Mar 02.07.2013

SOCIEDAD  › OPINIóN

Escenas políticas

› Por María Pía López *

Un dirigente qom de la comunidad La Primavera se reunió con el papa Francisco. Produjo una fuerte escena política, que no deja de ser problemática. En el plano general de la historia, anunciaba una reconciliación compleja: el Papa que sale de las filas jesuitas recibía a un descendiente de aquellos que habían sido condenados, en el primer momento de la conquista, como seres sin alma a los que se podía esclavizar. El ex cardenal Bergoglio tenía todas las de ganar en esa escena: ya no el representante de una Iglesia que debería murmurar sus arrepentimientos sino el mediador privilegiado en la defensa de los derechos de los oprimidos. Como tenía las de ganar en el encuentro con la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo: en esa foto dejaba de ser miembro de una Iglesia sospechada por su complicidad con la dictadura, para ser el hombre que podía intervenir a favor de la verdad en el presente. Escenas políticas que pueden verse en la secuencia bien interesante de construcción de una imagen del papado, en el que la presencia de Francisco se quiere un corte abrupto o una refundación, y a la vez Francisco se postula como distinto frente a Bergoglio.

Por eso, la escena por ese lado no resulta dudosa, pero sí lo es por el lado de Félix Díaz. Como otras veces, se lo acusó de no ser un auténtico representante de los intereses indígenas y ni siquiera de su comunidad. Algunos de los acusadores recibieron, de otros grupos indígenas, la misma objeción: tampoco representaban auténticamente la etnia de origen. Y así siguiendo. El desplazamiento es problemático: en sociedades cuyas políticas se dirimen en complejísimos escenarios simbólicos y mediatizados, no se puede presentar como argumento de discusión el problema de lo auténtico. Siempre otro dirá que el que enuncia inautenticidad es el verdadero falsario, que embarra todo lo que toca por su propia suciedad. En el movimiento obrero y sus múltiples facciones o fracciones, esta historia es conocida: cada parte procura su legitimidad en el señalamiento de la impostura en la representación de los intereses de los trabajadores que cultivarían los otros.

No parece adecuado que la vara de medida para la intervención del gobierno nacional en la situación de la comunidad La Primavera pueda ser planteada en términos de la autenticidad del liderazgo de Félix Díaz: porque hay un efectivo litigio sobre las tierras, porque la comunidad ha sido víctima de ataques policiales y parapoliciales, porque el reclamo de los desposeídos no se puede relativizar en nombre del consabido “están hechos del mismo barro que los opresores”. Félix Díaz es un productor de escenas políticas, como son los actores relevantes de la coyuntura nacional. Felizmente lo es: porque logra situar en una esfera compleja un reclamo persistente y necesario. Quizás el pedido de autenticidad corresponda a una aspiración soterrada, la de que ellos, los indígenas, mantengan una lealtad sin condiciones a su pasado, para que se pueda reconocer su existencia presente. Que se mantengan sin mácula como recordatorio de un crimen anterior y que omitan el trato con la jerarquía de una Iglesia que fue partícipe necesario. Preferiría un trato más laico: el reconocimiento de su condición de actores políticos, tan barrosos como todos, capaces de sentarse a una mesa de negociación por la realidad presente de sus derechos. Su presencia en nuestras laicas oraciones: la patria es el otro, también el que proviene de culturas y comunidades anteriores a la existencia nacional.

* Socióloga (UBA), directora del Museo del Libro y la Lengua.

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