Lun 07.07.2003

SOCIEDAD  › DANIEL LVOVICH,
HISTORIADOR DEL ANTISEMITISMO EN LA HISTORIA ARGENTINA

“Los difusores argentinos del complot judío mundial”

Lvovich acaba de publicar el libro “Nacionalismo y antisemitismo en Argentina”, que estudia el fenómeno durante la primera mitad del siglo XX. Señala que la llegada del peronismo y el fin de la II Guerra Mundial cambiaron el clima del antisemitismo que se había desarrollado en los años ‘30. Describe el papel que cumplió la Iglesia Católica en esos años y el desarrollo de los grupos reaccionarios y conservadores que levantaron la bandera del racismo antijudío en ese proceso.

› Por Luis Bruschtein

“El antisemitismo es un problema persistente en la Argentina, aunque es cierto que en este momento está focalizado en grupos muy pequeños”, señala el historiador Daniel Lvovich, quien describe en su libro el papel que cumplieron la Iglesia Católica preconciliar, así como sectores de la cultura y de las Fuerzas Armadas en el desarrollo y la práctica del antisemitismo en la Argentina durante la primera mitad del siglo XX. A diferencia de otros autores, Lvovich sostiene que el fin de la Segunda Guerra Mundial y la llegada del peronismo cambiaron “el clima” en el que se había desarrollado el antisemitismo.
–¿Cuáles cree usted que son las raíces del pensamiento antisemita en la Argentina?
–Si lo limitamos a la existencia de ciertos estereotipos, el pensamiento antisemita genérico es antiquísimo. El uso moderno del antisemitismo, donde ya aparece vinculado con una teoría conspirativa, creo que está presente en la Argentina, aunque todavía muy tímidamente, desde fines del siglo XIX, en expresiones culturales, como el libro La Bolsa, de Martel, y en el impacto que tuvo la difusión del caso Dreyfus en la Argentina. En ese caso serán algunos voceros de la Iglesia Católica los que van a difundir la existencia de un supuesto complot judío asociado tanto con las altas finanzas como con la revolución. Hay enunciados de este tipo a fines del siglo XIX. Sin embargo, no ganará peso político hasta el Centenario, cuando hay una primera persecución a los judíos, no demasiado importante, en el contexto de una represión muy fuerte al movimiento obrero. Y en la Semana Trágica, cuando se produjo el primer acto importante de persecución también en el contexto de un gran despliegue represivo contra el movimiento obrero. En ese momento se producen ataques a comercios y domicilios de judíos en el Once por parte de bandas organizadas. Y luego el antisemitismo gana centralidad en el discurso político y en la práctica de la derecha en los años ‘30, básicamente a partir del fracaso de la experiencia de Uriburu. Inclusive se puede ver en órganos vinculados con distintas expresiones antiliberales, y por ende antiizquierdistas, como del lado de lo que llamamos el campo nacionalista, como el periódico La Nueva República, o la revista Criterio, de pensamiento católico. Recién con el contexto político abierto tras el golpe del ‘30, que permite radicalizar estas posiciones, lo que se llamaba en la época “la cuestión judía”, va ganando espacio.
–¿Toma expresión a nivel del Estado?
–No, pero sí se radicaliza en un contexto donde desde el Estado a partir de la dictadura de Uriburu pone en cuestión las instituciones clásicas de la democracia liberal, con una política fuertemente represiva hacia el movimiento obrero. Y al mismo tiempo, desde una organización paraestatal, como la Legión Cívica, comienza a ganar centralidad en la fuerza de esta organización, creada desde el Estado, pero paraestatal, dirigida por un importante funcionario militar del gobierno, el teniente coronel Juan B. Molina.
–¿En qué etapa del país se expresó con más fuerza el antisemitismo?
–Como retórica, claramente en los años ‘30 y a medida que avanzamos en la época, en el contexto de la guerra, y fuertemente en los medios vinculados con la Alemania nazi se hace mucho más brutal, pero no queda circunscripto a estos medios sino que se convierte en un tema en discusión, vinculado no solamente con los sucesos europeos sino también con el debate sobre qué hacer con los refugiados judíos. Y se convierte también en un tema apto, además, para agitar en contra de la democracia liberal, en contra de la izquierda, en contra del movimiento obrero, en contra de la cultura laica...
–¿Era un reflejo de lo que sucedía en el mundo, donde una de las principales potencias, como era Alemania, lo había tomado como tema central de sus políticas?
–Hay un clima de época al que la Argentina no es ajena. De todas maneras cuando decimos que se incorpora a la agenda argentina, no pensemos que todo el mundo está pensando en esto sino que es un tema central para las derechas. Y no sólo un tema de discusión sino que además hay una serie de prácticas de intimidación y agresiones. Hay “empresas culturales”, por llamarlas de alguna manera, impresión de libros, panfletos y de diarios en los que es central la temática antisemita, pero son medios muy circunscriptos. Y también entra muy fuertemente al discurso de los intelectuales de la Iglesia Católica.
–¿En ese momento la Iglesia Católica se convierte en un difusor importante de este discurso?
–Coincide con que la Iglesia Católica, a partir de los ‘30, crece mucho institucionalmente en la Argentina, se desarrollan nuevas diócesis, se construyen iglesias, se crean organizaciones como la Acción Católica, gana en influencia política. Para uno de sus principales voceros y uno de los principales intelectuales del mundo católico de esa época, el director de la revista Criterio, Gustavo Franceschi, éste se convierte en un tema importante. No solamente respecto de la recepción de los refugiados, sino de lo que él ya definía como “el problema judío”.
–¿No estaba mal visto que un personaje importante de la cultura tuviera un pensamiento antisemita?
–Depende desde dónde. En la Argentina, como en otros países, a partir de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial, la línea fascismo-antifascismo pasa a ser una divisoria de aguas. No era una línea precisa sino que las acusaciones de fascista o de comunista de uno u otro lado eran comunes y así como se desarrolla un campo que estigmatiza muy claramente la llamada cuestión judía, también se desarrolla otro campo enfrentado, antifascista, en el campo político, popular, intelectual, donde surge una serie de organizaciones para combatir estas expresiones.
–En otros países de América latina no se dio esta situación en forma tan marcada. ¿El contexto argentino permitió que el antisemitismo pasara a la agenda del debate político?
–Por un lado me parece que en la Argentina se respiraba mucho más el aire de lo que ocurría en Europa, muy fuertemente a partir de la Guerra Civil Española, sobre todo por la reciente inmigración española. Es el país que además tiene la inmigración judía más grande de América latina. A partir del siglo XIX empieza esta denuncia del judaísmo como una entidad maléfica. Pero curiosamente, cuando el vocero de la Iglesia, esta revista Criterio, hablaba de los males del judaísmo, no tenía nada que decir de la llegada de inmigrantes judíos a la Argentina. En los ‘30 esto cambia y pasa a ser ya no sólo parte de un arsenal retórico general, sino político. La prédica antisemita servía tanto para referirse a un colectivo humano identificable, como herramienta política para orientar o para intentar imponer distintas medidas genéricamente antiliberales o antiizquierdistas.
–Los años ‘30 abren también un período histórico signado por los golpes militares...
–No es sólo en la Argentina, porque al calor de la crisis del ‘30 y del ascenso de los fascismos en Europa hay una serie de golpes, como en Uruguay, que se da el golpe de Terra. Lo que ocurre es que hay un cambio de clima. El viejo consenso liberal sobre el cual se había fundado la Argentina del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, parece que tiende a resquebrajarse fuertemente en estos años. Investigaciones recientes afirman lo contrario, pero en todo caso podemos decir que emergen como hongos una multiplicidad de organizaciones que desde la derecha cuestionan el paradigma de la democracia liberal.
–Hace poco se volvió a dar una polémica sobre el antisemitismo del escritor Hugo Wast.
–Del libro de Wast, Kahal-Oro, que es una adaptación argentina de uno de los folletos más célebres de la demonología antisemita como Los Protocolos de los Sabios de Sion. El argumento favorito de los defensores de Wast es que su libro fue prohibido en la Alemania nazi, lo cual es cierto. A partir del año ‘41 fue prohibido en Alemania. ¿Por qué? Wast, como buena parte de este sector, entendía que la forma de terminar con el problema judío era la conversión en masa al catolicismo y no el exterminio. Esta fue la causa por la que a partir del ‘41 en Alemania, cuando comienza el exterminio sistemático, consideran que es una obra demasiado blanda. Esto no impidió, como señala entre otros Roland Newton, que el libro de Wast fuera distribuido por la embajada alemana antes del ‘41 en la Argentina y en otros países latinoamericanos junto a los Protocolos y otras obras antisemitas clásicas como material de difusión. Es una polémica que no ha terminado. Wast era el novelista más popular en ese momento. Según dice Manuel Gálvez, era el único escritor de la Argentina que podía vivir de sus derechos de autor. Sus obras tenían una tirada muy importante. Pero además era el escritor católico por excelencia, con un fuerte respaldo. Y Kahal-Oro tuvo una difusión enorme. Hasta su última edición, que es anterior a la ley antidiscriminatoria, creo que tuvo 24 o 25 ediciones, son decenas de miles de ejemplares. Por supuesto, Wast negaba ser antisemita, y decía “defenderse” de la agresión “judía”. Era un hombre polémico. La escuela de periodismo de Santa Fe se llama Gustavo Martínez Zuviría, que era su verdadero nombre, la hemeroteca de la Biblioteca Nacional también lleva su nombre y cada tanto hay escaramuzas para cambiárselo.
–En el libro señala que después de la revolución del ‘43 es cuando el antisemitismo tiene su expresión más alta a nivel del Estado.
–Cuando hablo de expresión estatal, no me refiero a una política desde los más altos niveles del gobierno nacional, pero sí de funcionarios muy importantes y el caso que yo señalo en particular es el de la provincia de Entre Ríos, donde el interventor, el teniente coronel Carlos María Zavalla, tomó una serie de medidas como la expulsión de la totalidad de los docentes judíos del sistema educativo de la provincia, le quitó la personería a buena parte de las instituciones judías de Entre Ríos y otras medidas en la misma línea. Dentro del mismo régimen surgido del golpe del ‘43 se va a destacar el impacto de estas medidas que se corresponden con otras como el cierre de El Diario, de Paraná, que va a obligar a renunciar a Zavalla. Lo reemplazó el general Humberto Sosa Molina, la mano derecha de Perón, quien lo había enviado para anular estas medidas.
–¿La idea del golpe militar como método y la importancia que adquiere el discurso antisemita a partir del año ‘30 genera también una tendencia a la formación de los cuadros de las Fuerzas Armadas y de seguridad en este pensamiento conservador y racista, simbólicamente nacionalista?
–Bueno, yo encontré testimonios que a partir de esos años, materiales de Goebbels y otros jerarcas nazis, así como los Protocolos de los Sabios de Sion y otras expresiones antisemitas aparecen, por ejemplo en los materiales publicados en aquel momento por el Círculo Militar. Muchos de los personajes que figuran en ese momento tendrán un peso considerable a muy largo plazo en la formación de los militares. El caso paradigmático es Bruno Jordán Genta, que participó en la formación de los aviadores hasta los años ‘60. En aquel momento había sido interventor de la Universidad del Litoral y luego del Instituto del Profesorado de Paraná, donde tuvo conductas muy rígidas. No solamente era antisemita, sino que básicamente era antiliberal y antiizquierdista, expulsó a profesores, trató de forzar los contenidos de la enseñanza, lo que terminó en un gran escándalo y fue a parar al profesorado de Paraná. En la Universidad de Cuyo pasó algoparecido y en otros lugares también, y todo este proceso tuvo su máxima expresión cuando Gustavo Martínez Zuviría llega a ministro de Educación con la revolución del ‘43.
–En las Fuerzas Armadas y de seguridad, esta matriz ideológica dejó una impronta más fuerte que en el resto de la sociedad...
–Este antisemitismo ideológico, lo llamo así para diferenciarlo del antisemitismo más elemental, prejuicioso, que en realidad no tiene efectos políticos, queda muy arraigado a partir de allí, sobre todo porque al mismo tiempo empiezan a encerrarse en sí mismas y aislarse del resto de la sociedad. Quedó tan arraigado al punto que yo empiezo el libro con lo que cuenta Jacobo Timerman cuando le preguntaban en la tortura por el Plan Andinia y los Protocolos de los Sabios de Sion. Sin ir más lejos, Ezequiel Avila Gallo, del partido del general Antonio Bussi, el otro día hizo declaraciones en Tucumán contra José Alperovich. Dijo algo así como que el candidato del justicialismo iba a reemplazar a nuestra civilización occidental y cristiana y habló de algo así como el sionismo y la sinarquía internacional. El problema es justamente cuando este tipo de ideologías impactan en instituciones como las Fuerzas Armadas, como parte de una cosmovisión más amplia.
–A medida que esta discusión iba muriendo en la sociedad en general, se mantuvo en la ideología en la que eran formados muchos de los cuadros militares.
–Sí, sobre todo a partir de que ellos se van encerrando y adoptan una forma de socializar, diríamos, endogámica. Este cambio de perspectiva que trae el conocimiento del Holocausto por un lado, la irrupción del peronismo en la Argentina por el otro, a ellos no los afecta. Estos contenidos conspirativos del antisemitismo, a través de algunos intelectuales que formaron a muchas camadas de militares, permanecieron cruzados, además, con la Doctrina de la Seguridad Nacional...
–En su libro señala que estos sectores más reaccionarios, conservadores o nacionalistas, que estaban en el gabinete de la revolución del ‘43, eran además los que se contraponían al ascenso de Perón en la Secretaría de Trabajo...
–Es así. A Perón es difícil juzgarlo por su ideología. Vaya uno a saber cuál era. Evidentemente era la persona con más visión política al interior de ese gobierno. Cuando en el año ‘44 es evidente que el Eje va a perder la guerra indefectiblemente y que los coletazos de la simpatía hacia el Eje no tienen ninguna perspectiva en el mundo que surgiría tras la derrota de Alemania, y a medida que va acumulando poder, Perón se va desembarazando de los sectores más ideológicamente formados en el filofascismo. En parte por esta perspectiva de cómo iba a ser el mundo y en parte por el estilo de construcción que va desarrollando Perón a partir del apoyo de sectores cada vez más importantes del movimiento obrero. Perón, a la vez, resultó ser el interlocutor de la comunidad judía argentina y norteamericana en los casos donde se detectaban que funcionarios del Estado declamaban o realizaban prácticas antijudías.
–Hay otra visión de ese momento histórico, que lo muestra a Perón como la continuación de esa corriente filonazi antisemita...
–Yo diría que hay como dos planos. En el plano de la política interna es indemostrable la existencia de cualquier práctica antisemita desde la figura de Perón. También es innegable que una serie de funcionarios, y algunos en áreas clave, como Migraciones, eran ideológicamente antisemitas. El otro gran tema es la llegada de los criminales de guerra a la Argentina y ahí hay una discusión entre la Ceana y el centro Simon Wiesen-thal. Ese es un tema muy polémico.
–¿Pero cómo contextualiza en el plano de la acción política la presencia de estos personajes en Migraciones, que seguramente Perón conocía?
–Yo creo que el populismo es por definición inclusivo, es una de las grandes diferencias con los conservadores y los fascistas, tiende a incluir todo. Por otro lado, en el caso de Migraciones, hay funcionarios de los primeros años del gobierno de Perón, como Peralta, que había escrito en los primeros cuarenta que tomaba como dato verídico los Protocolos de los Sabios de Sion. Evidentemente existieron prevenciones étnicas en la política migratoria argentina. En el primer tramo del gobierno constitucional de Perón. Claro que estas prevenciones étnicas también existieron a lo largo de los años ‘30 y ‘40, en los gobiernos conservadores. Además está la Conferencia de Vian en el ‘38, donde se reúnen los países de Occidente para discutir qué hacer en principio con los judíos alemanes y austríacos. Y la mayor parte de los países, con excepción de Costa Rica, cerraron sus puertas, pusieron cuotas a la cantidad de inmigrantes. La Argentina hizo lo mismo. No era la excepción sino la regla. Lo que también es indudable es que pese a las restricciones a la inmigración, durante los años de la guerra, la Argentina es uno de los países del mundo que más refugiados judíos recibe. Algunos entran legalmente y otros con visa de turista o sobornando a funcionarios en los países limítrofes. Entraron 50 o 60 mil personas, que es un número muy importante, lo que nos habla por un lado de prevención étnica y por el otro de permisividad. Y el debate en la prensa, en general, era tomar este tema como un tema policial sobre la inmigración ilegal. Tanto en aquel momento, como en los primeros años del gobierno de Perón, pese a que hay funcionarios y hasta políticas marcadas por una prevención étnica, que por otra parte no eran sólo contra los judíos sino también contra otros grupos, como los árabes, pese a esto, a la vez había una permisividad tal que entra un montón de gente. Las dos cosas y a la vez.
–¿Finalmente cuál sería el balance entre el desarrollo del antisemitismo y la vida de la colectividad judía en la Argentina?
–Yo creo que el antisemitismo es un tema lamentablemente persistente en la historia argentina y en esto no se diferencia de buena parte de los países de Occidente. Creo que alcanzó momentos de picos de violencia como en la Semana Trágica, en los años ‘30, los casos de Alterman y de Sirotta en la época de Tacuara en los años ‘60, y el trato especialmente desfavorable que dentro del infierno de los campos de concentración clandestinos durante la dictadura hacía todavía más difícil la situación de los prisioneros judíos. Pero también está la contraparte, que también es un dato, que es que la inmigración judía argentina fue una experiencia exitosa, si bien tiene muchas facetas, de Frondizi para acá hay ministros judíos en los más distintos regímenes, excepto en los militares, muchos funcionarios en los niveles más bajos, familias que ya tienen cuatro o cinco generaciones argentinas. Creo que hay que balancear las dos cosas: por un lado la persistencia de una tradición antisemita ideológica, en este momento muy minoritaria, casi insignificante, que no está en absoluto en el centro de la discusión y, por otro lado, una experiencia exitosa, que mostró rápidamente frutos exitosos. La bomba contra la AMIA despertó una solidaridad impensable por ejemplo en los años ‘30, aunque no hubo situaciones similares. Uno puede decir que el antisemitismo como problema político quedó reducido a grupos muy minoritarios. Aunque creo que han aparecido otros casos de discriminación racial o étnica, en particular con los inmigrantes de los países limítrofes. Tiene otros rasgos, no está asociada con elementos conspirativos y demás, sino con una visión vinculada con cuestiones económicas, clasistas.

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