SOCIEDAD
› NUEVA YORK Y DECENAS DE
CIUDADES DE EE.UU. Y CANADA QUEDARON SIN LUZ
El día que se apagó América del Norte
A las cuatro de la tarde, toda la costa noreste quedó sin energía. EE.UU. descartó un atentado. Canadá dijo que se debió a un rayo caído en la central eléctrica estadounidense en Niágara. En Nueva York, cientos de miles se lanzaron a las calles. No hubo pánico, pero sí el fantasma del 11S.
Empezó a las cuatro de la tarde con una sensación térmica insoportable, 35 grados de calor en los puntos más calientes de Nueva York. A esa hora, uno de los departamentos del bajo Brooklyn tenía prendidos ventiladores y acondicionadores de aire. Un segundo después, todo cambió: “De golpe se apagó todo, pensé que habían saltado los fusibles, salí al hall pero nada se conectaba, todo era silencio absoluto”. Todo parecía “Setiembre 11”. Mónica, esa mujer del bajo Brooklyn, aún no sabía que Nueva York se hundía en otro de sus días de caos y de oscuridad más plena. Esa misma imagen se reproducía, en ese mismo momento, en decenas de ciudades desde Chicago a Nueva York, de Toronto a North Bay en Canadá y a Boston poco antes de que el propio George W. Bush asegurara que esta vez detrás del apagón “no hubo un atentado”.
Desde 1977, Nueva York no sufría un apagón como el de las dimensiones de ayer. En segundos, una sobrecarga en los tendidos eléctricos de una estación del Niágara dejó a millones de personas paralizadas, sin luz, sin semáforos, sin ascensores, sin servicios en las estaciones áreas, sin servicios de transporte subterráneo, sin celulares, sin energía. El corte se produjo a las 4 de la tarde en un radio que cubría todo el nordeste de Estados Unidos y Toronto y Cleveland en Canadá.
Setiembre 11, los atentados, el ántrax y la sensación de vivir sobre un volcán alimentaron todo tipo de fantasmas. “Uno pensó, si pasa algo así, todo el mundo debe haber pensado en eso”, dice Gabriel, uno de los biólogos argentinos que a esa hora estaba en su oficina de la Universidad de Nueva York. “Fue un apagón –sigue diciendo–, no hay nada especial, en la radio dicen que fue un accidente, es lo único que se puede escuchar.”
Lejos de ahí, en aquel departamento de Brooklyn, Mónica pensó lo peor: “Puede ser que lo sea o puede que no –decía–, pero uno se da cuenta de la fragilidad: cualquier cosa destruye todo de forma tal que la gente queda atrapada en todas partes”.
En la universidad o en casa de Mónica, una radio a transistores les permitía saber qué era lo que estaba pasando. Esa era la única forma de acceder a las imágenes que a esa hora mostraban a un enjambre de neoyorquinos intentando volver a sus casas desde el centro de Manhattan.
El apagón paralizó el tendido de subterráneos y los ascensores de los edificios, dejando a miles de personas encerradas. Se detuvieron los trenes y dejaron de operar durante cinco horas el aeropuerto La Guardia y Newark, en Nueva York. Los vuelos comerciales quedaron completamente suspendidos en el John F. Kennedy y en las estaciones aéreas de Toronto y Cleveland, en Canadá. Entre las innumerables personas que esperaban novedades de sus compañías aéreas estaban también los padres de Gabriel. Tres horas después del corte, sus padres esperaban una llamada en el departamento del Bronx: sabían que algunos vuelos estaban llegando a NY, pero se habían cancelado todas las salidas.
A las 5.50 de la tarde, el alcalde de Nueva York pidió “paciencia” y recomendó “mucho cuidado” en una conferencia de prensa. Michael Bloomberg repetía a esa hora lo que ya había anticipado a la CNN y para entonces circulaba en todo el globo: “No hay evidencia –dijo– de que el corte haya sido terrorista”. En lo que se refiere a Nueva York, decía Bloomberg, “inicialmente, obviamente uno quiere estar seguro de lo que pasa, se activó el centro alterno de comando” pero no hubo “ninguna indicación de terrorismo”.
A esa hora, en Nueva York se había dispuesto el estado de emergencia: de acuerdo a la información difundida en la conferencia de prensa, los neoyorquinos sabrían que el corte “no duraría minutos sino algunas horas”. Bloomberg pedía a la población cuidados extremos con el calor, uno de los temas de mayor preocupación.
El apagón se produjo por una sobrecarga en la red de provisión de energía y un efecto en cadena. La CNN indicaba que el corte se había originado por una sobrecarga de tensión en la central de Niagara Nohawk Grind, una central eléctrica que une las redes de Ontario en Canadá con la estadounidense. Sin embargo, el gobierno canadiense dijo que “un rayo que causó el fuego afectó una central eléctrica estadounidense de Niágara”. Esa versión fue rechazada durante la conferencia de prensa en Nueva York. El propio alcalde aseguró, cuando los periodistas lo consultaron sobre el tema, que “no hubo incendios en la subestación”. Aunque la hipótesis del atentado estuvo descartada desde el comienzo, el FBI fue otro de los organismos que se puso a investigar las causas.
Poco después de las nueve de la noche, hora argentina, los aeropuertos de Estados Unidos habían restablecido sus servicios, todos excepto el JKF. Algunas ciudades como Nueva Jersey volvían a tener energía, mientras unos 40.000 policías seguían movilizados en el centro y este de Nueva York para reforzar los sistemas de seguridad.
El estado de NY movilizó equipos de bomberos y activó el Plan de Emergencia para “lidiar con cosas de esta índole”, dijo Bloomberg poco antes de asegurar, convencido, de que esta vez “no creo que esta ciudad, en este momento, enfrente situaciones como la de los saqueos”. Hubo equipos de bomberos y policías trabajando en la evacuación de los edificios y de los subtes y supervisando el funcionamiento de los generadores de energía en los hospitales, mientras los colectivos y los servicios de trasporte se hundían, literalmente, bajo la marea humana que durante la tarde intentaba dejar el centro de Manhattan y regresar a sus casas.
“¿Mi marido?”, decía Mónica desesperada en su departamento del bajo Brooklyn. “Recién dos horas después del apagón llamé a mi hijastro que vive en Texas: ‘Decile a tu padre –le dije– que ni se le ocurra venir a casa.” A esa hora, Mónica tenía preparado un bolso con algo de ropa, había cargado a sus dos gatos y prendía las velas que había podido comprar en una de las pocas tiendas del barrio que permanecían abiertas: “Todo está cerrado –decía–, los supermercados no atienden, el único lugar es una ferretería que deja pasar sólo a cinco personas a la vez”. En ese lugar consiguió pilas y velones para reponer las que tenía en casa. Y en ese sitio escuchó lo mejor, a uno de sus vecinos que hacía la cola: “Lo que más me asusta –dijo– es que dicen que esto no es terrorismo”.
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