SOCIEDAD › UNA MUESTRA SOBRE EL ABORTO EN LA ARGENTINA
La exposición se llama 11 semanas, 23 horas, 59 minutos, y está organizada por Amnistía Internacional. Son retratos de mujeres que abortaron, varones que las acompañaron, miembros de ONG que brindan información. Todos cuentan sus historias.
› Por Mariana Carbajal
La primera foto que llama la atención es la de una espalda desnuda con la palabra “libertad” tatuada justo debajo del cuello. Es la espalda de Camila Sánchez. Vive en Merlo, tiene 27 años y estudia Ciencias de la Educación. Se hizo ese tatuaje una década atrás, después de hacerse un aborto en la clandestinidad, como están forzadas a hacerlo la mayoría de las mujeres en el país. “Elegí esa palabra porque quería reafirmar que una tiene que ser libre para poder ser dueña de decidir sobre su cuerpo”, dice Camila a Página/12. El aborto se lo hicieron en una clínica del conurbano. Una conocida de su pareja le dio el dato del lugar. “Fue la única información que tuve. No quería contarles a más personas que estaba embarazada.” Para pagar la intervención, ella y su novio tuvieron que pedir dinero prestado, aunque los dos trabajaban: les costó llegar a juntar los 1500 pesos que en ese momento les cobraron. Fue hace seis años. “Nunca me arrepentí”, afirma Camila sobre la interrupción del embarazo. Su historia es una de las tantas que cuenta la muestra fotográfica 11 semanas, 23 horas, 59 minutos, sobre el aborto en la Argentina, inaugurada el viernes en el Palais de Glace (Posadas 1795, CABA), y organizada por Amnistía Internacional.
Son 40 gigantografías, acompañadas por las historias de sus protagonistas. Mujeres que se sometieron a abortos quirúrgicos, o que ellas mismas se los hicieron con pastillas en sus casas; varones que acompañaron a su pareja en esas circunstancias; integrantes de ONG que brindan información sobre cómo interrumpir un embarazo con medicamentos y hasta un médico que los practica. Una de las modelos fue la activista feminista queer Mabel Belluci. “Soy mujer de una generación con tres características –se puede leer al lado de sus fotos–: abuso sexual, aborto y violencia conyugal”. Contó que se hizo tres abortos, en 1966, 1972 y 1974. “En ese entonces, el anticonceptivo más común era el aborto. Nunca sentí que mataba a un bebé, más bien, fue un gesto de independencia”, sostuvo “la” Belluci.
También pone su rostro, y sobre todo sus enormes ojos oscuros, Sonia Sánchez, coautora del libro Ninguna mujer nace para puta, que fue explotada sexualmente durante varios años. “Cinco interrupciones de embarazo. Abortos con pastillas”, se presenta Sánchez. “Yo cuando me hacía el aborto era porque yo me quería sacar eso porque no sabía, yo no quería tener un hijo de quien no sabía quién era el padre (...) Yo tenía que sacarme esa violencia que me estaban metiendo dentro. El haberme quedado preñada era más violento todavía, era una violencia más fuerte”, cuenta. También recuerda: “He visto mujeres que murieron por aborto y NN. Porque sos puta. Nadie reclama”.
Otras caras oscuras de la penalización del aborto se reflejan en la muestra con imágenes de una aguja de tejer, tallos de perejil, una percha, una sonda, instrumentos usados para poner fin a una gestación inconveniente por mujeres tan desesperadas que son capaces de poner en riesgo sus vidas con tal de abortar. También hay una fotografía de una camilla.
Las autoras son tres jóvenes fotógrafas: una argentina, Guadalupe Gómez Verdi, y dos extranjeras que viven en Buenos Aires, Lisa Franz, alemana, y Léa Meurice, francesa. El proyecto nació un año atrás en el Taller de Fotografía y Compromiso Social, de Sub, una cooperativa de fotógrafos. “Lisa propuso el tema del aborto clandestino. Viene de Alemania, un país donde es legal y gratuito desde la década del ’70 y no podía creer que acá, donde ella eligió vivir hace cuatro años, sea ilegal”, contó Gómez Verdi, de 29 años.
–¿Qué buscaron retratar? –les preguntó Página/12.
–Al principio no sabíamos nada. No teníamos ni idea de lo que nos íbamos a encontrar –se sinceró Franz, de 33 años.
Alrededor de una mesa amplia, en la oficina de Amnistía Internacional, están reunidas las fotógrafas, y varias protagonistas de la exposición: Camila, la coordinadora del taller, Gisela Volá, y Mara Folch, de 32 años, también fotógrafa y compañera del taller. Como casi medio millón de mujeres por año en el país, ellas tres también enfrentaron un aborto en sus vidas y decidieron contarlo, posando para la muestra. También participó de la charla el cirujano Germán Cardoso, miembro del Grupo Médico argentino por el derecho a decidir de la mujer en situación de embarazo no deseado, y Mariela Belsky, directora de Amnistía Internacional en Argentina.
“Yo me enteré de que el aborto es ilegal acá por las pinturas en las calles”, dice Meurice. La criminalización de esa práctica, señala, le provocó “terror”. Cuenta que ella nació en Francia, “con el derecho al aborto”, que es legal desde 1975 y reembolsado por la seguridad social desde 1982. “Abortar no es una decisión que se toma a la ligera. No es un acto fácil de llevar a cabo. Es una decisión responsable y con fuerte peso. Cada individuo debe tener el derecho a decidir sobre su propio cuerpo, cada uno debe poder decidir sobre su vida. No se puede juzgar a alguien que decide no continuar con su embarazo por la simple razón de que hay miles de razones por las que un embarazo se quiere interrumpir”, dice Meurice. Tiene 23 años.
El tema del aborto generó mucha discusión al interior del taller, apuntó Volá. Otros participantes eligieron trabajar sobre “talleres textiles clandestinos” y sobre “economía sustentable”. El aborto fue el tema que más opiniones y debate provocó. “En el taller había varones y eran los que menos hablaban y las chicas les increparon que necesitaban sus opiniones”, agregó Volá. Al principio, ninguna de las participantes se animó a hablar en primera persona. Sin embargo, con el correr de las semanas surgió que entre diez participantes, seis habían pasado por la experiencia de una interrupción voluntaria de embarazo. Y lo contaron. “Eso fue muy liberador para el grupo, para las charlas”, sigue la coordinadora del taller. Mara Folch, de hecho, fue una de las primeras que se acercaron a las tres fotógrafas para darles su testimonio. Al principio lo hizo con un seudónimo y el resto en el taller no supo que Abril era ella. El tabú también funcionó en ese ámbito. Más adelante, a medida que se habló del tema, Mara no tuvo inconvenientes en revelar su identidad. Volá también contó su experiencia de aborto. “A partir de esa brecha que se abrió, otras personas se acercaron a contar sus historias”, destacó Volá. Los rostros de ambas aparecen en la muestra.
Las tres fotógrafas investigaron primero sobre la temática. Después salieron a fotografiar, explicaron. El hecho de provenir de culturas diferentes le aportó un plus al trabajo. Tanto en Alemania como en Francia, la mujer que decide abortar accede a un aborto con facilidad y acompañamiento. En ambos países está permitido dentro de las 12 semanas de gestación. “Más allá de cualquier posición política, religiosa y cultural, queremos abrazar el derecho al aborto legal creyendo profundamente en la libertad de cada individuo”, dicen las fotógrafas al comienzo del dossier que editó AI para la muestra.
Un punto de partida, al hacer las fotos, fue que no caerían en golpes bajos. “Algo que quiero destacar es que hicimos arte. No caímos en lo obvio. No van a ver caras tristes ni sangre”, dijo la alemana. “Las fotos no reflejan miedo ni inseguridad sobre la decisión de abortar. La clandestinidad y las clínicas donde se hacen los abortos clandestinos son los que causan el miedo”, destacó la francesa. “El hecho de no tener información genera más miedo”, subrayó Mara. “Su historia inspiró el título de la muestra: 11 semanas, 23 horas, 59 minutos. Porque para hacerte un aborto te corre el tiempo”, indicó Franz. Mara se sometió a un aborto cuando tenía 21 años, en el 2002, en una clínica clandestina. Llegó ahí de casi tres meses de gestación, aunque la decisión de abortar la tomó apenas supo del embarazo, a las cuatro semanas. “Todo ese tiempo transcurrió porque me costó muchísimo conseguir información. No sabía a quién preguntar y no quería contar lo que me pasaba. Fuimos con mi pareja a un par de consultorios, pero como estaba bastante avanzado no querían hacerlo. Al final le conté a mi mamá y a través de ella fui a un médico de Paso del Rey. Estaba muy nerviosa. Fue horrible”, contó.
“Estar expuesta a una situación tan precaria y no poder hablar es una locura”, subrayó Franz. “En el trabajo hay mujeres que se han hecho abortos quirúrgicos y con pastillas. En los relatos vemos un punto de inflexión: las que tuvieron cirugías tienen historias más traumáticas. En cambio, es diferente cuando lo han hecho con pastillas. Lo hicieron en sus casas, en lugar de una clínica clandestina. Y tuvieron el poder de hacerlo por sí mismas”, destacó Gómez Verdi. El aborto con medicamentos se realiza con el fármaco misoprostol –que se vende con el nombre de Oxaprost–, un protector gástrico, que tiene efectos abortivos. Se compra con receta archivada. En ese caso la caja de 16 píldoras cuenta 350 pesos. Pero si se consigue el fármaco sin receta, el precio trepa y cada pastilla se llega a pagar 100 pesos. “Las pastillas te devuelven la libertad. Es una forma de recuperar el derecho a decidir sobre tu cuerpo”, apuntó Franz.
“Entrevistamos en el Hospital Castro Randón, de Neuquén, a la médica Gabriela Lucchetti, y nos contó que antes de que se extendiera el uso del misoprostol para abortar, las mujeres llegaban a las guardias con infecciones por introducirse perchas o agujas”, señaló Franz. Volá, la coordinadora del taller, recurrió a un aborto con misoprostol. Fue hace tres años. “Supe que nuevamente estaba embarazada, el día siguiente a que mi hija cumpliera 10 años. Yo tenía en aquel momento 33 años y dos hijos. Poder abortar en mi casa, con pastillas, me hizo sentir totalmente dueña de mí misma. Una sensación de libertad muy similar a la que viví cuando decidí ser madre”, dice. En una de las fotos de la muestra, se la ve con su esposo, mirándose a los ojos.
En el país, brinda información sobre cómo abortar con pastillas la ONG Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto a través de una línea telefónica: 011-156-664-7070. En Neuquén, la Colectiva Feminista La Revuelta tiene un servicio llamado Socorro Rosa, donde también asesoran y acompañan a mujeres que deciden interrumpir un embarazo. Las dos iniciativas están reflejadas en la exposición.
La muestra es una iniciativa de A.I., como parte de su campaña internacional Mi cuerpo, mis derechos. Tiene como objetivo promover que el tema se mantenga en el debate público, para impulsar que se discuta en el Congreso una ley que despenalice el aborto en el país. “Siempre nos preocupa qué imagen utilizar para reflejar el problema del aborto. Que en la muestra aparezcan hombres es muy importante. Porque está claro que no es un tema sólo de mujeres”, señaló Belsky, directora de A.I. “Que existan mujeres que mueren o se enferman gravemente por temor a acudir a servicios de salud tras haberse sometido a un aborto en condiciones inseguras y clandestinas obliga a repensar la política que queremos para la Argentina. Las mujeres jamás deben ser sometidas a procesos penales ni obligadas a poner en riesgo su vida o su salud, cuando necesiten interrumpir su embarazo”, dijo Belsky. La exposición se podrá visitar en el Palais de Glace, de martes a viernes de 12 a 20 y los sábados, domingos y feriados de 10 a 20, con entrada libre y gratuita, hasta el 8 de septiembre.
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