SOCIEDAD
› JOSE VALES, PREMIO ORTEGA Y GASSET DE PERIODISMO Y AUTOR DEL LIBRO “RICARDO CAVALLO, EXTRADITADO”
“Cavallo fue agente de dos genocidios, el de los ‘70 y el de los ‘90”
El proceso de detención en México del represor de la ESMA Ricardo Cavallo, y su posterior extradición a España, donde está siendo juzgado por el juez Baltasar Garzón, mantuvo en vilo a tres países: la Argentina, España y México. José Vales hizo la investigación que permitió identificar al represor cuando participaba en un negocio por más de 180 millones de dólares al año en México.
› Por Luis Bruschtein
La relación de ex integrantes del Grupo de Tareas de la ESMA con el gobierno menemista desde antes de que el riojano llegara al poder queda bastante clara en la investigación realizada por el periodista argentino José Vales, quien acaba de publicar el libro Ricardo Cavallo, extraditado. Vales, quien es corresponsal de medios de México y Colombia, motorizó la investigación periodística que determinó la detención del represor de la ESMA en México y su extradición a España para ser juzgado por Baltasar Garzón. Este trabajo le valió el premio Ortega y Gasset, de España. “Me dediqué a Cavallo porque me llamó la atención la capacidad de reciclarse de represor a empresario con negocios a la sombra del Estado”, explica Vales. “Además –agrega– fue agente de dos genocidios, el de los ‘70 y el genocidio económico y social del menemismo en los ‘90.”
–No pertenezco a la generación de los ‘70, soy más de la generación de Malvinas. Todo lo que yo sé, y sabía, fue primero de pibe por haber vivido parte de la dictadura, al estudiar periodismo tenía que estar al tanto de lo que pasaba, había leído y más o menos sabía lo que pasaba en la ESMA. Uno se da cuenta de que la realidad que se creó en la ESMA es una realidad muy difícil y retorcida. En el libro pretendí no entrar en el debate que algunos quisieron plantear sobre los sobrevivientes, juzgando si tal actitud había estado bien o mal. No quise entrar en ese debate porque lo primero que pensé es que para hablar de eso, primero tendría que haber sentido yo la picana. Además no creo que tenga autoridad para cuestionar a nadie, salvo algunos casos que ya son alevosos, como la Sarmiento, esos que los militares consideraban fuerza propia, ya me daba cierta repulsión.
–¿Habló con todos?
–No, a la Sarmiento no la localicé nunca, otros hablaron y otros no quisieron. Para mí fueron todos víctimas. Está el caso Miguel Lauletta, a quien entrevisté. El análisis que yo hago es desde fuera de esa generación, por una cuestión de edad, porque si hubiera tenido algunos años más, seguramente hubiera militado. Yo creo que todos eran víctimas, y no solamente todos los sobrevivientes y los desaparecidos. Porque me parece que en este país todavía hay muchos que no se dieron cuenta de que acá desaparecimos todos, nos torturaron a todos. Toda la sociedad argentina fue víctima de la represión. Y creo que se vio muy bien en el 19 y 20 de diciembre de 2001, en la forma en que la gente finalmente perdía el miedo. En el inconsciente colectivo está. Funciona esa sensación y también funciona la culpa por haber dicho “algo habrán hecho”. Eso fue contra toda la sociedad.
–¿Y con los represores?
–Hablé con el Giba Peyón, que después murió. Hablé con él el día que estaba haciendo la huelga de hambre en la Catedral.
–En tu libro aparece como uno de los más crueles...
–Era uno de los tipos más jodidos, junto con otros. En las historias que yo cuento en el libro, que eran de las víctimas directas de Cavallo, el Giba Peyón aparece como el peor, el más sanguinario.
–¿Qué sintió cuando habló con Peyón?
–Siempre digo que no elegimos este trabajo por ser un trabajo fácil, más bien es un trabajo insalubre, y esa fue una de las cosas más insalubres que me tocó hacer en ese momento. La entrevista con Peyón fue normal, aparte me invitó a seguir polemizando sobre la guerra, pero no lo volví a contactar. Salí igual que cuando salí de la cárcel cuando intenté ver a Cavallo: como si me hubiesen dado una paliza. Con Peyón habré estado media hora, cuarenta minutos, y con Cavallo habrán sido cinco minutos y veinte dentro de la celda con él, hasta que me dejaran salir. Salí agotado, como si me hubieran pegado una paliza. Un poco por la presión. Yo estaba muy metido con todo lo que estaba investigando, todo lo que se refiere a la ESMA, de la primera parte del libro. La segunda parte del libro es el otro genocidio, el de los ‘90, del cual Cavallo también formóparte. Cavallo fue agente del genocidio de los ‘70 y el de los ‘90, el genocidio social y económico que se efectuó en el país.
–¿Cavallo tenía conciencia del mundo de crueldad y locura que habían montado en la ESMA?
–Yo creo que sí tenía noción y que además no se arrepiente. Por lo menos tenían noción de la crueldad, no sé si de la locura. Porque varios de ellos terminaron muy mal. El tiro que se pegó el represor Azic un poco parte de eso, algo le pasaba. Peyón, dicho por sus propios colegas en actividad, no estaba bien. Era una situación muy loca, ellos generaron relaciones tortuosas, hubo matrimonios, Síndrome de Estocolmo, en medio de la tortura permanente y la masacre.
–¿Cuál fue tu conclusión tras incursionar por ese mundo?
–Yo creo que la guerra militar la ganaron los militares, la estructura represiva. Pero la guerra política, moral, la perdieron. Y esto lo admite un militar en actividad que llegué a entrevistar, que reconoce que con esa modalidad represiva “perdimos todos”, “perdimos como país”. Ellos fueron el brazo armado del modelo. Después la historia les pasó la factura y hoy las Fuerzas Armadas no existen. Yo pienso que ellos creían en lo que estaban haciendo, que eran soldados de la patria contra el comunismo. Creo que hasta hoy Cavallo piensa eso. Después está el discurso que viene de arriba, silencio total, no hablar. Cavallo estuvo a punto de hablar varias veces. De hecho, en la entrevista que le hizo La Nación, amenazaba con hablar. Está visto que ellos también se equivocaron de política, desde su punto de vista. Porque hubiera sido mejor para ellos que al empezar a caminar la democracia hubieran dicho lo que pasó. Ellos se quejan de que las heridas no cerraron y siempre van a seguir drenando. Hay un sector de la sociedad que está dispuesto a dar ese debate, pero ellos no están dispuestos a darlo. En medio de la investigación, por una cuestión de ética ofrecí hacer una entrevista con alguna autoridad de la Armada, todavía estoy esperando que me contesten.
–Cuando se refiere en el libro al segundo genocidio, se cuenta cómo se enganchan varios de los represores de la Armada con el menemismo a través de Alberto Kohan...
–El primero que aparece es Rádice militando en la Fepac, por lo menos de los que hemos logrado identificar. También estaba Estrada, Egea, Cavallo... Y de hecho los vínculos con ellos siguieron durante el gobierno. Egea estuvo con Chiche Aráoz, trabajando cerca de Kohan y, según lo que dicen, Rádice hasta tuvo despacho en la Casa de Gobierno. Esto indica que a un sector de la clase política argentina no le importó mucho lo que había pasado en el país ni quiénes eran estos señores. No solamente no les importó sino que también se asociaron con ellos para construir poder. No fue solamente Yabrán el que trajo toda la patota para que le hagan de guardia pretoriana.
–¿Y este grupo cómo se relacionaba con Massera?
–Hubo amor y odio entre ellos, por lo que pude sentir. Hubo alianzas y discusiones. Por lo que yo tengo entendido, en los últimos años se había divorciado de Massera. En los últimos años de su carrera, Massera perdió su carrera política, cuando saltó el asesinato del empresario Fernando Branca. Quiso ser un Perón de la Marina y la Marina misma lo entregó igual que el Ejército, que lo odiaba por el poder que había acumulado. Hay una parte del rompecabezas que todavía no está armada que es la que tiene que ver con las internas interarmas y sus disputas de poder.
–¿Por qué se dedicó al tema Cavallo?
–Me parecía que era un aporte a lo que vivimos los argentinos y porque me llamaba mucho la atención el hecho de que haya perdurado, que se hubiera reciclado como empresario haciendo negocios a la sombra del Estado.
–En el libro cuenta los negocios que montaban con lo que les sacaban a los detenidos, casas, muebles, dinero, empresas y demás. ¿Con ese dinero ellos montaron sus negocios posteriores? –Con lo de las casas, el que estaba encargado era Rádice, que tuvo a su cargo varias inmobiliarias, pero nunca se supo qué pasó con el botín. Según una de las fuentes, que preferí mantenerla en forma reservada, hubo mucho botín, pero gran parte de ese dinero ya estaba reinvertida y cada uno se abrió su propio negocio. Que hubo expolio, saqueo, presiones a los familiares de las víctimas tipo “entregame la escritura porque tengo de rehén a tu marido”, está comprobado, fue así. Una de las cosas que hace Cavallo porque estaba enamorado de una de las detenidas, fue decirle a la madre de ella que no les entregue las escrituras a sus compañeros del grupo de tareas porque eso aseguraba que volviera a ver con vida a su hija. Era muy factible que, tras traspasar negocios y escrituras, los trasladaran para tapar el negocio. Eso fue lo que pasó con el caso de Conrado Gómez y los Masera Pincolini.
–¿Cuando ellos abren sus negocios en El Salvador utilizan contactos de la época de la represión?
–Hasta donde pude llegar, ellos se asocian en El Salvador con “apellidos” de familias que habían sostenido a la dictadura salvadoreña. En El Salvador se habla de “las 28 familias” que conforman el poder económico concentrado en ese país. Muchos de ellos habían ayudado al coronel D’Aubuisson en la creación de los escuadrones de la muerte que asesinaron a monseñor Romero y a miles de salvadoreños. Muchos de esos apellidos, como Daglio, aparecían vinculados a los escuadrones de la muerte. Cavallo sale de Buenos Aires ya asociado a un grupo conformado por ITT, una empresa del grupo Bulgheroni. Otros autores han comprobado que Bulgheroni había dado cierto apoyo logístico a los miembros del batallón 601 que estuvieron en El Salvador. Los primeros contactos para hacer sus negocios fueron contactos políticos. Se demostró en la forma que ganaron las licitaciones. En El Salvador, las otras empresas, entre ellas la Kodak y una empresa canadiense, objetaron ante la Justicia la forma en que se había hecho la licitación. Y de la misma forma llegan a México, con contactos políticos. Es muy llamativo que el primer viaje que Cavallo hace a México para interiorizarse del negocio del Renave fuera tres días después de una visita que hizo el presidente de México, Ernesto Zedillo, con Herminio Blanco, que era su secretario de Comercio, a El Salvador. Blanco se reunió con empresarios salvadoreños y a los tres días viajó Cavallo.
–¿Qué cantidad de dinero estaba en juego en la privatización del Registro Nacional de Vehículos (Renave)?
–Eran alrededor de 180 millones de dólares al año y algunos hablaban de más, eran 14 millones de autos a registrar. La licitación en México tuvo muchas críticas, estaba llena de puntos oscuros y la matriz con que se ganó la concesión era muy parecida a la que habían presentado en Mendoza, con la que ganaron. Ellos bautizaron a Mendoza como “la nave insignia”.
–¿Sobre qué contactos políticos entran en Mendoza?
–Era el gobierno de Gabrielli, pero lo que dicen las fuentes es que había operado la Secretaría General de la Presidencia. Había una interna en el menemismo. En Mendoza estaban Bauzá y Manzano por un lado. Y Bordón Gabrielli y Lafalla del otro lado. Así llegan a La Rioja, también a Tierra del Fuego, estaban peleando otra en Jujuy, en Córdoba no les salió porque apareció una empresa española. Quisieron hacerlo en San Luis y tampoco cerró el negocio. Y ya con Cavallo preso intentaron reciclarse con otra empresa, Marielplatz, en Comodoro Rivadavia. Pero el periódico Crónica de Comodoro hizo una investigación en Mendoza y del Renave mexicano y les arruinó el negocio.
–¿Y cómo saltó el tema Cavallo en México?
–El diario Reforma, donde yo trabajaba, se había hecho cargo de una especie de sentimiento extendido de oposición al Renave que partía de la sociedad en general y también de los gobernadores. Los automovilistas se quejaban porque era caro, estaba mal organizado y tenían que pagar un impuesto más que encarecía todo. Se armó el escándalo y el Reforma empezóa hacerse cargo del tema. Fue el diario que más se preocupó de esa problemática. La que llevó la bandera de oposición el Renave fue la jefa del gobierno del Distrito Federal, Rosario Robles, y el procurador Samuel del Villas. Ellos se oponían a dar a una empresa privada una base de datos personales de los ciudadanos y objetaban todos los puntos. En esa batalla, Cavallo está obligado a dar cada vez más la cara, hasta que un argentino que había llegado con el exilio a México lo reconoció o le pareció sospechoso, averiguó y el dato le llegó al diario. Ellos me llamaron, me dijeron que Cavallo había sido militar. Para ellos, un tipo de esa edad y que había sido militar, era sinónimo de represor. Me puse a buscar hasta que leí un libro de Alipio Pauletti. Fue una paradoja del destino porque yo había trabajado en el Independiente de La Rioja, que había sido el diario de Pauletti. El único dato que me daba la posibilidad de la confirmación estaba en su libro, porque en la listas de represores estaba Miguel Angel Cavallo, como figuraba en la credencial que rescató Basterra, uno de los detenidos en la ESMA, y en los alias enumeraba “Marcelo”, “Sérpico” o “Ricardo”. Empecé a buscar en las bases de datos del Banco Central, en sus registros de la Universidad y así fue saliendo. Pero en el diario me pidieron que buscara también el documento. En la credencial que rescató Basterra de la ESMA, el número de documento de Ricardo era el mismo que el de Miguel Angel Cavallo.
–A todo esto Cavallo ya tenía muchas presiones...
–Bueno, en México de lo único que se hablaba era sobre el Renave. El diario no tenía idea de la importancia que tenía el tema con relación a los derechos humanos. A tal punto que cuando mandé la nota, la habían titulado “Acusan de genocida al director del Renave”, y el director lo cambió y le puso: “Acusan de delincuente al director del Renave”. Si yo robo una galletita, también soy un delincuente.
–¿Qué hizo Cavallo cuando salió su nota?
–Siguió negando todo, que no había pertenecido nunca a la Armada y demás. Al otro día, cuando ya se está escapando del país y un periodista de la radio mexicana le preguntó sobre lo que había salido en mi nota, él respondió que había sido guardiamarina y ya nunca pudo desdecirse. Cuando lo detuvieron en Cancún intentó seguir negando, pero la policía mexicana le dijo que tenían todo.
–Una vez detenido en México hubo momentos en que estuvo a punto de recuperar su libertad...
–Yo encontré dos cables, uno de Interpol México y la respuesta que llegaba de la Argentina era que Cavallo no tenía causas en su contra. El juez Ruiz Polanco, el juez que reemplazaba a Garzón, que estaba de vacaciones, también dijo que no había causas abiertas ni pedidos contra Ricardo Miguel Cavallo, hasta que aparece un hábeas corpus presentado por la abogada mexicana Pilar Noriega, que representaba en ese caso a Pilar Calveiro, una sobreviviente de la ESMA, y ahí se lo retiene unas horas más hasta que regresó Garzón de las vacaciones y se convencen de que Ricardo Miguel y Miguel Angel Cavallo eran la misma persona. Porque había mucha confusión. Y además el que termina de mandarlo preso es su abogado, que se presentó ante Interpol interponiendo un recurso de hábeas corpus contra la deportación y contra la incomunicación. Al haber hábeas corpus había causa, y además lo que buscaba Cavallo era que lo deporten a la Argentina, donde está protegido por la ley de Obediencia Debida.
–Después de todo este proceso, ¿qué imagen piensa que tienen en México de la represión que hubo en la Argentina?
–En los sectores más comprometidos políticamente había una visión y un conocimiento bastante completo de lo que había pasado en todo Latinoamérica, porque fue un país receptor de exiliados y muchos colegas, compatriotas, chilenos y uruguayos han logrado rehacer sus vidas gracias a la política exterior que tenía México en ese momento. Pero creo que el gran público, el tema no le tocaba. Sin embargo, el tema Cavallo los tocó mucho más y además pudieron relacionarlo con lo que pasó últimamente, eldescalabro económico. Y abrió otra corriente de debate que es el que se plantea en México por la masacre del ‘68 en Tlatelolco. La investigación de esa masacre estaba en danza desde el ‘93, pero recién hace pocos meses la Justicia avanzó y creo que el tema Cavallo ayudó a que pasara. En España, todo el tema de la represión en la Argentina fue también una especie de aliciente para que se reabriera la investigación sobre la guerra civil, incluso el Grupo Argentino de Antropología Forense apoya a grupos que están trabajando en fosas comunes de esa época. La gente quiere saber qué pasó con sus familiares que murieron en la guerra. Es la lucha por la verdad. En Italia también pegó fuerte porque unos días antes había sido lo de Olivera. Y en Francia por lo de Astiz y el Grupo Piloto de París. Además, México marca un hito con la extradición de Cavallo. En fin, el tema Cavallo fue un disparador fuerte.
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