SOCIEDAD › OPINIóN
› Por Rodolfo Livingston *
Ante la vista de una de las manchas verdes más grandes que se destacan en el plano de Buenos Aires, un extranjero diría: “¡Qué buen parque tienen ustedes allí!”. “Sí, pero está lleno de muertos, porque es un cementerio”, responderíamos. Es el Cementerio de la Chacarita, ubicado en el centro de una apretada ciudad carente de espacios verdes, un obstáculo de 95 hectáreas que se ven obligados a sortear los vecinos que necesiten pasar por allí. Rodean el cementerio los cercos más altos y gruesos que existen en toda la ciudad, incluyendo cuarteles, bancos y sedes de gobierno. Uno se pregunta: ¿serán para proteger el lugar de los ladrones de tumbas? Pero, ¿qué podrían robar? Alguna muela de oro, un florero... porque los ricos no se entierran allí con sus tesoros, como en la tumba de Tutankamón. Una posibilidad opuesta sería protegerse de algún muerto que intente escaparse o salir por un rato porque, como en todo cementerio, hay leyendas de fantasmas. Pero se sabe que los fantasmas atraviesan los muros sin dificultad, por más altos y gruesos que sean.
Si estos muros fueran reemplazados por rejas e iluminación interior, la seguridad contra los profanadores ideológicos de tumbas, que los hay, sería mayor, porque los delincuentes quedarían expuestos a la vista del público, como se estila en algunos bancos en los que el tesoro se ve desde la calle.
La solución de fondo es el traslado del cementerio a nuevas necrópolis regionales en el AMBA sobre terrenos donde las inhumaciones no sean precarias (3 años) y los suelos estén acondicionados para el tratamiento de los líquidos residuales, conservando, eso sí, las áreas históricas de los panteones y sus esculturas.
No sería el primer traslado de un cementerio. Belgrano no sólo tuvo su cementerio sobre la calle Monroe sino que existió un primitivo enterratorio sobre las barrancas. Allí fue enterrado Marcos Sastre y posteriormente fue trasladado a la Recoleta. Cercano al Cementerio Sur existió un pequeño cementerio que albergó a algunos ingleses víctimas de la fiebre amarilla. Estuvo emplazado cerca de Plaza España, actual Instituto Malbrán. El cementerio “Des Innocents”, el más grande de París, también fue trasladado.
El nombre “Chacarita” se origina en la “chacarita” (chacra) de los Colegiales, en las antiguas tierras de los jesuitas hasta entonces (1871) en manos del Colegio Nacional Buenos Aires, que usaba esas dependencias para esparcimiento de sus estudiantes, como relatara Miguel Cané en Juvenilia. Era un bucólico espacio donde pastaban las vacas entre sepulcros y cruces. La primera persona en ser enterrada aquí fue el albañil Manuel Rodríguez, muerto justamente durante la epidemia de fiebre amarilla que motivó la habilitación del nuevo cementerio.
La solución de fondo sería rescatar ese espacio verde para el disfrute público (sumado a los terrenos de Agronomía, con tambos y huertos para solaz de niños y padres), sería transformar la muerte en vida. La naturaleza lo hace siempre y no estaría mal parecernos un poco más a ella.
* Arquitecto, miembro de PropAMBA, un colectivo conformado por arquitectos, urbanistas, abogados y vecinos de la Ciudad y del AMBA.
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