Dom 23.11.2014

SOCIEDAD  › LA HISTORIA DE ESTER, LA NOVIA DE ROBERTO FONTANARROSA QUE ESTA DESAPARECIDA

Los seres queridos

Horacio Vargas, jefe de redacción de Rosario/12, acaba de publicar el negro Fontanarrosa. El libro, editado por Homo Sapiens, cuenta entre muchas otras cosas un amor conmovedor y joven del ya escritor y humorista, que este miércoles cumpliría 70 años.

› Por Horacio Vargas

Se conocieron en la casa de Crist, en el marco de la Bienal del Humor que se hizo en Córdoba en 1972. Fontanarrosa era uno de los invitados especiales a la fiesta de los dibujantes de todo el país. Ester Felipe –de una peculiar belleza– estaba a cargo de la coordinación del encuentro.

–La historia es muy simple. Entre los éxitos del negro estaban las minas. Se encachiló con la Ester, se enamoró, se venía de Rosario muchas veces a verla sólo a ella, era un amor medio platónico, la cortejaba... y ella le dio bola –rememora Crist, celestino de la época.

“Sí, en aquellas épocas mi hermana y el Fon fueron novios”, afirma Liliana Felipe, la notable cantante cordobesa radicada en el Distrito Federal de México.

Cuando empezaron a girar por ciudades de Córdoba a dar charlas, Ester los acompañaba junto a Pequeña, la mujer de Crist. Ester le confesó que estaba enloquecida por las cartas que le escribía el rosarino.

“He estado con Ester, ha estado más cariñosa que siempre, usted entiende”, decía una carta llegada desde Rosario para su amigo.

–¿No es acaso Ester la primera Eulogia que dibujó el negro?

–Es probable –admite Crist.

Había elegido cuidadosamente las fotos que iba a colocar en una de las paredes de su estudio de calle José C. Paz 1120. Además de la de Woody Allen, sobresalía la de Ester. “Era una foto grande, ella en bikini, con una solera, muy de esa época, era una cordobesa muy bonita”, grafica Laura Borello, una de las amigas de Fontanarrosa. “El estaba enamoradísimo de esa chica, pero ella terminó siendo la mujer de un guerrillero”, interpreta.

Ester nació en Villa María y se trasladó a la ciudad de Córdoba en los agitados días de la década del 70 –Cuba, el Che, el Cordobazo, Salvador Allende– para ejercer como psicóloga. Trabajó en hospitales y vivía con una amiga en barrio Clínicas, donde la revolución estaba a la vuelta de la esquina.

–¿Qué pasó? –preguntó Crist, con cierta preocupación, cuando el negro lo llamó para contarle algo importante.

Me dijo que militaba en el ERP. Y yo tuve que decidir... qué quiere que le diga.

Intentó varias veces sacarla de Córdoba, traerla a Rosario, protegerla. Pero ella se negó. Había optado por la militancia en una organización de izquierda revolucionaria.

“Te pido por favor que no vengas más, no me vas a encontrar...” le rogó. Fue la última vez que hablaron.

En 1974, Ester regresó a su pueblo junto a su pareja de entonces, Luis Mónaco, camarógrafo de Servicios de Radio y Televisión de la Universidad

Nacional de Córdoba (SRT), que había sido cesanteado por su condición de “zurdo”. Luis –hijo de un prestigioso pintor cordobés, Enrique Mónaco– comenzó a trabajar en el puesto de frutas y verduras que la familia Felipe atendía en el Mercado de Abasto. Ester y Luis se casaron en Villa María y tuvieron una hija a la que llamaron Paula.

La historia de Ester es la historia también de otras tantas víctimas de la represión durante la dictadura militar en Argentina. Un libro da cuenta de eso. Se llama La Perla y fue escrito por los periodistas cordobeses Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo. El título hace alusión al campo de concentración más grande que hubo en el interior del país:

“El 9 de enero de 1978, la familia Felipe recibió un llamado de una persona que se dijo compañero de Luis en Radio Universidad; dijo que pasaría por Villa María y que necesitaba la dirección para pasar a saludarlo. Nadie apareció. Esa noche, Ester y Luis cenaron en la casa de los padres de ella. Pero como Luis debía viajar a Córdoba a la madrugada, Ester y Paula se quedaron a dormir ahí y Luis volvió a su domicilio, de donde fue secuestrado después de medianoche. Unos minutos más tarde irrumpieron en la casa de los padres de Ester, a los que dejaron atados de pies y manos, y se llevaron a su hija. Paula dormía en su cuna. Ester Felipe y Luis Mónaco hacía veinticinco días que habían sido padres. Fue la mayor y última alegría que tuvieron antes de aquel 11 de enero de 1978, cuando fueron llevados a La Perla”.

–Estercita está muerta, Estercita está muerta... –repetía el padre, como una letanía, envuelto en el llanto, cuando su otra hija, desde el exilio, le narró lo que le habían contado sobre los últimos días de su hermana y su cuñado.

Ester Felipe y Luis Mónaco continúan desaparecidos. Paula quedó a cargo de los abuelos paternos, que vivían en la ciudad de Córdoba.

“Hay una parte de mí que quedó trunca, seca, algo que se fue deshilachando con el tiempo y que jamás voy a recuperar”, dice Liliana Felipe, cuando recuerda a su hermana.

En la década del ’90, la cantante volvió al país para dar una serie de conciertos. Fue invitada a cantar en el programa Mañana vemos, que emitía la tevé pública. La acompañaría un grupo donde el bajista era Franco Fontanarrosa.

“Para mí fue muy loco, porque fue conectarme con una parte de la historia de mi viejo, antes de mí, antes de mi vieja; no era mi tía... pero ella tuvo la mejor onda, fue muy emotivo”, recuerda el hijo del negro.

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–Hola, soy Paula, hija de Ester Felipe.

Fontanarrosa acababa de terminar una charla con Quino, el humorista y dibujante de Mafalda, en la ciudad de Córdoba, en 1997. Hizo un largo silencio antes de saludar a una joven de 20 años, rodeada de amigas.

Sorprendido por la irrupción, por el nombre expresado, la invitó a encontrarse a la mañana siguiente en un bar frente a la plaza Vélez Sarsfield. “Fue una charla breve... para conocernos. Qué hacés, qué estudiás, unas pocas preguntas, un café, largos silencios... con la timidez atravesada. Yo no me caracterizo por ser simpática ni él era extrovertido, con lo cual era discreto el diálogo pero muy agradable y afectuoso. Salí sonriendo... Me sentí bien y creo que él también porque después nos mantuvimos en contacto por cartas y por teléfono”, dice Paula.

Su tía Liliana le contó escuetamente que Ester y Roberto habían sido novios. También se lo dijo Joan Manuel Serrat, el día que recibió a un grupo de hijos de de-saparecidos.

–Ester fue alguien importante en la vida de Roberto –le dijo Serrat, midiendo sus palabras entre tanta gente alrededor.

–Me imagino que sí porque eran novios –respondió Paula, con absoluta naturalidad.

–Fue un gran amor para Roberto –agregó Serrat con el énfasis que da la confianza.

Al poco tiempo comenzaron a escribirse. Empezaron a llegar cartas desde Rosario y desde Córdoba: “Me contaba que se iba a trabajar al Mundial de Francia. Yo le decía de mis estudios, de H.I.J.O.S, de todo un poco. Creo que nos escribíamos porque nos resultaba más fácil comunicarnos así que verbalmente, timideces cruzadas no ayudaban. Y a mí me daba alegría recibir sus cartas con su letra grande, linda y divertida. Siempre incluía algún dibujito”.

Un encuentro de H.I.J.O.S. en Rosario los volvió a reunir. Charlaron brevemente, se dieron un abrazo. “Algunas veces hablamos por teléfono y también con Liliana (Tinivella), entonces su esposa, quien era muy cariñosa”, recuerda.

Cuando Paula se mudó al DF se interrumpió un poco la comunicación epistolar. Pero de alguna forma seguían conectados. Cuando Serrat daba un concierto en México le pasaba noticias de Roberto, como esa costumbre de verse con un ser querido y preguntar cómo están los demás.

En tiempos en que la joven trabajaba de periodista en la sección deportes del periódico La Jornada, el negro llegó a México. La llamó desde el hotel, le explicó que era difícil moverse y que estaba muy cansado. Hablaron unos pocos minutos para saber cómo estaban, mandarse abrazos. Paula además le resolvió una gran preocupación: ¡Qué canal transmitía esa noche un partido de la Copa Libertadores!

–El Roberto que fui conociendo era tímido, cariñoso y divertido. A la distancia me doy cuenta de que, después de presentarme yo así como una aparición, él decidió iniciar esa relación entre nosotros. Yo la disfruté mucho. Nunca sentí que me escribiera o me llamara por deber, por obligación. Más bien era algo simple y sincero, asumir que la vida decidió vincularnos y a partir de eso elegir seguir jalando de ese hilo. Nunca hablamos de mi mamá.

“Un día llega a El Cairo viejo, venía de Córdoba, y me cuenta lo que le había pasado... Se quedó muy impresionado porque vino una piba a saludarlo y era la hija de una novia que tuvo. Nunca hablamos más del tema pero en (el bar) Metrópolis, ante seis o siete personas, dos semanas antes de su muerte, lo volvió a contar... El negro quedó colgado con esa chica”, sintetiza su amigo Ricardo Centurión.

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Liliana Felipe y su compañera, Jesusa Rodríguez, tuvieron la idea. Pensaron en un lugar para recordar a los ausentes en Villa María, en un reloj de sol, la memoria sin tiempo. La Municipalidad donó un terreno para su construcción, el Concejo Deliberante aprobó su realización y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos brindó su colaboración. La obra –un monumento de siete piedras con un reloj en el centro– se inauguró el 27 de febrero de 1993 con los nombres de los siete desaparecidos de Villa María.

En la placa colocada como referencia para los que pasen por el lugar puede leerse el siguiente texto:

Ojalá que la memoria colectiva, la de quienes vivimos aquello, la de quienes reciban nuestro relato, haga de este Reloj de Sol un punto de encuentro, un lugar de juegos y un indicador de citas. Y ojalá también esa misma memoria haga que nunca más un reloj sirva tan solo para contar las horas y los minutos y los segundos en la angustiosa espera de los seres queridos que nunca volvieron.

Y en mayúsculas, la firma del autor: ROBERTO FONTANARROSA.

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Suena el teléfono en la casa de Crist. Atiende su mujer, María del Carmen. El negro pregunta por su amigo.

–No está, salió.

–Bueno, te pido que le pases un mensaje...

–Sí, claro.

–Decile por favor que me copie las fotos de Ester que sacó en Río Cuarto y me las mande a Rosario.

María se encargó de darle el mensaje a Crist cuando volvió a su casa. Rápidamente montó el laboratorio de fotografía –su otra manía– para copiar las fotos en blanco y negro de aquellos días y se las envió por correo.

“Mirá esta foto”, sugiere Gabriela Mahy, la segunda esposa de Fontanarrosa, cuando revisamos una caja con imágenes del archivo del negro para incluir en este libro. Está sentado en un banco de plaza; a su lado, una chica, morocha, de pelo lacio. Una sonrisa se le escapa ante la insistencia del fotógrafo y entonces apoya levemente su puño izquierdo sobre la espalda de ella.

“Hace poco recuperé unas fotos geniales de los dos con Crist y Pequeña, en Río Cuarto. Se los ve jóvenes y hermosos. Nunca supe cómo empezó ni cómo terminó eso pero esas fotos parecen decir mucho”, concluye Paula Mónaco Felipe.

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