SOCIEDAD
› CRONICA DEL VIAJE INAUGURAL DEL TREN DE LA MESOPOTAMIA
El esperado final de una maldición
Tras diez años, el tren vuelve a unir Buenos Aires con Posadas. Y hubo fiesta hasta en los pueblos donde “El Gran Capitán” no se detuvo. Aquí, las intimidades del viaje, el relato de los festejos y el fantasma de Menem.
› Por Carlos Rodríguez
A bordo de “El Gran Capitán”
Decenas de miles de personas, pueblos enteros a lo largo de 1100 kilómetros de vías que unen Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes y Misiones llenaron andenes y calles, con la alegría simple de mirar pasar de nuevo el tren. Se advertía una satisfacción especial porque muchos confían en el guiño positivo que les llegó desde el lejano y casi siempre inhóspito poder central. “Gracias por acordarse de nosotros.” “El tren es progreso.” “Nosotros queremos progresar.” “No se vuelvan a olvidar.” Los mensajes y las pancartas reflejaban esperanza, y alguna duda escondida, tras el regreso luego de 11 años del tren conocido como “El Gran Capitán”. “Kirchner: hay que revisar las privatizaciones”, era el pedido extra dirigido al Presidente que se leía sobre el pizarrón de novedades de la estación Concordia, colmada de público igual que Monte Caseros y otras que celebraron durante dos días lo que fue el retorno triunfal del hijo encarrilado.
El ex presidente Carlos Menem, el del antológico “ramal que para, ramal que cierra”, ocupó el sitial del malo de toda maldad. “Es para Menem que lo mira por TV”, bramaron en Concordia, Entre Ríos, miles de personas que en la madrugada de ayer virtualmente se llevaron en andas a “El Gran Capitán”. El andén estaba tan cargado de público que los cuerpos tocaban la estructura metálica pintada con los colores celeste y blanco. El tren avanzó pidiendo permiso. “Perdimos el tren por un extraterrestre que tuvimos la desgracia que cayó acá”, sentenció don Vicente Manuel Sauzza, quien reside en la localidad bonaerense de Isidro Casanova y ayer volvió a Entre Ríos después de cinco años para visitar a sus hermanos mayores. Aludía a Menem, por supuesto.
Los saludos al tren comenzaron en la estación Toro, en el partido de Pilar, y siguieron en Capilla del Señor –desde una bóveda del cementerio local levantó los pulgares en aprobación un hombre que estaba vivo–, pero la verdadera fiesta se largó en Entre Ríos. En Ibicuy, castigada por las aguas y el olvido, don Alberto Blestchen, 69 años y 44 de ferroviario, gruñó contra “lo que nos hicieron en esos diez años” y el cura Fernando Visconti bendijo el fin “de una maldición”. En la estación Enrique Carbo estaban todos los que pueden estar, pero en Larroque juran que hasta vieron al fantasma de Alfredo Yabrán.
A la comitiva que iba en el tren se sumó Jorge Alvarez (80), quien durante 24 años fue el jefe de la estación de Carbo. “A nosotros nos sacaron el tren antes de las privatizaciones (de 1992) porque dejó de parar en el pueblo, aunque vendíamos pasajes para todo el norte de Entre Ríos y Corrientes; era un buen negocio y la gente de Gualeguaychú hacía 50 kilómetros en micro para después seguir en tren.” Le enviaron un petitorio a las autoridades para que mantuvieran la parada: “Nos dijeron por escrito que se dañaba la máquina de tanto usar los frenos para detenerse en Carbo”.
En Basavilbaso, una ciudad que vivía del ferrocarril, la recepción fue conmovedora. “El pueblo se quedó sin vida y sin medio de transporte. Hace poco comenzó a circular un ramal corto hasta Villaguay, donde muchas de acá trabajamos como docentes. Yo me ahorro cien pesos mensuales de viaje porque ahora sólo pagamos un peso el pasaje. Para ir a Buenos Aires nos juntamos varios y pagamos un remise. Es una vergüenza. ¿O no somos argentinos?” Stella Maris estaba algo quejosa, pero igualmente “muy feliz”.
La última parada en Entre Ríos fue Chajarí. Todo el pueblo estaba en la calle. La mayoría en la estación y el resto parado en la puerta de sus casas, mientras los chicos, con banderas argentinas, estaban formados en el patio de cada escuela. El último paisano saludó de a caballo, sombrero negro en mano, a unos metros de su ranchito. En Mocoretá comenzó el paso por Corrientes y los ocupantes del tren recibieron de regalo cuatro cajones llenos de naranja.
Armando Angel Martino (77) fue ferroviario durante “31 años y medio”, hasta que se jubiló para cobrar “230 pesos mensuales”. Como vecino del pueblito de Juan Pujol, donde viven 600 personas, Martino demandó “que el tren tenga parada fija” en esa estación. Allí también, los únicos medios de transporte de los vecinos son los remises, las bicicletas y los caballos.
Así se fue llegando lentamente a Monte Caseros, donde se hizo el acto central de recibimiento al tren. La ceremonia tuvo, por primera vez durante el largo viaje de Chacarita a Posadas, una fuerte presencia oficial. Estuvieron el gobernador de Corrientes, Horacio Colombi, y su vice, Eduardo Galantini; el secretario de Transportes de la Nación, Raúl Jaime, y el intendente de Monte Caseros. Cuando las cosas se estaban poniendo demasiado formales, un conjunto local arrancó con el chamamé “Kilómetro 11”, y el alivio se tradujo en un sapukay masivo. Lo más conmovedor ocurrió en las estaciones donde el tren no se detuvo ni un minuto: miles esperaron horas, con banderas y bombos, a veces bajo la lluvia, sólo para ver y vivar el paso del tren.
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