Dom 26.01.2014

SOCIEDAD  › UNA PAREJA DE CIUDADANOS ALEMANES RECORRE EL MUNDO EN UN VELERO

Navegantes de puerto en puerto

Desde hace nueve años viven en el barco que hicieron construir a su gusto. Desde entonces, viajaron a Noruega, las Islas Canarias, Marruecos, Cabo Verde, Brasil y Argentina, siempre impulsados por el viento. Enamorados de la Argentina, ahora están recalando en Mar del Plata.

› Por Carlos Rodríguez

Desde Mar del Plata

“Siempre quise un velero para viajar por el mundo en libertad, sin mirar el reloj ni el almanaque.” Uli Hering, un alemán nacido en Berlín hace 70 años, está anclado con Nadine, su barco de nombre francés, en el Puerto Náutico Deportivo del Yacht Club Argentino de esta ciudad. Como el argentino Vito Dumas, el veneciano Marco Polo o el noruego Erik el Rojo, Uli es navegante y su embarcación, desde mayo de 2010, es su casa. Al contrario de Dumas, no es un navegante solitario: lo acompaña a todos lados su mujer, Ilse, una berlinesa de 72 que sólo sabe reír en castellano, porque no dice una sola palabra en el idioma de Cervantes. De todos modos, algo parece entender de la charla que Página/12 mantiene con su marido Uli a bordo del Nadine, anclado en el puerto. Ella lo corrige varias veces en su idioma natal, para que precise algunos datos y agregue detalles. Con una sonrisa que no cesa en ningún momento durante la entrevista, Uli cuenta que desde que se jubiló, en 2005, viven en un barco que hizo construir a su gusto y con el que había soñado desde que estaba en la armada alemana “haciendo expediciones de entrenamiento buscando minas, pero en la paz, no en la ‘guera’”, aclara sin pronunciar la “erre”. Cuando él estaba todavía en actividad, en el 2000, hicieron sus primeros viajes en un velero que habían comprado, el primero de los cinco que fueron cambiando, hasta que en 2005, en Hamburgo, encargaron la construcción del Nadine, siguiendo los planos diseñados por Uli. La nave tiene una estructura de madera contrachapada de grado marino, una mezcla de madera de arce con aluminio, que la hace liviana y ligera, pero fuerte a la vez. Su primer viaje en una nave propia fue al Reino de Noruega, en la Europa Septentrional, en la península escandinava. Visitaron las islas de Svabard y Jan Mayen, que pertenecen al reino, y otras que están en litigio.

Uli y su esposa pudieron vivir el corto pero fabuloso verano no-ruego, en julio y agosto, cuando se da el fenómeno del “sol de medianoche”, porque la luz del día se extiende las 24 horas. Para eso tuvieron que ir bien al norte, por encima del Círculo Polar Artico, cuando florece la campiña junto con las salidas de pesca o las observaciones de aves, porque “siempre nos bajamos del barco para conocer la ‘tiera’, los países, la gente, no sólo los mares; en Noruega estuvimos en el mes de agosto, en 2002, y fue increíble todo lo que vimos en un país que vive de día dos meses y de noche el resto del año”.

Uli se manifiesta preocupado por algunas costumbres de los que viajan a Noruega y, aprovechando la energía de la luz solar siempre presente en el verano, participan en safaris de ballenas y lobos marinos, en los mares del polo norte, y de renos, en los campos que florecen en esos dos meses del año. “Los noruegos están reclamando un lugar en la Antártida y también están preocupados porque en el invierno hay cada año menos hielo, porque el calentamiento global está haciendo estragos en esos lugares tan hermosos.” Más allá de algunas penas, el matrimonio celebra y disfruta de una vida que va “de viaje en viaje”. Cuando están más de seis o siete meses viviendo en el mar, de puerto en puerto, extrañan a la familia y vuelven por uno o dos meses a Berlín: “Eso sí, en avión. Ahora nos vamos a ir en el mes de mayo y el barco va a quedar anclado acá, en Mar del Plata, o si no en San Fernando, en Buenos Aires, donde nos tratan muy bien”.

“Desde que me jubilé y pudimos hacer nuestro propio barco, vivimos en él, porque antes nos íbamos sólo en las vacaciones, junto con nuestras dos hijas, cuando eran niñas, porque ahora se casaron y ya somos abuelos”, relata Uli con su trabajoso castellano, mientras Ilse muestra la foto de sus dos hijas, sus yernos y sus nietas. La foto está sobre un mueble interno, en lugar preferencial, frente a la mesa de la confortable cocina-comedor del Nadine.

De la misteriosa Noruega, una de las naciones más ricas del mundo, los alemanes viajeros se fueron a las Islas Canarias, en España, con otro clima, otro idioma y otra realidad a nivel económico. “El clima en España es fantástico, en verano y en invierno y las islas son hermosas; anduvimos por la Gran Canaria, Las Palmas, Tenerife y llegamos también a Marruecos, un país fantástico, con tanto misterio, con tanta historia. No terminás nunca de conocer los países, siempre hay algo que te queda sin saber y que te hace volver; nosotros, pues, nos subimos al barco y vamos con él a todos los lados.”

Para coronar la dicha que expresan sus palabras, Uli se ríe con ganas, mientras muestra, como una gentileza para sus entrevistadores argentinos, una remera que se ha puesto “muy especialmente” y que sobre el pecho tiene una inscripción: “Ushuaia”.

Uli no para de hablar y salta de las Canarias a las diez islas que conforman hoy la República de Cabo Verde, descubierta en 1640 por Portugal, que las halló deshabitadas y las hizo colonia poblándolas con esclavos africanos. El alemán viajero dice que son “realmente fabulosas” esas islas “casi vírgenes” todavía, perdidas en el Atlántico, y que durante cientos de años fueron un lugar de tráfico de esclavos, generando disputas entre países como Holanda, Inglaterra y los Estados Unidos, además de Portugal, hasta que pudieron lograr su independencia. Para Uli, conocer esos lugares y parte de su historia significa “algo incomparable, algo que no se puede conseguir si uno no cuenta, como nosotros, con un velero que es nuestro medio de transporte, nuestro auto, nuestro micro, el medio que nos lleva a todos lados donde queremos ir, sin ningún problema, sin ningún miedo al mar”. En Cabo Verde pasaron las fiestas de Navidad y Año Nuevo, entre diciembre de 2012 y enero de 2013, y en febrero ya estaban en Brasil, en pleno carnaval.

Como sus viajes no son sólo por agua, cuenta que además de conocer Mar del Plata, Ushuaia, toda la costa del Río de la Plata, incluyendo Montevideo, y los balnearios argentinos apiñados sobre el Atlántico, dice Uli que también estuvieron en Salta y que ahora tienen ganas de ir a Córdoba. “Teníamos ganas de bajar hasta el Estrecho de Magallanes y pasar hacia Chile, pero es muy peligroso; el Atlántico es más equilibrado que el Pacífico, por eso siempre andamos por el Atlántico, aunque tenemos muchas ganas de conocer Chile.” Sobre la Argentina dice que “es hermosa, sobre todo en el sur, en Ushuaia, y siempre nos han tratado muy bien, sobre todo cuando estuvimos en San Fernando”.

Los navegantes alemanes –Uli e Ilse se turnan al mando del timón– afirman que viajar en un velero “es mucho más lindo que en un barco comercial, en un crucero que parece un hotel sobre el mar; nosotros estamos siempre comunicados con tierra, tenemos nuestro plan de navegación y siempre usamos las velas, salvo en algunas situaciones en las que hay problemas con los vientos y tenemos que usar el motor”. Recuerdan que una sola vez tuvieron miedo, fue cuando en una noche oscura como pocas vieron cómo se les aproximaba una embarcación mucho más grande. “Eran luces rojas y verdes que se nos venían encima, como si en el barco no hubiera nadie que nos viera, ni advirtiera las señales que hacíamos. ¡Oh, pasamos muy cerca!”, señala Uli como si estuviera reviviendo la situación.

La última Navidad la pasaron en San Fernando, con amigos argentinos, en el Club de Veleros, y hasta mayo se quedan en el país. “Nos vamos en avión a Berlín y volvemos en septiembre, porque queremos ir de nuevo a Ushuaia y después queremos conocer El Calafate, porque ya estuvimos también en Bariloche. Queremos mucho a este país, es muy hermoso, aunque nosotros preferimos siempre estar en el mar porque creemos que es más lindo que vivir en Berlín o en Buenos Aires. No- sotros decidimos: acá o allá. Brasil, Africa del Sur, Buenos Aires, Montevideo. Cargamos 400 litros de agua y durante cinco semanas andamos por alta mar sin volver a tocar ningún puerto.”

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