizcochos. Se acomoda un poco la campera de cuero colorada como una flor de ceibo; acerca la canasta de bizcochos. Aunque no estuvo presente en la sala de audiencias el día en que comenzaron los alegatos de las defensas, sí lo hizo cuando fue el turno de la acción civil –en representación de la hija de Marita, Sol Micaela, esa joven que creció acompañando los reclamos de su abuela y ahora reclama–, la fiscalía y la querella. Si después faltó, fue porque quiso complacer a sus abogados: no querían que ella escuchara lo que podrían decir los defensores de los 13 imputados. Ella les hizo caso, pero más porque “son como hijos” que por temor a sentirse vulnerable por la indignación. “Lo que puedan decir no me afecta. Hablan y para mí pasa una mosca, pasa un mosquito. Me da lástima nada más como ser humano ver ese odio y esa perversidad que tienen. Yo ese odio no lo tengo. Lo único que tengo es amor. Estoy llena de amor por mi hija y mi nieta.”
Detrás de Trimarco, sobre la pared, una foto de su hija preside del despacho de puertas que casi nunca se cierran, porque en esa casa verde del centro de Tucumán, en la Fundación María de los Angeles Verón, el equipo va y viene organizando acciones, encuentros, asistencia. Ahora mismo, en el patio, alguien trajina el patio con una chica rescatada de una red: organizan donaciones, buscan qué puede paliar algunas necesidades inmediatas de esas mujeres que, al regresar de un infierno de explotación, en lugar de brazos abiertos suelen encontrar más vulnerabilidad.
Entre sorbo y sorbo de té, a Trimarco las palabras se le caen de la boca tan fácilmente como los gestos de cariño con cada persona que le habla, los “hija”, “hijo”, con que acompaña las frases. Viuda de Daniel Verón, el hombre que “no pudo más por la tristeza”, abuela de una chica de 13 años que desde hace tres semanas protagoniza un spot televisivo contra la trata de personas, nominada al Premio Nobel de la Paz, dice que no pierde la esperanza de encontrar a su hija. Atravesó ya diez años de pistas falsas –algunas de ellas enumeradas vehementemente durante el alegato de la querella–, participó de allanamientos, rescató a una veintena de mujeres.
Pero no alcanza. Por eso se entusiasma con lo que podría desembocar en una segunda parte de Vidas robadas, la telenovela que en 2008 contó en el prime time el mundo de la trata y lo explicó a un público amplio. El proyecto, todavía en ciernes, podría “mostrar la otra parte: qué pasa cuando una víctima es rescatada, cómo sigue el proceso de recuperación, que las víctimas se dejan ayudar, que se puede tener una vida nueva”. También, “mi lucha hasta el juicio”.
Sobre el escritorio tiene tres fotos: en una, su marido, su nieta, y ella, sosteniendo otra fotografía de Marita en sus brazos, durante la inauguración de la fundación; en otra, dedicada de puño y letra a ella, Cristina Fernández; en otra, el ex embajador norteamericano Earl Anthony Wayne –que lagrimeó al despedirse de Trimarco, durante la última recepción que dio en la residencia oficial para cerrar su gestión– y ella. A su silla la flanquean una bandera argentina, otra tucumana; a la foto con Wayne, una pequeña bandera norteamericana.
Trimarco dice que cada mañana la animan tres objetivos.
–El primero y principal: mi lucha. Que desde 2002, y ya van diez años, luché mucho para que se haga el juicio. El segundo: quería que la sociedad conozca las caras de los delincuentes. Y que viera que era verdad lo que yo decía; que una madre nunca miente. Ahora he cumplido mi segundo punto. Es importante. La Justicia va a ser justicia. La justicia de Dios ya estaba. Hace tres, cuatro años, me llamaban y me decían “¡Puta, con la misma plata que ganamos con tu hija le pagamos a la Justicia!”, “¡Puta, está grande tu nieta, la vamos a llevar como a tu hija!”. Pero la gente vio que no miento.
–¿Y el tercer objetivo?
–Encontrar a mi hija. Es mi objetivo principal. Me esfuerzo. Lo que me afligía era que la sociedad supiera. Que los que no creen, crean. Que vean que es cierto, verdad. Que la trata destruye familias, personas, niñas, niños.
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