SOCIEDAD
› UN ARGENTINO RECORRE AFRICA EN BICI Y PLANEA PEDALEAR POR LOS 5 CONTINENTES
El mundo en dos ruedas
Cansado de la vida urbana, Pablo García, de 29 años, se subió a una bicicleta y no dejó de pedalear. Primero por Brasil, y luego por Africa, donde ya atravesó nueve países y casi 20.000 kilómetros. Sus aventuras entre las tribus de makondes, hadzabes y massais en Mozambique, Tanzania, Kenya, Uganda y Zambia.
¿Quién no soñó alguna vez con dejar todo y largarse a recorrer el mundo? ¿Quién no quiso abandonar la ciudad y cambiarla por el contacto con la naturaleza? Eso es exactamente lo que hizo Pablo García, un joven de 29 años, oriundo del partido bonaerense de San Martín que, montado en una bicicleta, comenzó a desandar caminos con la única intención de dar la vuelta al mundo impulsado por su propia fuerza. Su primera etapa, Africa, ya casi quedó atrás. Pero sus anécdotas no lo abandonarán nunca. Esta es su historia.
Antes que la rutina lo consumiera, a los 19 años Pablo agarró una mochila y se fue a recorrer Brasil. Viajó de norte a sur y de este a oeste, hasta que finalmente se instaló en la localidad de Maceió, donde fundó una agencia de turismo con otros tres argentinos. Eran tiempos del uno a uno y en seguida el negocio floreció. “Llegamos a tener un barco y un micro propios que usábamos para la agencia –recordó Pablo–. Pero eso no era para mí. Un día me miré a mí mismo y me pregunté: ¿esto es lo que quiero hacer?” La respuesta fue no, y a los pocos meses ya estaba en la ruta desandando en bicicleta el camino que separa a Maceió de Buenos Aires. “Usé estos kilómetros, casi ocho mil, como una prueba. Si podía hacerlos, podría recorrer el mundo”, agregó. Y así lo hizo. Tras una breve estadía en Buenos Aires para conseguir sponsors y ponerse bien físicamente, enfiló sus pedales rumbo a Africa, donde permaneció por más de un año y medio recorriendo 9 países y casi 20 mil kilómetros.
Su primera escala fue Sudáfrica, que no lo deslumbró, tal vez por ser una de las naciones del Africa negra más vinculadas a la cultura occidental. Recién al internarse en Mozambique descubrió “la verdadera Africa”, la pobre, la marginada, la sacudida por las guerras, la destruida por la epidemia del sida: en países como esa ex colonia portuguesa la enfermedad alcanza al 30 por ciento de su población activa. “Cuando llegué a Mozambique realmente me agarró miedo. Pensar que tenía que andar más de 15 mil kilómetros por ahí me aterró y me largué a llorar. Pero después me di cuenta de que la gente era mucho más amable que en Sudáfrica y que siempre iba a estar dispuesta a ayudarme”, confesó el ciclista, quien más de una vez durmió en la casa del jefe del pueblo y comió de su comida.
Estando allí, Pablo se olvidó de todo, pero la Argentina no se olvidó de él, y un día en Maputo, la capital de Mozambique, se enteró del corralito, la caída de De la Rúa y la posterior devaluación. Quedó varado. Sus ahorros se evaporaron casi a la misma velocidad que sus sponsors argentinos, a excepción de una marca de quesos, y debió comenzar a recorrer las calles en busca de dinero. Por suerte, sus años en Brasil le habían brindado una gran base de portugués (en Mozambique se habla ese idioma) y algunos contactos que le abrieron el camino hacia la prensa y, mucho más importante que eso, a la petrolera estatal, de donde extrajo nuevos fondos para seguir su viaje hacia el norte del país, hacia la tierra de los míticos makondes.
Makondes, hadzabes y massais
Los makondes vivieron desde siempre en la zona norte de Mozambique, desde mucho antes de que ese país fuera realmente un país. Sin embargo, su gente por mucho tiempo no pudo asentarse en un lugar y debió peregrinar de un sitio a otro, intentado evitar la colonización y mantener vivas sus costumbres, muchas de las cuales aún se practican en la actualidad. “Entre los ritos que permanecen vivos, aunque cada vez se pierdan más, están los vinculados al pasaje de la niñez a la adultez. Cuando el padre considera que el niño ha crecido lo suficiente, lo lleva frente al artesano de la aldea, que en una ceremonia de iniciación le corta el frenillo de su órgano sexual”, explicó Pablo como si fuera un verdadero experto en el tema. Luego de la circuncisión, el joven es enviado a la “mata” por algunas semanas –antes era enviado durante todo un año– para que demuestre sus capacidades en la caza y la supervivencia. Si supera el trance, entonces sí finalmente es aceptado en el mundo de los adultos a través de un último ritual: el tatuaje facial. “Con un cuchillo el artesano le dibuja en la cara el diseño del tatuaje y mientras sangra, le hecha carbón molido en las heridas para que adopten la pigmentación.” Las mujeres, por su parte, tampoco se la llevan de arriba. Después de la primera menstruación, se las obliga a permanecer durante semanas en su casa, sin tener contacto con ningún hombre, para que sus madres les enseñen todas las tareas del hogar.
Tras la visita a los makondes, Pablo abandonó Mozambique con destino a Tanzania, donde se enfermó y terminó con parásitos intestinales. Claro, en tierras desérticas y con un sol que raja la tierra, nadie pregunta sobre la calidad del agua que bebe, pero después se sufren las consecuencias. Afortunadamente, su cuadro no fue grave. En el hospital de Dar Es Salaam, antigua capital de Tanzania, le recetaron unas sales hidratantes y tras unos días de reposo estuvo listo para seguir el viaje, que esta vez lo condujo directamente hasta los dominios de los hadzabes, tribu que se estima lleva viviendo en el lugar unos diez mil años.
Ellos, a diferencia de los makondes, no encierran a las mujeres en su casa durante la pubertad, simplemente porque no tienen casa. Viven bajo los árboles y en la temporada de lluvias se mudan a cavernas para protegerse del temporal. “La caza es su vida y todavía la realizan con arcos y flechas envenenadas”, describió Pablo, quien luego de esta visita a la edad de piedra, giró su manubrio con destino a la tribu de los massais, protagonistas ineludibles de todos los documentales del Discovery Channel que se filman en la región. Altos, delgados y siempre vestidos de rojo, con largas túnicas, los massai se consideran a sí mismos como un pueblo elegido, en este caso, para conducir a todo el ganado del mundo. Por esa razón no matan a sus vacas, sino que las crían con el objetivo de extraer de ellas su alimento preferido: leche mezclada con sangre, manjar que fue convidado a Pablo para su degustación. “La cara que puse debe haberlos convencido de que no me gustó y se largaron a reír. Pasaron varias horas hasta que dejé de sentir en la boca ese espantoso sabor”, recordó con asco.
Superada la prueba gastronómica de los massais, Kenya fue la última parada de Pablo para esta etapa del viaje, que también incluyó un paseo por Malawi, Uganda y Zambia. Desde Nairobi, el exhausto viajero regresó a Buenos Aires para un breve receso, que ya finalizó. Sin poder estar quieto más que un par de meses, Pablo regresó nuevamente a Africa y hoy es probable que ya esté por Etiopía, desde donde continuará el viaje hacia Europa, pasando por Medio Oriente. Después le tocará el turno a Asia, Oceanía y por último Norteamérica, desde donde espera llegar pedaleando hasta nuestras pampas, tal cual lo aclara en su página de Internet www.pedaleandoelglobo.com. “Elegí la bicicleta porque es un medio de transporte que me permite entrar en contacto directo con la gente, con sus penas y alegrías, con sus vivencias. En Africa esto fue muy fuerte, pero descubrir la amabilidad de esos pueblos devastados fue una experiencia que nunca voy a olvidar.”
Producción: Damián Paikin