SOCIEDAD › INFANCIA CLANDESTINA PARA CHICOS DE ESCUELAS DE USHUAIA
Crónica sobre la presentación del film de Benjamín Avila en un cine de Ushuaia. Al final, los chicos dieron rienda suelta a su curiosidad sobre la historia personal del director y las situaciones de la generación de militantes durante la dictadura.
› Por Emilio Ruchansky
Desde Tierra del Fuego
Los chicos van llegando en pequeños pelotones, bajan por las praderas y serpentean por el asfalto mojado, bajo un sol preciado para la mañana fría de
Ushuaia. Tienen entre 15 y 17 años, y se amontonan en la puerta del cine Packewaia, frente al antiguo penal, para la proyección gratuita de Infancia clandestina. En la cartelera se anuncian El hombre de acero, Titanes del Pacífico y El reino por el secreto; ninguna de estas películas es argentina y mientras entran, alguien les entrega una pequeña bolsa con la encuesta de los organizadores del ciclo “Los jóvenes y el cine nacional”, a cargo de la Academia de Cine de la Argentina. En esa bolsa también hay un folleto sobre las enfermedades de transmisión sexual. A un costado, Benjamín Avila, el director del film, mira intrigado los rostros de los chicos sonrientes. Viajó para participar del debate posterior a la proyección.
“Desde el año pasado decidimos hacer esto con los jóvenes; lo que queremos es que cuando elijan cine, elijan cine argentino. No sólo que vean eso, pero que también lo vean”, dice Roxana Morduchowicz, coordinadora del Area Joven de la Academia. Con una voz de resfrío, la ministra de Educación provincial, Sandra Molina, agradece el auspicio del grupo SanCor Seguros y explica a 300 alumnos de los colegios Sabato, Martín, Polivalente de Artes y Sobral que “éste es un espacio de formación, lo mismo que si estuvieran en el aula”. Avila saluda y adelanta que el film está basado en su infancia.
Antes de la proyección se emite un corto de Daniel Burman donde media docena de adolescentes cuentan qué películas argentinas vieron, por qué ven pocas y qué les gusta. “Lo que pasa es que cuando ves una película argentina, como hablan tu idioma, enseguida te das cuenta de si un actor es malo. Con las películas yanquis eso no pasa”, dice uno. Otro comenta que faltan films de ciencia ficción o thrillers, todos admiten que hay un prejuicio con el cine nacional. “Yo empecé a consumir hace dos años”, dice uno y se oyen risas. “A consumir qué, drogón”, bromean en las últimas filas.
La película narra la historia de Juan, de 12 años, quien vuelve del exilio junto a sus padres, montoneros ambos, en lo que se denominó la “contraofensiva” de este grupo guerrillero, a fines de los ’70. Juan, que pasa a llamarse Ernesto en la vida clandestina, se enamora perdidamente de María, la hermana de un compañero de la primaria. Y cada vez que están por besarse, los jóvenes espectadores suspiran y cuando finalmente ocurre, gritan y aplauden. El resto de la función transcurre en silencio, la historia termina mal: Juan deja de ser Ernesto cuando asesinan a sus padres.
Avila, que todo el tiempo miró las reacciones de los jóvenes desde uno de los pasillos, toma el micrófono y aclara que esa hermosa historia de amor no existió en su vida real. “Tenía siete años y no doce cuando viví en la clandestinidad con mi mamá y su pareja. Tenía en claro el tema de la película, pero no hubiese sido posible hacerla si hablaba sobre mi verdadera infancia”, dice el director. Y agrega que su película muestra otra generación: la de los hijos desde un lugar cotidiano. “Quería volver a hablar de esas ideas revolucionarias desde un lugar emocional”, comenta. Los alumnos lo escuchan atentamente, salvo uno que ya levanta la mano para preguntar. “Dame un segundo, ya te dejo”, le pide Avila. Y sigue: “A esa generación se la aniquiló en el mundo entero. Hay una canción que dice que si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que debe haber otra historia. Sepan entonces que las cosas son más complejas. Ustedes tienen el privilegio de haber nacido en democracia y vivir en libertad, nosotros no lo tuvimos”, concluye. Y el alumno pregunta cómo es eso de “morir por un ideal”, que a él le emociona esa actitud.
El director responde que esa generación, la de sus padres, no era kamikaze: “Vivían para realizar un ideal, no para morir por él, pero en el camino se pierde lo que se tiene que perder”. El joven observa que uno de los personajes se inmola con una granada cuando lo detienen. “Eso era para evitar los interrogatorios y la tortura, como las pastillas de cianuro. Sabían que podía pasarles algo así, pero no era el objetivo morirse.” Otro chico simplemente dice: “Está buenísima tu película”. Y empiezan a oírse cuchicheos. “Que sean en voz alta”, pide el director.
Una joven pregunta por su hermana, quien es separada de Juan al final de la película. Avila festeja la pregunta. “A eso quería llegar. No tengo una hermana, tengo un hermano que recién encontré en el ’84, pero hace tres años que tengo relación de hermano, propiamente dicha. Es uno de los 108 nietos recuperados por las Abuelas de Plaza de Mayo. Quiero decirles que cada vez que se secuestra a alguien, los medios salen a cubrir los reclamos, pero hay 350 nietos que no están con sus familias y son buscados por Abuelas. Y esos nietos están secuestrados todos los días y nadie lo dice.”
“¿Y cómo le cayó la película a tu hermano?”, pregunta un alumno. “Le encanta, para él fue muy importante”, responde el director. “¿Y cómo te sentiste durante el rodaje?”, suelta otro estudiante. Avila comenta que fue “intenso y hermoso”, y hubo mucho llanto y risas entre el elenco y todos los realizadores. Y siguen las preguntas sobre los dibujos que aparecen para ilustrar las partes de violencia, otros familiares de Avila, los escondites que aparecen en el film y hasta las locaciones.
Avila explica en un momento que, tras la desaparición de su madre y la pareja de ella, fue a vivir con su padre a Tucumán. “¿También era militante?”, quiere saber una joven. “No, era hippie. En ese momento no era como ahora, que los militantes se juntan, discuten y fuman porro. Antes, los militantes usaban pelo corto, tomaban vino, hablaban de política y odiaban a los hippies, que usaban pelo largo, barba y porreaban. Había una rivalidad como la de Los Redondos y Soda Stereo, hoy está todo más mezclado que antes”, ejemplifica.
“¿Y usted milita?”, pregunta un pibe del fondo. “Estuve en H.I.J.O.S., que es una militancia de derechos humanos, pero no de política partidaria. Hoy mi militancia es cinematográfica”, contesta el director. Los chicos continúan preguntando por detalles de la clandestinidad que aparecen en Infancia clandestina. Las manos se siguen levantando, pero ya es tiempo de que los chicos vuelvan al colegio, donde a muchos les espera el almuerzo. Afuera, Silvia Alvarez, vicedirectora del Colegio Sabato, dice que le emociona ver que ahora sus alumnos son “más conscientes de que viven en democracia”.
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