SOCIEDAD › LOS INTERNOS ENCERRADOS EN UN CENTRO DE REHABILITACION DE DROGAS EN DEL VISO
Sus familiares irrumpieron en la granja, se llevaron a los internos y destrozaron todo. Los liberados cuentan cómo era el lugar. La dudosa terapia, los maltratos y el sistema de captura violenta de nuevos internos.
› Por Emilio Ruchansky
A diferencia de muchos de los 80 internos de la autodenominada “comunidad terapéutica” Volviendo a la Esencia, en Del Viso, partido bonaerense de Pilar, Mariano entró al tratamiento voluntariamente. Lo hizo en diciembre pasado, luego de sobrellevar una larga dependencia a la cocaína. “A lo último, ya tomaba dos gramos por día”, recuerda. Hacía un mes que no consumía cocaína cuando lo fueron a buscar como a un criminal peligroso, dice. “Vinieron tres personas en un auto, me fajaron, me pincharon y me cargaron al auto”, describe este corpulento bombero, de licencia por su enfermedad.
Al entrar al predio de la comunidad, el primero que se le acercó fue el propio director, Cristian Seoane. “Me inyectó un tranquilizante, me encerraron en el garaje y me dejaron medicado cinco días ahí. Después me sacaron y me encerraron en el quincho; yo preguntaba por mi familia. Recién a los cinco meses me dejaron ver a mi vieja. Y sólo cinco horas”, afirma. Sus compañeros de encierro le parecieron zombies, como los describió también otra de las personas internadas, Belén: “Algunos pibes babeaban, iban con una toalla al cuello para secarse”.
Nadie le informó a este bombero qué medicación estaba recibiendo. Lo supo el pasado jueves 22 de noviembre cuando se reencontró con su madre, luego de que un grupo de familiares irrumpiera en el lugar, lo destrozara y obligara la intervención del reticente personal de la comisaría 3ª de Del Viso. Los primeros días le suministraron un antipsicótico llamado halopidol: “Primero te duerme, después temblás y te dan calambres en todo el cuerpo”, recuerda. Además, se le suministraba paroxetina (antidepresivo), diazepam (ansiolítico) y levotiroxina (para tratar problemas de tiroides), según informó a la obra social Ioma la psiquiatra de este lugar, el 2 de enero pasado, un mes después del ingreso de Mariano.
En ese informe, la profesional definió a Mariano como: “Un paciente vigil, globalmente orientado, sin ideación patológica. Niega ideas auto y/o heteroagresivas. Niega y no se evidencian alteraciones sensoperceptivas. Sin signos de impulsividad. Sueño y orexia (apetito) conservado. Craving positivo (ganas de consumir drogas)”. Quedará reservado a la investigación que el párrafo siguiente sostenga “el riesgo cierto e inminente para sí o terceros” y recomiende internación, así como la medicación que recibía, que según otros expertos consultados por este diario no parece corresponderse con la síntesis del cuadro resumido.
En la obra social rechazaron el reintegro de la prestación dos veces porque el lugar no estaba habilitado. Su madre acudió a la Defensoría del Pueblo bonarerense y se abrió el expendiente 3691/12, con el reclamo de que se costee el “tratamiento”. En ese lugar confirman que consultaron al Ministerio de Salud bonaerense y desde allí informaron que el lugar no finalizó el trámite y tenía pendientes pagos relativos a la habilitación. ¿Cómo siguió funcionando sin permiso y a sabiendas de las autoridades? Es un misterio aún. “Recuerdo una inspección, nos llevaron a la mitad a unas canchas de tenis del sindicato de Luz y Fuerza para que no nos vieran. Se ve que alguien les avisaba”, asegura otro internado consultado por este diario.
Mariano afirma que quiso irse cuando “vio cómo venía la mano” pero no lo dejaron. Supo que había pacientes que directamente habían sido secuestrados en sus casas por otros internos, a pedido de la comunidad terapéutica, que ofertaba el servicio a los familiares. Quienes intentaban escapar eran reprimidos, como uno de sus compañeros, a quien le fracturaron la clavícula mientras trataba de saltar el portón. “A mí me fueron a buscar a casa, me golpearon delante de mi mujer y me metieron en un auto”, relata a este diario otro ex internado, que sí había logrado fugarse y quien afirma haber participado antes de la captura de otras personas.
Los pacientes provenían de lugares distantes, como Mendoza, Jujuy, Santa Cruz, Río Negro, Jujuy, Uruguay o de pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires. Sólo dos de ellos estaban allí por orden judicial: un chico de 14 años, derivado por el Patronato de liberados de Chivilcoy porque su padre estaba preso, y una mujer de 35, con diagnóstico de esquizofrenia y una declaración de insanía en trámite. Ninguno había sido internado por el artículo 482 del Código Civil, que permite la internación involuntaria cuando la persona puede hacerse daño a sí misma o a terceros.
El plan de trabajo de Volviendo a la Esencia que recibían los familiares tiene una carilla y media y promete “un tratamiento residencial con internación” con abordaje individual, grupal y familiar. Y una vez por semana “reuniones intensivas” para los parientes que podían ir hasta allá a recibir contención y también críticas. A pocos se les permitía ver a sus seres queridos. La cartilla informa que el espacio físico incluye una única casa de 14 mil metros cuadrados, con ocho habitaciones de cinco camas cada una por un monto mensual de cinco mil pesos, aunque algunos pagaban el doble.
Según pudo reconstruir este diario a partir del relato de Mariano y otros tres pacientes, había cuatro sectores para dormir: 30 personas lo hacían en el altillo, 40 en el garage y seis o siete en un bajo escalera y los más antiguos –que podían recibir visitas y cigarrillos– en dos habitaciones con baño. La mayoría de los colchones eran simples láminas de gomaespuma y estaban rasgados. Algunas víctimas recuerdan haber visto el hidromasaje incluido en la oferta pero nunca pudieron usarlo. Eso sí: tuvieron que limpiarlo.
La jornada comenzaba a las 7.30, con un café tibio y tostadas. Las siguientes dos horas se dedicaban a las labores de mantenimiento del chalet y sus alrededores: barrer, baldear y secar pisos del quincho, limpiar la pileta, cortar el pasto de los jardines, lavar la ropa y cocinar para los demás internados. “Una vez se rompió la bomba de agua y tuvimos que cocina varios días con el agua de la pileta”, recuerda uno de los internados. Entre las 9.30 y las 12, los pacientes escribían sobre su vida en sus cuadernos. Luego se servía el almuerzo, con un menú que incluía milanesas de berenjenas, sopa, arroz o salchichas con puré. De tomar, agua de la canilla.
Lo que seguía al almuerzo era un recreo, luego media hora de pileta y más tarde, a las 17.30, la merienda: mate cocido y pan con membrillo. El resto de la tarde transcurría en el quincho con las “confrontaciones”, coordinadas por Alejandro Santucho, un ex paciente, ayudado por otros internos de más “categoría”. El ejercicio consiste en que los internados se paren en medio de una ronda, cuenten los problemas que tienen y luego reciben opiniones de los demás, generalmente insultos por su condición de “adictos incurables”.
A las 21 se servía la cena, generalmente arroz con salsa de tomate, recalentado del mediodía. Y después a dormir, encerrados. Sólo los más antiguos podían ver televisión u oír la radio. “Una noche me despertaron y me sacaron del altillo para que reanimara a Ricardo. Ya hacía dos días que pedía auxilio porque no podía respirar y como se cagó encima lo habían dejado bajo una ducha fría como castigo. Cuando llegué estaba tirado en el garage, desnudo, en pañales, sangraba por la boca. Ya estaba muerto”, recuerda Mariano sobre el interno que tenía alrededor de 60 años.
La abundante medicación se servía cuatro veces al día después de las comidas e incluía halopidol, rivotril, alplax, dormicum, entre otros. Durante la recorrida que hizo el fiscal Carlos Palacios junto a familiares y pacientes, además de secuestrarse documentación, computadoras y muchos medicamentos, también se hallaron recetarios en blanco y firmados. Mañana Palacios comenzará con la rueda de testimonios de pacientes. “Muchos precisan contención psicológica antes de declarar y fueron derivados a la oficina de atención a las víctimas de la Procuración bonaerense.” El lugar permanece clausurado y los directivos en libertad.
A partir de las pruebas recolectadas, de los muestras de sangre de los pacientes –tomadas el mismo día del asalto de algunos familiares al lugar– y de los testimonios, el fiscal advierte que se abrirá “un abanico de posibilidades” y mencionó la posible comisión de delitos como la estafa, el secuestro, abandono de persona y la privación ilegítima de la libertad. Mientras tanto, decenas de pacientes están siendo acomodados en casas de amigos y parientes, algunos a la espera de justicia, otros de un tratamiento verdadero y respetuoso de sus padecimientos.
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