Jue 26.12.2013

SOCIEDAD  › OPINIóN

El auto voraz

› Por Rodolfo Livingston *

O usted deja de fumar o se muere en un año, advirtió el médico a un amigo de Eduardo Galeano, habitante de la Ciudad de México que no había fumado ni un solo cigarrillo en toda su vida. (La atmósfera de la Ciudad de México está contaminada por los autos.)

En Argentina se fabrican un millón de autos por año. Mientras más autos, más contentos se ponen los economistas, los gobernantes, en fin, todos. Otros daños producidos por los autos son el calentamiento global, que padecemos como nunca estos días en Buenos Aires, el estrés y las muertes por accidentes, unas 20 por día, muchas más que las causadas por los delincuentes. Sin embargo, nadie piensa en eso cuando se habla de inseguridad. Los autos son cada vez más veloces y potentes –200 caballos de fuerza–, pero dentro de la ciudad, el promedio de velocidad es el de un solo caballo tirando de un mateo. Es irritante sentirse atascado en el tránsito con tamaña potencia superflua bajo el capot. Es posible que la agitación y la ansiedad que caracterizan al habitante de las metrópolis tenga relación con la irritación que producen los atascamientos en el tránsito.

El ensanche de las autopistas parte del concepto de la circulación como prioridad. Poco se pensó en que, además de circular, hace falta bajarse de los autos. Buenos Aires se convirtió en un gran estacionamiento en doble fila y los autos se mueven por adentro, por calles cada vez más estrechadas. ¿Es posible seguir agregando autos en la Ciudad? ¿Cuántos caben?

Muchas plazas y edificios altos ya no tienen tierra debajo, sino estacionamientos que frenan el escurrimiento del agua subterránea, una de las causas de las inundaciones.

A partir de los años ’50, la propaganda se encargó de instalar en la mente (sobre todo de los hombres) la ambición de “llegar al cero kilómetro”. Desde entonces, además de los autos, se compra su significado: status, seducción de mujeres y pertenencia a un grupo. El auto se comporta como una extensión del cuerpo propio. “Estoy perdiendo aceite”, dice el dueño. Tolera un toquecito en el paragolpes delantero, pero si lo tocan de atrás se bajará furioso. Eso no está permitido en ninguno de sus dos cuerpos. Los publicitarios saben que la potencia del motor, el pique, es potencia sexual. “Dos mil centímetros cúbicos bien puestos”, decía una propaganda. “Alcanza los 200 kilómetros por hora en solo 17 segundos.”

Hay una contradicción entre desarrollo económico y medio ambiente. El ambiente es patrimonio común. Toda persona tiene derecho a gozar de un ambiente sano, así como el deber de preservarlo y defenderlo en provecho de las generaciones presentes y futuras (Constitución de CABA, artículo 26). Y agrega: “Toda actividad que suponga en forma actual o inminente un daño al ambiente debe cesar”. Los autos, la disminución de área verde y la construcción de cualquier cosa en cualquier parte son daños al medio ambiente.

Un gran salto adelante en el actual gobierno nacional es la inclusión social como parte inseparable del desarrollo, un concepto ausente desde la caída de Perón. Pero falta incorporar al ambiente en las decisiones políticas. No basta con plantear “cuántos” son los autos, ni “cuántas” las viviendas. Falta el “adónde” y el “cómo”. El bie-nestar general mencionado en el preámbulo de la Constitución nacional es inseparable del logro de un ambiente sano. Es posible lograrlo si el tema se instala en la mente del pueblo y del gobierno.

La gran tragedia de la vida es que con demasiada frecuencia autorizamos a los medios con los que vivimos a alejarnos del fin para el que vivimos (Martin Luther King).

* Arquitecto. PropAmba.

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