SOCIEDAD › LA ASAMBLEA NACIONAL DE FRANCIA APROBó EL CASAMIENTO PARA PAREJAS DEL MISMO SEXO
El oficialismo socialista logró reunir 329 votos contra los 229 que cosechó la oposición. Así, el llamado “Matrimonio para todos” obtuvo la media sanción, tras lo cual los diputados conservadores se retiraron de la sesión. Ahora falta la votación en el Senado.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Al cabo de una batalla parlamentaria de diez días llena de golpes bajos y debates duros, la Asamblea Nacional aprobó el proyecto de ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo. Votaron a favor 329 diputados y 229 en contra. El voto respetó la lógica que dividió a la izquierda y la derecha en torno de esta importante reforma de sociedad. Los diputados de la mayoría socialista aprobaron el texto, mientras que la derecha lo rechazó. Una vez aprobado el proyecto de ley, el Partido Socialista francés desplegó una inmensa bandera en la sede del partido, en la Rue Solferino, donde podía leerse: “Felices fiestas a todos aquellos que se quieren... Verdaderamente a todos”. En medio de una tormenta parlamentaria pocas veces vista, de multitudinarias manifestaciones a favor y en contra del proyecto, el presidente François Hollande logró plasmar la primera gran reforma de sociedad de su mandato.
Los socialistas no corrían ningún riesgo de ver en la Asamblea el proyecto de ley trabado. La confortable mayoría de que disponen les permitía hacer pasar el texto sin tropiezos. El proyecto de ley final debe ser examinado el próximo 2 de abril por el Senado, donde los socialistas cuentan con una mayoría más apretada.
El peligro estaba más bien en que la oposición y su táctica de conventillo sucio diera vuelta a la opinión pública, favorable desde el vamos a la introducción de este derecho. Los diez días de debates fueron un espectáculo político, literario y teatral. El enfrentamiento entre la ministra de Justicia y autora de la ley, Christiane Taubira, y los parlamentarios de la derecha quedarán como una antología del argumentario político. El acto final de la aprobación del proyecto de ley resume por sí solo el clima que dominó todo el período de debates: cuando el presidente de la Asamblea Nacional, Claude Bartolomé, comunicó el resultado del voto, los socialistas se pusieron a gritar “igualdad, igualdad” mientras los parlamentarios de la derecha huían del recinto parlamentario.
La derecha francesa recurrió a todas las argucias posibles para bloquear la ley, empezando por las enmiendas. En total, la derecha introdujo 5400, pero ninguna prosperó. Al contrario, la cuestión se tornó rutinaria. La oposición conservadora perdió tres veces: no logró bloquear el texto, no dio vuelta a la opinión pública y, encima, su agresividad medieval hizo surgir una figura política inesperada: la ministra de Justicia. Christiane Taubira era hasta ahora una personalidad prácticamente desconocida, pero los diez días de cruces en la Asamblea la izaron a un altísimo nivel de popularidad y legitimidad. Combativa, precisa, a veces poética, otras irónica, la titular de la cartera de Justicia aplastó a todos los oradores de la derecha que se opusieron a una reforma que moderniza las instituciones francesas.
Las discusiones volaron muy alto y también muy bajo y hubo días en que la Asamblea se convirtió en un teatro de opereta. François Rugy, presidente del grupo ecologista en la Asamblea Nacional, comentó en un momento que “tenemos la impresión de que estamos en un asilo de locos”. En su último discurso, Christiane Taubira interpeló a los diputados conservadores diciéndoles que “siempre quedarán mujeres para mirarlos, señores, para observarlos, para intentar percibir detrás del caparazón la ternura que habita en ustedes, para descubrir los defectos que se esconden bajo sus apariencias afables y para discernir entre las entretelas de sus talentos y debilidades si son ustedes capaces de trazar estelas en el mar, como escribió Antonio Machado”.
La oposición francesa dejó muchas canas en el debate. Volcó todas sus fuerzas para oponerse al texto y, con ello, se encerró en una trampa: dejó de lado los temas económicos, le entregó al socialismo una victoria servida en bandeja y quedó, al final, como una corriente política agresiva, retrógrada y reacia hasta el ridículo cuando se trata de aceptar las evoluciones de la sociedad. El proyecto de ley “Matrimonio para todos” les otorga a las parejas homosexuales el derecho a contraer matrimonio y a adoptar niños. Harlem Désir, el primer secretario del PS, declaró que esto representaba “una victoria para toda la sociedad francesa: las familias ya no están jurídicamente privadas de derechos, los niños no están más sumidos en la desigualdad ante la ley y toda la sociedad francesa se beneficiará con una reforma al servicio de los valores republicanos”.
Estas casi dos semanas de discusiones y las manifestaciones que las precedieron dejaron perplejos a muchos observadores extranjeros. Nadie pensaba que el país de los grandes avances sociales y de la igualdad, el que ha hecho del respeto y del derecho una de sus columnas vertebrales y en donde la Iglesia tiene tan poco peso, fuera tan parco y conservador a la hora de incorporar esta norma. De pronto aparecieron ultraconservadores católicos por todas partes, gritos histéricos, cánticos contra la decadencia moral de Francia y la muerte de la familia, más un sinfín de argumentos dignos de la Edad Media.
En vez de modernizarse, la derecha se catapultó hacia el pasado, salió a defender la familia según la regla católica como si la única forma de formar una familia la dictara el Vaticano, como si sólo hubiese una familia pura, la que conforman un hombre y una mujer, y lo demás fuera un atentado. Los opositores al proyecto no bajan desde luego los brazos. De aquí hasta que pueda celebrarse legalmente el primer matrimonio entre personas homosexuales queda un buen trecho. Los grupos que se oponen a este derecho van a manifestar a finales de marzo. Pero el socialismo a la francesa marcó un punto importante. Este proyecto de ley es, de hecho, la reforma de sociedad más importante que se adopta en Francia desde la abolición de la pena de muerte, en 1982. En ese entonces Francia también estaba presidida por un socialista, François Mitterrand, el hombre que, paradójicamente, hizo entrar a Francia en la era liberal y consumista.
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