SOCIEDAD › LA HISTORIA DE UNA MUJER QUE VINO DE CHINA A TRABAJAR Y TERMINO CUATRO AÑOS EN EL MOYANO
Llegó a la Argentina en 2007 para trabajar en un súper chino, pero en 2010 se descompensó y la encerraron en el neuropsiquiátrico. Su caso es un ejemplo de los efectos perniciosos de la manicomialización. El Ministerio Público de la Defensa se ocupó de rescatarla.
› Por Carlos Rodríguez
Meijuan Z. baja con lentitud los 16 escalones que separan el adentro y el afuera del Hospital Neuropsiquiátrico Braulio Moyano. Lleva la boca semiabierta, como de asombro, y los ojos cegados por el sol que la recibe en la vereda después de más de cuatro años de encierro evitable. Nacida hace 30 años en la localidad de Lien Chiang, en la provincia china de Fu Chiang, Mei llegó a Buenos Aires en 2007, a los 22 años, con una historia de pérdidas por las muertes de su padre y de los abuelos paternos que la criaron. Vino llamada por un primo para trabajar en un supermercado y “ganar mucha plata”. En 2010, luego de una fuerte discusión con la mujer de su primo, se descompensó y la llevaron por primera vez al Moyano. El tratamiento ambulatorio duró un tiempo, hasta que llegó la manicomialización, siempre compleja como su nombre lo indica, y en el caso de Mei, agravada por barreras ideomáticas y culturales que la condenaron a la oscuridad, hasta que pudo ser rescatada por abogados, psicólogos y psiquiatras del Ministerio Público de la Defensa (ver aparte).
Meijuan, a fuerza de encierro, entiende bastante el castellano, pero lo habla muy poco. Cuando llega a la vereda, luciendo la camperita verde que le regaló la gente del Consulado chino en Buenos Aires, estalla en un grito que desmiente a los que afirman que chinos y coreanos no pueden pronunciar la erre: “Madrrina”, dice alargando la incidencia de la decimoquinta consonante del alfabeto castellano. La destinataria del saludo es Cecilia del Rosario Fernández, que trabaja como acompañante psicoterapeuta en el Moyano. Cecilia asistía a otras dos pacientes y con Meijuan se adoptaron mutuamente. Tal es la euforia de Mei que pega otro grito y saluda a los que la están esperando con la mano alzada y dos dedos que forman la “v” de la victoria.
“Estoy contenta porque vino mucha gente que estaba preocupada por mí; mi madrrina era la que me sacaba a pasear para que conozca la calle.” Dice que no se acuerda cuándo se conocieron, pero sí que fue “en el parque del hospital y siempre que la veo grito ‘madrrina, madrrina’”. Cecilia le dice a Página/12 que lograron comunicarse con gestos y dibujos, hasta romper la barrera del idioma. Mei estuvo un año largo en un estado de incomunicación total, hasta que conoció a Cecilia y más tarde a Chao, el traductor con el que hablan el “chino mandarín”, idioma universal en su país, con el que logran dialogar las personas nacidas en distintas regiones y que hablan dialectos diferentes, indescifrables para unos y otros.
Mei llegó a la Argentina en 2007. Vivía en China con sus abuelos paternos, porque cuando niña sus padres se separaron. Ella quedó al cuidado de su padre, que murió cuando ella tenía 12 años. Su mamá había formado otra familia y la había abandonado, por eso la criaron sus abuelos paternos. Mei cursó estudios terciarios y trabajaba en una empresa. Cuando murieron sus abuelos, su primo Lin Daxi la invitó a que viniera a trabajar con él en el supermercado Asia Oriental.
En 2010 tuvo una discusión con la mujer de su primo, sufrió una descomposición y la llevaron por primera vez al Moyano. De allí en más sufrió varios ingresos y salidas, a la vez que se fue desligando de sus primos, las únicas personas con las que tenía relación en Buenos Aires. En 2007 no se había formado la Unidad Letrada del Ministerio Público de la Defensa, conducido por la defensora general de la Nación Stella Maris Martínez. El equipo de la Defensoría fue creado luego de la sanción de la ley 26.657 de Salud Mental y tomó conocimiento del caso a través del Juzgado Civil 38 de la Capital Federal.
Mei había ingresado al Moyano el 12 de julio de 2011 y en principio se dejó asentado que era una internación de “carácter voluntario”. El 12 de octubre de 2012, el equipo del Servicio Santa Isabel del Hospital Moyano diagnosticó que la paciente china presentaba “un cuadro de descompensación psicótica con juicio desviado, implicando riesgo cierto e inminente”, motivo por el cual determinaron que se trataba de una internación de “carácter involuntario”, lo que recién ahí habilitó la intervención de los especialistas del Ministerio Público de la Defensa, tal como está previsto en el artículo 22 de la ley de Salud Mental (ver aparte).
A partir del contacto con el equipo interdisciplinario de la Defensoría, con la acompañante psicoterapeuta y con el traductor, se tejieron lazos con ONG de la comunidad china y se logró que Mei tuviera contacto, vía Skype, por Internet, con una amiga de la infancia que completó la información que se tenía sobre la familia de Mei.
Cecilia del Rosario Fernández precisa que “ya van tres cumpleaños de Mei que nos conocemos; ella cumple años el 5 de octubre”. Asegura que ella la seguía “todo el día, hasta que una vez me pidió agua, le compro una botella y se la doy, pero no me deja ir y me dice: ‘No, con vos agua’”, dándole a entender que su sed era de compañía.
“Desde entonces siempre nos sentábamos a conversar con otras pacientes y ella siempre repetía: ‘vos, madrrina’. Una vez le pregunté si yo era parecida a su madrina, pero ella me replicó ‘no, vos madrrina’”. Cada vez que se encontraban en el parque, esa era la forma en la que la saludaba. “Al principio me costaba entenderla, pero logramos hacerlo por medio de señas, de dibujos, ella me contó que con su papá cultivaban arroz”. Alguna vez la encontró en el parque “en estado catatónico, mal, y yo me resistía a llevarla a la guardia porque la iban a medicar. Te puedo asegurar que a través de la charla, de un dibujo y de hablar por medio de señas, la podía rescatar. Yo creo muchísimo en la cuestión del afecto porque logramos una relación afectuosa profunda entre las dos”.
“Por medio del afecto, podíamos revertir ese estado; otros días la encontraba llorando en el parque, con los ojos hacia arriba, no me reconocía, y después de hablarle y hablarle, nos íbamos a tomar un café. Es posible que los médicos no me lo puedan creer, pero era lo que pasaba. Otra vez se quería venir conmigo después de un paseo que dimos, con permiso, y me hizo toda una escena, se tiró al piso. Yo no quería dejarla en ese estado porque la iban a inyectar, de manera que le dije ‘bueno Mei, si vos no querés ir al pabellón, me voy yo. Empecé a caminar hacia el pabellón, ella me siguió, por medio del dibujo empezamos a hablar, se calmó, se acostó, me saludó y me dijo ‘chau madrrina’”.
Cecilia no trabajaba con Mei, tenía otras dos pacientes, pero después se puso a su disposición, sumando horas de trabajo sin remuneración alguna: “Es muy inteligente y tenía una gran necesidad de ayuda. Un día vino con una libretita donde tenía anotados el nombre de su defensora y el del juzgado en el que estaba su caso”. La psicoterapeuta se comunicó con el juez a cargo y allí formalizó su relación profesional con Mei, que ya existía desde el plano afectivo, siempre ad honorem. La tarde en que Mei salió del Moyano, con Cecilia se fueron de compras, gracias al aporte económico que hizo una ONG de la comunidad china en Buenos Aires.
Chao, el traductor, es en realidad músico, toca el cello en la Orquesta de Tango de la Ciudad de Buenos Aires. “Hace dos años empecé a trabajar con Mei, fue una historia fuerte, pero ella fue muy abierta conmigo y por eso no fue complicado comunicarme con ella y conocer su historia”. El secreto es “ganarse la confianza” de la persona a la que se debe asistir. “Yo le entré por el lado de amigo, no del traductor, le hice saber que yo estaba de su lado, porque ella la había pasado muy mal”.
La forma en que llegó Chao a ser el traductor concuerda con el laberinto por el que tuvo que atravesar Meijuan: “Llegué gracias a otra paciente que habla mi dialecto y que nadie puede comunicarse con ella. Una chica que trabaja en la Defensoría que es oriental conoce a un violinista del Colón que se casó con una taiwanesa que sabe que yo soy cantonés, que hablo el cantonés y entonces me llamaron para probar. Esa fue la cadena que se hizo para llegar a Mei”.
Chao subraya que en China “hay muchísimos dialectos, lo mismo que en España o en Italia”. Apenas salió del hospital, Meijuan se comunicó telefónicamente con su amiga de la infancia, una de las personas que estarán con ella en China. Luego de escuchar la conversación, quiso saber qué había dicho Mei: “Imposible saberlo, habló en su dialecto, yo no entendía ni una palabra”, afirma Chao, el desconcertado traductor mientras se ríe y se abraza con Mei. “Suerte que no-sotros tenemos la educación del chino mandarín, que es el idioma universal en China; de lo contrario, sería imposible”.
Meijuan ya viajó esta semana a China. Los que la vieron partir desde Ezeiza, afirman que la despedida fue con risas, con la “v” de la victoria y con el grito de guerra: “Madrrina”. Se llevó consigo donaciones de la comunicad china en Argentina y de ahora en más vivirá en una casa “remodelada a nuevo” por el gobierno de la región de Lien Chiang en compañía de un tío suyo y con la cercana presencia de su mejor amiga. Tendrá una obra social y un equipo médico que la ayudará a reencontrarse con su historia y su cultura, después de más de cuatro años de oscuridad.
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