SOCIEDAD
El increíble drama sin fin de la mujer baleada por su ex marido
La semana pasada, su ex pareja le pegó cuatro balazos por celos, en Cariló. Ahora, él está libre y no hay orden de captura. Ella salió del hospital, pero está escondida, aterrada.
› Por Horacio Cecchi
Primero recibió amenazas. Después, golpes. A uno de sus novios le destrozó el auto. A otro simplemente le dijo: “Desaparecé o sos boleta”. Una noche entró en su casa y la molió a trompadas. Patrullaba todos los lugares habituales, el trabajo, el negocio, la casa, la escuela de la hija menor. Durante cuatro años, Carina Cataldi presentó denuncias en la policía contra su ex marido, Mingo Altieri. Compró un enorme perro y puso una alarma perimetral. Pidió custodia. No se la dieron. “No podemos hacer nada –le dijo la policía–. Lo tenemos que agarrar con las manos en la masa.” Claro, la masa era ella. El 1º de septiembre, Mingo le disparó cuatro veces a matar. Una bala le atravesó la tráquea y la dejó sin habla. Otra quedó alojada en su columna. Pero el calvario de Carina no terminó en la sala del hospital. Los malabarismos jurídicos permiten que Mingo esté legalmente libre. Recién ahora, un policía custodia la casa de Carina, pero Carina no está en casa. Aterrada, se mantiene oculta en algún lugar con su hija de 15. “No podemos hacer nada. Lo mejor es que se muden lejos”, le aconsejaron. Lejos. Bien lejos.
La historia de Carina Cataldi no es nueva pero, de indignante, arrasa. No es nueva ni para ella, ni para miles de mujeres que sufren la violencia de los hombres en cuatro capítulos. El primero lo sufren en el cuerpo. Si sobreviven al primero, el segundo lo sufren en la mirada de indiferencia ante su denuncia. El tercero, en la inercia judicial, si es que prospera la denuncia. El cuarto consiste en vivir prófuga de sí misma. Carina intenta sobrevivir a este último después de su experiencia del 1º de septiembre, cuando su ex marido Mingo Altieri gatilló cuatro veces sobre su cuerpo.
El primer disparo ingresó por el hombro y la volteó al piso de espaldas. Mingo, primo de Blas Altieri, el intendente local, no perdió el tiempo: el segundo lo disparó a la cabeza. La bala entró por su cuello y quedó alojada en la columna. El tercero impactó en un brazo. Antes de disparar el cuarto, dijo: “Para asegurarme que esté bien muerta”. El proyectil entró por su oreja y le atravesó la tráquea.
Durante unas horas, Mingo fue un prófugo de la Justicia. Dos días después, pidió la eximición de la detención. El juez Colombo, de Dolores, rechazó el pedido porque el delito no es excarcelable. Mingo apeló de nuevo ante la Cámara. “En la provincia –dijo a Página/12 Carlos Vanoni, abogado de Carina–, el Código de Procedimientos prevé para la apelación el efecto suspensivo de la medida apelada, mientras se sustancia el recurso.”
“No podemos hacer nada –le dijeron a Carina–. Lo mejor es que te mudes lejos.” Y los papeles se invirtieron: Carina es presa de su terror y está oculta, y Mingo está legalmente libre. Según Vanoni, si la Cámara rechaza la eximición, “de todos modos puede ir en recurso a Casación. Aunque se lo rechacen por improcedente porque aún no hay proceso, el trámite lo dejará libre alrededor de seis meses”.
Los cuatro disparos no deberían encubrirse bajo la máscara de un injustificable arrebato emocional. El caso tiene su larga historia, un dato imprescindible para considerar que el hecho cayó de maduro. Empezó en los motivos que originaron el pedido de divorcio. “Fue tan terrible su experiencia matrimonial –dijo a este diario un allegado a la víctima–, que el divorcio fue con exclusión.” Un juez civil echó de la casa a Mingo. A partir de ese momento, el final era predecible. Empezaron las amenazas.
“Los dos primeros novios pos divorcio –dijo la misma fuente– huyeron despavoridos: a uno le destrozó el auto. Al otro, se le cruzó un día y le dijo: ‘O desaparecés o sos boleta’. Siempre la seguía, se estacionaba enfrente de la casa, se escondía atrás de los árboles, todos los vecinos lo saben. Carina tenía un negocio en Cariló y se le aparecía en la puerta, se quedaba mirándola. Iba de noche a la casa y golpeaba la puerta de atrás. A un auto le destrozó el motor poniéndole arena en el tanque. Después de que lo mandó a arreglar, le pinchó el filtro de aceite para quelo fundiera. Una vez la vio tomando un café con un hombre en un bar. Se metió en la casa y cuando ella volvió, de noche, la molió a golpes. También le pegó a la hija menor. Mingo le dijo a sus hermanos que la iba a matar y los hermanos le avisaron a ella. Carina presentó la denuncia y le contestaron: ‘No podemos detenerlo. Lo tenemos que agarrar con las manos en la masa’”. Las manos en la masa las tuvo, pero no lo agarraron y ahora camina por Pinamar como si fuera su casa, mientras un policía custodia tardíamente la puerta de la casa de Carina, que ya no vive allí sino en algún lugar.
Desde ese oscuro escondrijo, como una prófuga de sí misma, sin habla, Carina envió un mail desgarrador que recibió este diario. “Les aclaro -dice en él–, que tanto para mí como para muchas mujeres, el dolor de las balas es mucho menor al padecido de muchas otras maneras. Durante cuatro años nadie me escuchó ni me creyó.” “¿Será realmente como él siempre me dijo –se pregunta–, que si no soy de él no seré de nadie?” Y agrega: “Pedí custodia policial en Dolores hace más de un mes. Nunca llegó. La policía que estaba para prevenir, no previno. La Justicia, que está para castigar, hasta ahora lo mantiene a él libre y a mí presa. Estoy escondida y aterrorizada junto a mi hija. No puedo volver sin que nuestras vidas corran nuevamente serio riesgo. ¿Será necesario pagar con la vida el ‘pecado’ de querer ser feliz?”. El título es significativo: “Estoy aún viva”.